cuarenta y siete.

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Oriana dobló el borde de la camiseta que seguía usando. Con un paso vacilante, ojeó el salón y se mordió el labio mientras examinaba la habitación.

Ahora que la luz del sol se filtraba a través de las ventanas, podía admirar el hogar de Harry en todo su esplendor. Era una lujosa casa de playa con un camino hacia la orilla del mar. Había palmeras alrededor de la pscina y grandes puertas corredoras de cristal con finas cortinas blancas que flotaban con el aire de la mañana. Las paredes eran igual de altas que las de su apartamento en Nueva York. Sabía que le gustaban de ese modo. Las paredes blancas y las áreas amplias. Al entrar, de inmediato te encontrabas con una amplia área de estar con sofás blancos y esculturas. Los detalles de su personalidad eran mucho más evidentes.

Oriana jadeó, y caminó con descalza y despeinada hacia el sofá dónde él dormía. Estaba sobre su espalda y las rodillas extendidas mientras escribía algo en su teléfono o hacía otra cosa. Se quedó de pie con las manos tras su espalda, meciéndose ligeramente con una pequeña sonrisa. Su teléfono obstruía la visión de su cuerpo.

Oriana esperó, ojeando su torso desnudo. Sus tonificados músculos y la planura de su estómago. No había ningún tatuaje nuevo aparte de la biblia en su antebrazo y el ancla en su muñeca. Además de eso, no halló nada en su intensa búsqueda. Solo grandes músculos y venas prominetes en sus caderas y brazos que traían muchos recuerdos.

-Buenos días -tarareó ella dulcemente, finalmente haciendo notar su presencia.

Harry enseguida apartó su teléfono. Parpadeó, observando su suave figura semidesnuda con sus piernas expuestas. Sus muslos presionados con su camisa colgando sobre otras partes de su cuerpo. Tuvo que recordarse que ya no era suya. La chica frente a él con su sonrisa de dientes blancos y el cabello despeinado no era una memoria. Era real. Oriana en serio estaba allí y no estaba ayudándole a su corazón.

-Lo siento -Harry se disculpó, recomponiéndose rápidamente. Intentó ignorar lo incómodo que se sentían sus pantalones ahora. No por razones mañaneras, sino por la posición en la que había estado tendido. No quiso acomodarse con ella parada y luciendo tan inocente cuando sabía lo malvada que podía ser-. Buenos días. ¿Dormiste bien?

-Sí, gracias -sonrió, siguiéndolo cuando se levantó. Oriana tenía la misma estatura, pero Harry había crecido uno o dos centímetros más-. ¿Y tú?

-En realidad, sí -sonrió, parándose frente a ella-. Fue más cómodo de lo que pensé.

-Eso es bueno -Oriana asintió.

-¿Tienes hambre? -Harry le preguntó, rodeándola para dirigirse hacia la cocina.

-Ahora mismo se me antoja un té.

Harry asintió con una expresión divertida y se acercó al refrigerador para sacar la leche-. Siempre.

Oriana se deslizó en la silla detrás de la isla de la cocina. Descansó la barbilla sobre su palma mientras él abría el contenedor de azúcar. Oriana no podía dejar de observar sus grandes brazos y abdominales. Tenía muchas ganas de tocarlos y sentirlos. Estaba consciente de que su fuera era dos veces más que antes, y eso era básicamente imposible para ella. Harry ahora tenía veintidós. Ya no era un adolescente. Era un hombre que empezaba a independizarse y vivir bajo sus propias reglas. Era un hombre con un cuerpo diferente.

-¿Qué harás hoy? -Harry entabló conversación-. ¿Tienes planes?

-Todavía no sé. Estoy realmente exhausta, así que probablemente me den ganas de ir a la playa -Oriana movió las caderas sobre el taburete, balanceándose. Se mordió la mejilla interna, pensativa. Sus pies colgaban gracias a la altura del taburete.

a favor ➳ h.s (español) || act. lentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora