Prefacio

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-No puedo estar contigo. Ni con nadie, ¿¡Por qué no lo entiendes!?-exclamó algo enfadado y con fastidio.

-¡Porque no me das una verdadera razón! –le grité.

-¡Soy ciego! ¿Qué otra razón quieres?

-Sabes que esa no es una excusa. –susurré. -¡Ni para ti ni para mí! –elevé de nuevo la voz porque me desesperaba, el corazón latía tan deprisa que sentía que iba a salir de mi pecho, llevábamos gritándonos más de diez minutos. Y yo aun tenía el presentimiento que eso no era lo que le molestaba.

-Es una excusa muy válida. –dice, luego se gira dándome la espalda.

Con la última dignidad que me queda camino hasta él, arriesgando mi orgullo por si me rechazaba, y lo tomé del brazo, haciendo que se gire hacia mí. Estábamos muy cerca, él estaba casi temblando con la barbilla tensa. Miré a la altura de sus ojos, que estaban cubiertos por los dichosos anteojos.

-Dime. –pedí lo más suplicante que pude. No dijo nada, pero esperé aun aferrando sus bíceps con mi mano, hasta que habló.

-Tú quieres un cuento de hadas, con niños... y yo... -volvió a quedarse callado. Le moví el brazo incitándolo a que continuara. –Mi ceguera es hereditaria, Liv. Y me odiaría si doy vida a algún bebé que viviría en la oscuridad...

Nueve en puntoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora