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-Bueno, yo... -se rascó la cabeza. Dudaba.

-Por favor. –insisto.  - Tómalo como una paga por esta clase. Tú me enseñas y yo te doy de comer. Por esta semana, al menos. –proseguí. – Pediré pizza.

Suspiró.

-Me convenciste con lo de la pizza.

Sonreí triunfante y caminamos a por sus cosas, enganchó la patineta por la mochila para luego sacar su bastón. No sin antes revisar su teléfono. También era un iPhone pero blanco en comparación al mío, y se veía diferente. Miré el artefacto más detenidamente y noté que tenía elevaciones por encima de la pantalla, por lo que supuse que era como braille pero no comenté nada.

-¿Vamos? –preguntó. Yo asentí.

-Sí. –aclaré.

Una vez fuera del lugar no sabía si debía de poner su mano sobre mi hombro o tomarlo del brazo; solía ver que Gianna hacía eso con Noah pero ellos eran pareja así que...

-No te alejes mucho, ¿sí? –preguntó él hacia mí como leyéndome la mente.

-Está bien. –suspiré algo calmada.

Mientras avanzamos por la acera, me fijé en su bastón. También era distinto a los que usaba Noah, por lo que mi instinto curioso ya no se aguantó una más.

-¿Por qué tu bastón tiene como una pelota en la punta? –pregunté sin rodeos. Lo vi girar levemente el cuello hacia mí, como sorprendido por mis palabras.

-Es como un sensor para con los obstáculos. –respondió.

-¿De verdad? –soné sorprendida. Él asintió y se detuvo.

-Sí. Así funciona. –se sacó el mango que lo sujetaba por la muñeca y lo tendió hacia mí. -¿Ves esto? –señaló algunas elevaciones de goma que sobresalían del extremo para agarrar.

-Sí.

-Cuando la "pelota", como lo llamas, siente algo cerca, envía sensores advirtiendo que hay algo como obstáculos. Llevan vibraciones hasta la mano. –informó.

-Eso suena como tecnología avanzada. –me asombré.

-¿Quieres probarlo? –preguntó con una sonrisa.

-Sí. –respondí de igual manera, tal vez con demasiada emoción. Lo vi sonreír también mientras tendía la pulsera negra. Metí mi mano a través de ella y luego tomé el mango del bastón. Se sentía duro y blando a la vez, también algo pesado.

-Ahora... ¿Hay algún objeto como obstáculo? ¿Alguna piedra o basurero? –preguntó él. Miré alrededor y no había nada. La calle estaba completamente limpia.

-No. Nada. –respondí.

-Mmm... bueno. Entonces muévelo hacia la cerca. –sugirió. Lo hice como sabía que se podía hacer, moviéndolo de un lado a otro aunque lentamente. Rosé el alambrado que rodeaba la pista de patinaje, que aún no terminábamos de cruzar, y, efectivamente, sentí una vibración en mi mano.

-¡Aaa! –di un gritito. –Esto asusta. –mencioné. Él rió.

-Bueno, creo que uno se acostumbra, ¿no? –dijo haciendo ese gesto de arrugar su nariz. Entonces lo miré.

Lo miraría toda la vida si es necesario porque era demasiado hermoso. No mirarlo, yo lo consideraría un pecado. Sacudiendo esos pensamientos de mi mente, volví a jugar con el bastón. Lo bordeaba por la cerca y este vibraba sin parar. Parecía electricidad que llegaba a tu tacto, o vibradores de masajes también.

Nueve en puntoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora