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Era sábado de noche y estaba exhausta de tanto leer los análisis de cámaras para el examen del lunes y decidí que iba a echarme una siesta por más que ya eran casi las siete de la noche, me acosté temprano quedándome dormida al instante, sin embargo me había despertado de nuevo por no poder conciliar sueño debido a un tamborileo que se filtraba en mis sueños al poco tiempo, o es lo que pensaba.

Me incorporé de entre mis sabanas sentándome en indio, intentando captar del todo lo que estaba sucediento. Parpadeando unas veces observé que aún no había reflejo de luz por debajo de la puerta, ¿aún era de noche? Rápidamente giré a ver la hora, 05:08 am, me había acostado hace diez horas.

Los sonidos me trajeron de vuelta a la realidad.

Era mi puerta la que sonaba.

¿Quién rayos toca mi puerta a estas horas?

Pesando que podría ser Margaret la única y que le haya sucedido algo, o algo esté sucediendo en el edificio me incorporé y salí a la sala rápidamente, no sin sentir un leve mareo al levantarme.

Los ventanales estaban oscuros, por lo que el sol todavía no salía y todo estaba en penumbras. Me acerqué al extremo de la pared donde estaban las perillas y encendí la luz. La puerta fue golpeada de nuevo con suaves toques. Caminé hasta allí fregando mis ojos para sacar mi pereza.

Antes de abrir, me fijé por el mirador. No era Margaret, cosa que me hizo fruncir el ceño. Adrenalina empezó a recorrer por mi cuerpo y un escalofrío invadió mi espina dorsal de arriba abajo. Rápidamente le quité el seguro a la puerta y la abrí.

-¿Dustin? –pregunté algo confundida.

¿Qué hacía aquí? ¿Cómo subió? ¿Por qué estaba... llorando?

No traía ni siquiera sus lentes. Sus ojos del azul pálido estaban irritados, haciendo que se me aguasen a mí los míos. ¿Qué se supone que se hace cuando ves al chico que te gusta, en tales condiciones?

Como éramos casi de la misma altura, no dudé en envolverlo en un abrazo. Lo rodeé por el cuello y rápidamente él enrolló sus brazos por mi cintura y hundió su rostro en mi cuello. A penas sollozó, acaricié su cabello en la parte de atrás y también su espalda.

Mientras le dejaba que derramase todo lo que tenía, observé alrededor del pasillo. No había nadie más y por la pequeña ventana del final tampoco había incluso sombras de luz solar. También noté que su patineta estaba en el suelo a un lado de nosotros, nada más.

¿Sus lentes? ¿Su bastón? ¿De madrugada?

-¿Quieres contarme que sucede? –susurré aun abrazándolo.

-Discutí con mi mamá. Muy feo. –contó haciendo que nos separemos. Sorbió la nariz y se secó las mejillas bruscamente con el dorso de la mano.

¿Discutió con su mamá? ¿Tan temprano? ¿Por qué no fue junto a Annie?

-Ven, vamos adentro.

Lo tomé de la muñeca y lo llevé hasta el sofá donde se sentó y yo seguí hasta la cocina a por un vaso con agua. Me senté a su lado cuando estuve de vuelta y le ofrecí el vaso. Lo bebió y creo que se encontraba más tranquilo.

No lo presioné para que hablara, por lo que nos sumergimos en el silencio unos minutos. Me le quedé viendo aunque pensado en que daba vergüenza el que lo sintiera, me entraba como pánico cuando preguntaba por qué lo estaba observando demasiado.

Nos habíamos visto al día siguiente de crear la página web, fue por la mañana en el local de su madre cuando yo andaba de paso a comprar algo para mi desayuno de camino a clases. Él estaba más apuesto que desde que lo conozco, se había cortado el cabello algo al estilo militar, ya no estaba tan bronceado como hace semanas y parecía más blanquito, por lo que ese día fue que exageré con quedándome embobada por él, además traía de nuevo camisa y pantalones elegantes.

Nueve en puntoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora