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Mi despertador sonó a las siete treinta. A regañadientes lo apagué y me quejé, no era mañanera por lo que me costaba levantarme y no dormir hasta tarde los últimos días que he salido de casa no han sido recompensados aun.

Anoche cuando llegué, ni me molesté en sacarme la ropa, por lo que sigo vestida con la misma prenda. Me levanté de la cama para dirigirme al baño a tomar una ducha rápida. Me trencé el cabello rápidamente luego, y me vestí con una bermuda ajustada hasta por encima de la rodilla y una blusa llena de mostachos. Y mis infaltables Keds, uno azul con motas blancas.

Con mi pequeño bolso salí a una mañana cálida de martes, había fuertes vientos de todos modos. Caminé hasta la pista sin inconvenientes. Sonreí cuando vi a Dustin llegar al mismo tiempo por el otro lado de la pista. Me encontraba cruzando la calle cuando él entraba dentro de la plaza y fue directo hacia las escaleras, sentándose.

-Buenos días. –saludé cuando llegaba hasta él.

-¿No te perdiste esta vez? –lo vi sonreír, quise imitarlo pero lo evité.

-Que simpático. –dije a su vez simulando enfado. Me senté unos escalones más bajo que él. - Hoy hay desayuno? –pregunté esperando por comer más de esas deliciosas donas.

-Sí. Pero diferente menú. –abrió su mochila sacando una caja transparentes con masas, alfajores de maicena.

-¡Amo esos alfajores! –exclamé sin darme cuenta, recordando que mi abuela y mi cuñada también los hacían y eran mis favoritos. Él rió y me las entregó.

-Qué suerte. –dijo y sacó botellas de leche. Sonreí incluso más. - ¿Leche?

-Es como agua para mí. –le conté.

Cuando hubimos terminado nuestro desayuno, volví a alagar a su mamá por la deliciosa comida que prepara. Pregunté donde quedaba su local y me dijo que posiblemente cuando vaya a mi universidad lo vea, por lo que queda cerca de allí.

Decidimos empezar a practicar, repetir de nuevo lo de ayer algo y esta vez me salió mucho mejor. Prontamente ya estuve practicando para sostenerme parada en la patineta, la cual tiene un lugar específico para poner los pies adecuadamente y que la patineta no se incline a los lados o que se levanten. Iba a ser la primera vez que iba a avanzar parada en la tabla y no quería ser soltada aun.

-Avanzaré contigo, entonces. –por fin había convencido a Dustin.

-Esta vez, si caigo dolerá más. Por favor, no me sueltes. –advertí. Él sonrió.

Yo me sostenía de sus hombros y él me tomaba por los brazos, casi en el codo, pero cuando íbamos a movernos, bajó sus manos hasta por encima de mi cintura haciendo que me ponga nerviosa. No acostumbraba a que manos de hombres, prácticamente desconocidos, me tocasen, mucho menos si eran guapos y me gustaban.

Sentí todo mi cuerpo erizarse y controlé mi respiración, haciendo que salga normal, aunque necesitase expulsarlo de una. Sin decir una palabra, él movió la patineta conmigo encima. Se sentía bien estar arriba y no caerse.

Había aprendido que cuando quieres frenar, debes inclinar la parte de atrás para que a la par que dé toques en el cemento del suelo vaya disminuyendo la velocidad, por lo que cuando Dustin me soltó y yo a él, pude avanzar unos metros más y frenar decentemente sin caerme ni estrellarme.

-¡Lo hice! –festejé mientras alzaba la patineta del suelo.

-Bien. Dame esos cinco. –Dustin sostuvo su alma al aire y golpeé con la mía.

-Gracias. –le dije entregándole su patineta.

-No es nada, Olivia. Ahora solo debes aprender a hacer esto. –montó su skate con una pierna y con la otra se dio impulso, avanzando hacia enfrente. Lo vi rodear una rampa y se alejó más allá, volteó y con más potencia saltó sobre una barra y lo patinó.

Nueve en puntoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora