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Me encontraba peinándome apresuradamente cuando escucho que tocan la puerta del departamento. Sé al toque que es Brandon, ya que no podría ser otra persona debido a que mi vecina de piso estaba de parranda, por lo que con exaspero suelto el mechón de cabello que lo iba a trenzar como una corona y voy corriendo para abrir.

-¿Lista? –pregunta en vez de un hola.

-Dame un minuto. –pedí volviendo a mi habitación.

Me miré con detenimiento. Mi cabello rubio caía en ondas bonitas, y no tenía tiempo para hacerle algo más, tampoco.

-Estás bien así. –mi primo da su opinión. Se encontraba en el marco de la puerta observándome. Suspiré rendida y le sonreí.

Íbamos a ir a mi primera fiesta en Los Ángeles – California. Me había mudado hace unas dos semanas pero no he tenido tiempo suficiente para salir debido a que esos quince días pasados debían de llegar los muebles que fueron embarcados hace ya meses y que me comprometía a mí misma a decorar mi piso. Además de preparar mis papeles para la universidad que comenzaría en una semana más o menos.

Fuimos en su Saab dorado a la discoteca. También se unirían unos amigos de Brandon, a los cuales no conocía todavía.

Miré a mi primo, no recordaba lo guapo que era hace unos años. Ahora estaba más musculoso y me doblaba la altura, por más que yo también era alta. Su cabello negro lo traía algo largo, lo justo y necesario para sacudirlo con las manos. Sus ojos mieles resultaban oscuros por la poca iluminación de la noche y fruncía los labios como pato ahora que lo veía, se giró hacia mí.

-¿Qué? –inquirió sonriendo.

-¿Cuándo te volviste tan guapo? –pregunté. Él rió.

-Bueno, primita. Los americanos como yo, tenemos un tiempo específico para que brote nuestra belleza interna...

-¿Qué rayos... -reí a carcajadas.

Resulta ser que Brandon Wood es hijo de la hermana de mi madre Camille, y él nació en Estados Unidos un año antes que yo. Lo tomo como un poco de injusticia eso a mis padres, ya que, por más que mis padres sean estadounidenses, yo haya nacido en Paraguay como Noah. No me quejo a decir verdad, amo a mi país, solo que es Estados Unidos. Punto.

Cuando llegamos a dicho lugar, mi primo ya tenía boletos comprados y cuando se los enseñó al guardia, nos dio una pulsera de identificación, la cual nos pusimos por las muñecas y luego ingresamos.

El lugar era algo grande, podía ver algunas mesas y cabinas libres de personas. Solo la barra de tragos a mi izquierda estaba algo alborotado de seres humanos exigiendo sus bebidas. Seguí a mi primo a la par que prestaba atención a todo lo que veía. Los hombres eran jodidamente hermosos, y otros tantos que no tenían ese don; y las chicas... yo no era nada comparado con ellas. Eran tan altas como Brandon y sea la ropa que llevaban, tacos o tenis, eran sexys.

Yo no me veía sexy con mi pollera de cuero, mi camisa blanca de seda y mis sandalias de plataforma. Ellas llevaban shorts y vestidos, remeras mangas cortas o strapless y eran jodidamente calientes.

Nota 1: Debo aprender a vestir a lo LA.

Me apresuré a estar junto a Brandon cuando lo noté un poco lejos, y al mismo tiempo que estuve tras él, lo escuché hablar.

-Allá están. – Miré hacia en frente y vi un grupo de tres personas en una cabina observándonos, a lo que supuse que ese grupito eran sus amigos. Y a decir verdad, uno llamaba bastante la atención, por lo que no me contuve.

Nueve en puntoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora