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-¿Y no te vas a quemar? -pregunto mientras él está revolviendo el fideo que había puesto a hervir.

-Tengo que quemarme para saber si ya está, Olivia. -dice algo exasperado.

La verdad lo he torturado desde que llegamos hace como una hora. No me gustaría que tenga otra herida en el mismo día.

Al llegar, lo primero que hice fue pedirle agua oxigenada para limpiar su raspón de la caída de la mañana, lo cual lo hice rodando miles de veces lo ojos mientras él se quejaba de que no había necesidad de hacer todo eso. Que había tenido peores caídas y que una vez se había raspado la mitad de la cara. Lo hicimos sentados en la cocina, una muy espaciosa y bonita.

Su hogar era muchísimo más hermoso de lo que aparentaba, ya había visto su jardín antes, que se encontraba bien cuidado, y ahora me tocó ver el interior. La sala estaba a la derecha de la puerta principal, era toda blanca con colores marfil con sofá de cuero negro pegados a las paredes. Todos los muebles estaban apoyados a las paredes, supuse que para dar más espacio de libertad al caminar para Dustin.

Seguida de la sala estaba la cocina, donde estábamos instalados desde que llegamos. El mueble de mármol quedaba por las paredes y debajo estaban las almaceneras, no hacia arriba como había en mi casa de Paraguay y en el departamento de ahora. El lugar era limpio y luminoso a pesar de que los electrodomésticos eran negros. La estufa era eléctrica, y no con esos que debes prender fosforo y apretar un botón. Él solo giró una perilla y ya el brasero se calentó.

Había una mesa para ocho personas en el medio, y Dustin se movía perfectamente alrededor de ella, excepto cuando me golpeaba la cabeza con el codo o con algo que tenga en la mano, apropósito.

Tampoco quería que lo ayudase en nada. Solo preguntaba para asegurarse de que agarraba bien los ingredientes, y todo estaba bien.

Empezó a calentar el agua en una cacerola, y cuando estaba hirviendo, vertió los fideos con forma de espiral y un poco de sal y lo revolvió un poco. Seguidamente, sacó mantequilla y leche del refrigerador de tres puertas que había.

Y como no me dejaba hacer nada, pensé: si su casa es muy bonita y tiene modernismo y es más o menos lujosa, por qué su local era tan descuidado.

-¿Te gusta el atún? –preguntó.

-Sí. –respondí. Aunque no de inmediato.

Lo vi ahora sacar un pote rojo del congelador y lo puso a un lado de los otros ingredientes. ¿Qué rayos íbamos a almorzar?

Volvió hacia la olla y lo revolvió otra vez, luego alzó un fideo con el tenedor largo y lo probó. Asintió con la cabeza para luego sacarla del fuego, agarrando la manija larga de la cacerola y lo llevó hasta la pileta. Buscó a tientas el colador que estaba allí y cuando lo encontró, midió el espacio y derramó todo en el lugar adecuado.

Hizo un ruido de que estaba caliente, y luego bajó la olla, abrió el grifo y dejó que se derrame sobre los fideos calientes, luego volvió a llevar la cacerola al fuego, donde puso al mínimo. Volvió por los fideos y los vertió otra vez.

-¿Puedo sacar los platos al menos? –pregunté.

-¡Por supuesto! –exclamó. – Primera gaveta. –señaló más o menos cerca de él.

Me levanté de la silla y fui a buscar dos platos. Abrí una puertita cuando me puse de cuclillas a un lado de Dustin, había dos pisos de platos, unos planos y otros hondos. Opté por planos y tomé dos.

Cuando me incorporé vi que sacudía dos cucharadas de mantequilla dentro de la olla. Luego vertió leche.

-¿Cubiertos? –pregunté.

Nueve en puntoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora