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Cuando desperté, en mi recamara, eran casi las diez de la mañana. Me encontraba en pijama, que se trataba de una camiseta del Olimpia que se la robé a Noah hace ya muchísimo tiempo. Una vez levantada, agradecí que no me doliera la cabeza por la borrachera de anoche, pero sí me encontraba con unas ojeras tremendas y el delineador de ojos no ayudaba en lo absoluto. Se había corrido todo.

Me duché y de igual manera mis ojos seguían con una pequeña bolsa bajo ellos. Escuché que tocaron el timbre y con mi bata envuelta fui a fisgonear de quien se trataba.

Brandon.

-¿Cómo amaneciste? –preguntó mientras se adentraba a mi casa. Yo seguí mi camino a mi dormitorio.

-Más o menos. –respondí. Busqué un conjunto de entrecasa para ponerme. Escuché el grifo de agua abrirse y luego ruiditos por mi cocina. A los pocos segundos, Brandon estaba conmigo, de nuevo.

-Tómate agua y esta pastilla. –mi primo llegó a mi recamara y bajó un vaso junto con una pequeña pastilla en mi tocador frente al espejo. – Es para tu post-resaca. Anoche te di otro. No sientes dolor, ¿verdad? –preguntó sonriendo victorioso. Negué.

Con Brandon éramos tan confiables. Desde que tuve como siete años nos conocimos personalmente cuando fue a Paraguay y nos hicimos amigos, además de que éramos primos. Él era el que siempre, en más de diez años, iba a mi país de vacaciones. Cuando nos hacíamos más grandes, ya contábamos con la tecnología y hablábamos horas y horas por video chat o mensajes.

Me tocó a mí, a los dieciocho años, venir a Estados Unidos e iba a ser para quedarme.

-Iremos a la pista, ¿quieres venir? –preguntó cuando vio que iba a ponerme un short de algodón. Paré en seco.

-¿Pista? –pregunté. Él asintió.

-Haremos skate con los chicos. Estás invitada. –sonrió.

-No sé patinar. Ni siquiera en rolers. –reí ante mi incapacidad de hacer algún deporte.

-Dustin te enseñará. O eso le dijiste anoche. –borré mi sonrisa recordando cuando hice mi intento de coqueteo. Entonces recordé que se lo pedí. Mierda. Y también le dije que era guapo.

Oh, Santas Mermeladas, que vergüenza.

Brandon traía una sonrisa picarona. Lo miré con los ojos achinados para que quitara esa expresión de su rostro y me puse a buscar nueva ropa. Mientras él salió de mi recamara a prepararme algo de desayuno, me vestí con un short de jean y una remera rosa pálido de Harvard University que conseguí en una tienda de rebajas hace unos días y mis Keds rosa y gris a rayas también. Mi melena la sostuve en una cola de caballo y me puse mi Ray Banz negras.

-Tu desayuno. –mi primo me tendió un sándwich de jamón y queso envuelto con servilleta de papel. – Lo comes por el camino.

Cuando íbamos saliendo, recién me di cuenta de que traía con él una patineta. Hoy lucía una musculosa negra y bermuda color crema, además de Vanz, su cabello rubio parecía tener mechas castañas, a un estilo californiano.

**

Íbamos caminando por la acera con el sol quemando mis piernas blancas y deseé haberme puesto protector solar. Por más que no era el calor infernal de Paraguay, su sol era potente.

Mi conciencia prontamente me hizo recordar que Dustin iba a estar con ellos y mi corazón se aceleró. No podía hacer mi golpe si aún tenía una duda rondando por mi cabeza, por más que es muy pronto de habernos conocido.

-Oye, Brandon...

-¿Sí? –preguntó.

-Tengo una duda. –me hizo un gesto con la cabeza para que siga. –Stephie y Dustin son... -sentí ruborizarme.

Nueve en puntoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora