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Al día siguiente, los momentos de la noche anterior son vagos. Recuerdo que Brandon me había llevado hasta su auto casi a rastras por lo dormida que me encontraba y que había preguntado a Dustin si iba con ellos. A lo cual, este último había dicho que se iría con Annie.

Incluso hasta semidormida ese nombre lograba cabrearme, y solo la he visto una vez. Creo.

Ahora estaba escuchando a mi alarma sonar, avisando que ya eran las siete y treinta y debía prepararme para mi clase de skate. Me levanté de la cama y fui al baño a por una ducha.

Mientras el agua caía a chorros por mi cabeza, empapándome completa, pensaba en que tal vez ya sea hora de comprar una patineta, no usar más la del profesor sexy que tengo. Además así podré salir con Stephie, mi intento de única amiga hasta ahora. Había vestido un short turquesa y una remera rosa pálido, y Keds.

A las siete y cincuenta salí del edificio, despidiéndome del señor Rogers, el guardia de seguridad quien acaba de reemplazar al señor Clayton, el guardia nocturno. Iba más expuesta en la parte de arriba, ya que la manga era más corta que de costumbre pensando que necesitaría un pequeño bronceado antes de comenzar la universidad.

Caminé hasta la pista, encontrándome ya con Dustin en la misma escalera de siempre.

-Hey. –saludé cuando crucé el portón.

-Buenos días, bella durmiente. –dijo él. Paré en plena caminata y me sentí roja, y no por el calor.

Qué vergüenza, otra vez.

Me había dormido, cierto, ayer en su hombro.

-Últimamente madrugo mucho. –me defendí, volviendo a retomar mi camino hasta él.

-Hoy traje tarta con mermelada de dulce de leche para ti y de frutilla para mí. –dice sacando un pote transparente que contiene las masas. –Espero que te guste.

-Dustin, no debes molestarte. –ahora me sentía rara con él trayéndome el desayuno.

Me empezó a incomodar.

-Nada de eso, Olivia. No es molestia, ya te lo dije. –su voz ronca me daba piel de gallina.

Sin decir más, le tendí la tarta que contenía mermelada de frutilla y yo tomé la de dulce de leche. Para beber había traído chocolatada fría. La verdad, mientras comía, no podía quejarme. Eran como las manzanas prohibidas esas masas, deliciosas y exquisitas.

-¿Puedes decirme ya donde queda el café de tu madre? Tengo que llenar mi almacén con estas cosas dulces que traes. –le digo una vez que comí todo y bebía el chocolate.

Él rió. Suave y ronco.

La nuez en su garganta se movía y sonreí por eso. Era tan de él, que lo hacían lucir tierno al igual que ese gesto de la nariz...

-¿Ya terminaste? De comer, digo. –dice. Yo asiento.

-Sí. Estuvo delicioso. –hago sonar el vaso de plástico con la pajita, para que escuche que he vaciado.

Él me pide que le devuelva el vaso, y guarda todo lo que usamos en su mochila de vuelta.

-Empecemos. –se levanta con la patineta en brazos y su bastón.

Le sigo rápidamente cerca de la reja, donde casi no hay obstáculos y baja la patineta, colocando un pie sobre ella. Se cruza de brazos y sonríe.

Ahora que lo observo, traía una musculosa azul marino que se desteñía hacia abajo en gris con líneas rojas, además unos pantalones oscuros. Su cabello se movía con el fuerte viento que hacía a pesar del sol quemador, y podía ver un poco tras sus lentes negros.

Nueve en puntoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora