CAPÍTULO 1

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Hannah Vulpetti, Nueva York.

"Todo pasa por una razón" esa era la frase favorita de mi madre. Cada vez que algo malo sucedía, ella citaba esa frase. Cuando tenía diez años, le diagnosticaron leucemia, yo no comprendía nada, tan sólo era una niña. Con el tiempo ella fue perdiendo su cabello, y su juventud; y papá y yo perdimos las esperanzas. Después de siete años de lucha, finalmente se dejó llevar. Murió hace un par de meses, varios días después de que comenzaran las vacaciones. Sus últimas palabras fueron exactamente las mismas que repitió durante toda su vida: Todo pasa por una razón.

Mi padre decidió que lo mejor sería mudarnos, y dejar el recuerdo de mamá lejos. Así que vendió nuestra casa y pasamos de vivir en la paz y tranquilidad de Wisconsin, a las bocinas y luces extravagantes de Nueva York.

Dejar allí a mis mejores amigos de la secundaria fue la segunda peor cosa de las últimas semanas, recientemente habíamos planeado un viaje de despedida antes de la graduación, pero tuve que cancelar, ya que no estaría en la escuela para el último año. Papá cree que lo mejor para mí es que vivamos en otra ciudad: nueva casa, nueva escuela, nuevos amigos y nuevo todo; no sabe realmente lo equivocado que está. Mi vida estaba en Wisconsin, sería feliz allí, y sentía que tendría a mamá cerca todo el tiempo. Creo que esta mudanza es más para él que para mí, pero no lo culpo, él está aún más afectado que yo, y lo entiendo.

Tendríamos una nueva oportunidad de vivir, y yo debía aceptarlo, por él, y también por mí.

Mis raíces son algo... extrañas. Mi padre es italiano y mi madre era latina. Ambos se conocieron y "enamoraron" en Wisconsin, mamá se había mudado y papá estaba haciendo viajes de negocios con sus jefes de aquellos años. Papá era de esos hombres que se la pasan viajando gracias al trabajo, nos veíamos pocas veces y durante muy poco tiempo. Todo eso duró hasta que mamá se enfermó y tuvo que buscar un trabajo local, al que también tuvo que renunciar para venir a vivir a Nueva York.

—Ya casi llegamos, cariño —dice papá a mi lado, en el asiento del conductor.

Va a una velocidad exageradamente moderada, lo prefiere así aunque yo le diga lo contrario.

—Recuerda que será un departamento más pequeño que nuestra casa —vuelve a hablar papá, se oye algo melancólico—. Ahora somos sólo dos.

—Sabes que no tengo ningún problema con eso, papá —pongo mi mano sobre la suya, dándole mi apoyo.

Él asiente, y fija su vista en en camino de nuevo, absorbiéndose en sus pensamientos. Lleva su camiseta favorita a cuadros y sus lentes oscuros, siempre dice que entre más viejo esté, más joven se siente. Agradezco al cielo por darme las curvas latinas de mi madre, y el cabello rojizo y ojos verdes italianos de mi padre, es como una combinación exótica que casi ninguna otra chica tiene, y me encanta. 

Finalmente, después de casi veinte horas de viaje sin dormir, llegamos al edificio que se supone será nuestro nuevo hogar. Empezamos a sacar todas las cosas del auto y a subirlas poco a poco al departamento, después de dos horas de subir y bajar por el ascensor hasta el séptimo piso, solo quedan unas cajas por llevar.

—Quédate aquí, yo las traeré —le sonrío a papá.

Asiente y se desploma sobre el gran sofá grisáceo que venía ya con el departamento. Camino de nuevo al ascensor esperando que abra sus puertas, cuando finalmente se abren, entro y presiono el botón del primer piso.

Detengo las puertas con mis manos al notar que alguien viene corriendo y veo entrar a un chico, trae su cabello negro húmedo y le cae por las orejas y la frente. Lleva puesta una sudadera y camiseta gris, junto con tenis. Entra sin decir una sola palabra y se hace a mi lado, es más alto que yo por una cabeza. Las puertas del ascensor se cierran y él sigue sin decir nada.

—Gracias sería la palabra correcta —digo gentilmente.

Gira la cabeza hacia mí y me estudia con la mirada, sus ojos azules profundos, que son de un color demasiado oscuro... tal como el mar cuando anochece, se quedan por un momento en los míos, pasa a mirarme desde mis zapatos hasta mi cabello, aleteando sus largas pestañas con el movimiento de sus párpados, y me hace sentir extremadamente incómoda cuando lo hace. Su mirada se detiene de nuevo en mis ojos, firmes y decididos, y un brillo extraño cruza su mirada, dejándome distraída por un instante. 

—¿Por qué debería agradecerte? —dice al fin, desviando la mirada de nuevo hacia el frente.

—Tal vez por detener el ascensor y dejar que entraras —sonó más como una pregunta que como una afirmación.

—No te pedí que lo hicieras —dice con sequedad.

—Lo sé, pero necesitabas entrar, y yo te hice un favor.

—No tenía problema en esperar unos minutos.

Lo miro incrédula, esperando que sea una broma de mal gusto, pero no lo es, simplemente sigue mirando hacia el frente, esperando que las puertas del ascensor se abran para poder salir y librarse de una incómoda conversación, al igual que yo.

—Soy Hannah —digo para bajar la tensión.

Le extiendo mi mano y sonrío a modo de saludo. Él sólo la mira y sonríe también, pero su sonrisa es burlona. Vuelve a fijar la vista al frente y yo bajo lentamente mi mano hasta que está de nuevo sobre mi muslo. Si sólo hubiese dejado que las puertas se cerraran, no estuviera tan incómoda ahora.

—¿Era ese un favor también? —pregunta él sin mirarme—. No te pedí tu nombre tampoco.

—¿Eres tan idiota siempre?

Memira de nuevo frunciendo el ceño y se acerca a mí, un aroma a menta y lociónmasculina se queda impregnado en mis fosas nasales cuando lo tengo en frente demí, retrocedo lo suficiente para pegarme a la pared del ascensor y él sigue consus ojos puestos fijos en mí, tratando de hacerme sentir inferior. Pero no lologra, no soy de las que se intimidan con simples miradas.  

—No te metas conmigo, enana —dice en tono amenazador—. No te gustaría descubrir de una mala manera que soy todo menos idiota.

Entrecierro los ojos hacia él, no me queda duda de que sí es un idiota.

—¿Me estás amenazando? —pregunto arqueando una ceja.

—Tómalo como quieras.

Sonríe con aire superior y en ese momento las puertas se abren. Él sale trotando del ascensor hasta la entrada del edificio y justo antes de cruzar el umbral se vuelve hacia mí y me guiña un ojo.

Suelto un suspiro de frustración, esta es la más incómoda situación en la que me he encontrado. No logró intimidarme, pero sí incomodarme. Salgo también del edificio y saco las últimas cajas del auto. Me dirijo nuevamente al ascensor con las dos cajas sobre mis manos, son demasiado pesadas para bajarlas y presionar el botón de llamada del ascensor.

—¿Necesitas ayuda? —dice alguien a mi lado.

No puedo ver quién es, ya que las cajas están obstruyendo mi visión, es una chica, su voz me lo confirmó. Siento el peso sobre mis manos bajar un poco y me doy cuenta de que han quitado una de las cajas. Mis ojos se encuentran nuevamente con unos azules profundos, y al otro lado aparece la chica que me ofreció ayuda: su cabello muy castaño casi negro cae liso sobre sus hombros y es un poco más alta que yo.

Ilumíname La Vida © [D&L#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora