CAPÍTULO 5

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Varios días después del gran almuerzo con los vecinos, quedé con mi mejor amiga de Wisconsin para ir de compras, ella estaría una semana en esta ciudad por las vacaciones de verano y prácticamente me obligó a decirle que sí. Allí estoy yo, frente al espejo de mi habitación, mirándome por última vez antes de salir: llevo puestos un short de jean y una blusa holgada azul de mangas cortas. 

Tomo mi bolso, me despido de mi padre y salgo del departamento a eso de las cuatro de la tarde, tomo un taxi hasta el centro comercial donde me veré con ella y espero en la entrada hasta que decida aparecer.

—¿Hannah? —escucho a mi espalda.

Doy media vuelta y allí está ella, con unas gafas de sol cubriendo sus ojos y su cabello rubio atado en una cola de caballo alta, lleva un vestido veraniego con sandalias que le combinan perfectamente. El vestido resalta sus curvas y deja ver gran parte de sus largas piernas. Ella es mucho mas delgada que yo, y un poco más alta, su rostro y piel es casi inmaculado, yo en cambio tengo algunas notorias pecas por todo en el rostro y también en algunas partes de mi cuerpo. Su cabello es de un rubio ceniza y el mío es un rojo intenso. Somos como dos polos opuestos, y por ello somos mejores amigas.

—¡Rosie! —digo con entusiasmo.

Ambas nos abrazamos fuerte, a pesar de llevar sólo una semana sin vernos, se sentía como si fuesen meses. Rosie es unos centímetros más alta que yo, al igual que Alison, y se aprovecha de su estatura para conquistar. Entramos al centro comercial y paseamos un rato, a medida que vamos adentrándonos en las tiendas, nos sorprendemos al ver la cantidad de cosas preciosas que hay, es como si estuviésemos en el paraíso de la moda.

—Cuéntame qué ha pasado —pregunta después de un rato.

Ahora estamos sentadas frente a frente en una cafetería dentro del centro comercial, tomando té helado y comiendo galletas saladas.

—He conocido a varias personas dentro del edificio donde vivo —respondo dándole un sorbo a mi té.

—¿Algún chico lindo? —mueve las cejas de arriba a abajo con aire cómplice.

—No —respondo de inmediato—. Bueno... Hay un chico, pero es un idiota.

—¿Qué te he dicho sobre llamar a los chicos idiotas sin razón? —me reprocha—. Si sigues así terminarás soltera y con cincuenta gatos.

—Prefiero eso a un idiota.

—¡Pero dime! —dice haciendo caso omiso a mi respuesta—. ¿Es lindo?

Mi mente viaja hasta el primer día que lo vi: su mirada profunda paseándose por mi cuerpo sin disimulo, la sudadera y camiseta gris que se le pega al cuerpo perfectamente, y sus penetrantes ojos azules clavados en los míos varios instantes. Sacudo la cabeza al notar hacia dónde están yendo mis pensamientos, vuelvo a fijar la vista en Rosie, que me mira esperando una respuesta.

—Supongo —digo encogiéndome de hombros.

Entrecierra los ojos hacia mí, como si no creyese lo que le digo.

—¿Supongo? —repite—. Suena a que quieres esconder que es un dios griego...

—¡No es un dios griego, Rosie! Es un idiota con complejo de superioridad.

—Un idiota con complejo de superioridad que es un dios griego... —dice lentamente.

—¡Que no es...! —grito, ganándome la mirada de varias personas alrededor—. ¿Qué te sucede? —ahora susurro—. ¡Él no es ningún dios griego!

Ella alza los brazos en modo de rendición y le da un sorbo a su té.

—De acuerdo, te creo —dice finalmente—. ¿Cómo están tú y tu papá?

—Mejor —digo con sinceridad—. Papá ha estado ocupado, consiguió trabajo cerca del edificio donde vivimos.

—¿Y tú cómo estás? No parece que te afecte tanto.

—Por supuesto que me afecta, Rosie. Pero sabes que no soy muy buena para expresar emociones —sonrío—. ¿Por qué llorar cuando puedo alegrarme con su recuerdo?

—Tienes razón —dice asintiendo—. Te amo por eso, Rodríguez.

—¿Sólo por eso me amas? Vaya, estoy haciendo mal el trabajo de mejor amiga...

—No seas tonta, Hannah —niega con la cabeza y comienza a reír.

—Cuéntame tú, ¿Hay alguna novedad?

—La verdad es que no —dice tristemente—. Te extrañamos, el viaje al gran cañón no va a ser lo mismo sin ti.

—¿Me extrañan? —digo con desconcierto—. ¿Tanto cómo para dejar a papá aquí e irme contigo?

—Para nada —me observa de pies a cabeza a través de la mesa—. Veo que te sienta bien Nueva York.

—¿Sabes? Creo que al final sí necesitaba un cambio en mi vida.

—Estoy de acuerdo contigo —dice asintiendo—. Sólo ha pasado una semana, en un mes ya serás toda una diva.

Reímos las dos y seguimos hablando de cosas sin importancia un rato más. Después de varias horas más juntas, su padre la llama y no le queda más remedio que irse. Salgo del centro comercial en busca de un taxi, pero no hay nadie, ya es de noche y las calles están completamente solas. Camino en busca de un taxi y evidentemente me pierdo en la inmensidad de la ciudad.

A lo lejos escucho voces y sonidos extraños, como golpes. Trato de alejarme todo lo posible de ellos caminando en la dirección contraria. De pronto siento como alguien me arrebata el bolso de las manos, antes de que pueda voltearme y ver de quién se trata, pone su mano en mi boca y algo filoso en mi cintura. Mi pulso se acelera al darme cuenta de que es una navaja.

—Quieta, muñeca —escucho en mi oído.

Es un hombre, su voz es gruesa y firme, pero juvenil. No tiene más de veinte años. Me guía por la oscuridad hasta un callejón y me suelta de golpe, haciendo que por poco me caiga de rodillas al suelo.

—No te muevas —vuelve a hablar—. Si te giras, tendré que cortarte la garganta.

Mi respiración se vuelve agitada, hago lo que me dice y no me muevo. Oigo que busca algo dentro de mi bolso, después de un momento gruñe al notar que no hay nada bueno allí, salvo por mi teléfono y algunos dólares. Escucho pasos acercándose a mí, y luego él parado a mi lado. Me hace adentrar aún más en el callejón, dónde puedo divisar a otras dos personas cruzadas de brazos en la oscuridad. No puedo identificar sus rostros, está muy oscuro. Bajo la cabeza, evitando su mirada.

—Muchachos —dice el hombre a mi espalda—. Encontré a esta chica caminando sola en la calle, decidí traerla, al parecer está perdida. Ya comprobé, no es policía.  

Uno de ellos se acerca y me evalúa con la mirada, sus ojos color miel se quedan durante varios segundos sobre mis pechos. Alzo la cabeza para verlo: Tiene el cabello corto y puedo notar sus ojeras a larga distancia, pero no son de cansancio. Está bien vestido, como si hubiese acabado de salir de una fiesta de adolescentes.

—Stone, tú mandas —dice mirando hacia atrás—. ¿Qué hacemos con ella?

Este último se acerca con paso lento y con la cabeza abajo. Justo antes de que aparezca en la tenue luz del callejón, logro ver su rostro. Abro los ojos al verlo completamente cuando alza la cabeza para mirarme, y su rostro me dice que está tan o aún más sorprendido que yo.

—¿Tú?

Ilumíname La Vida © [D&L#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora