Capítulo 01: Plebeyo patético.
Marzo 10 de 1899Camino como de costumbre por los pastizales, es gracioso que de tanto venir por aquí ya haya creado mi propio camino con solo las marcas de mis pies.
Minutos después me encuentro cerca a la plaza del pueblo, sonrío con suficiencia cuando llegando casi las 6:00 de la noche los negocios comienzan a cerrar, las personas a apurarse con las pocas compras que hacen y poniéndose en alerta a donde fuera que vayan.
Humanos inútiles, humanos tontos. Como si haciendo eso evitarían lo inevitable.
La muerte.
Si lo pensaba bien, yo no era tan mala como decía Sabina, sólo los ayudaba a adelantar el día de su muerte, a que dejen este inmundo pueblo que invadían día tras día.
Observo a un hombre, que no debe tener más de 30 años, luce todo un caballero, con un traje bien puesto de muy buena tela y una corbata que en realidad es una baratija, aun así era un pueblerino pobre. Él camina hacia una florista con carreta y pide un par de margaritas, ese pobretón no es capaz de comprarle un ramo de rosas a su esposa. Miserable.
Entonces sé, que es mi próxima víctima. Tapo mi cabeza con un manto color perla con pequeñas flores bordadas, regalo de mi buen amigo Marshall, y sigo al hombre por el sendero a donde va.
Sonrío victoriosa cuando noto que se dirige a un carruaje no sin antes percatarse que no hubiera ningún "demonio" cerca.
Ups, al parecer no me notó.
El carruaje arranca, golpeteando al caballo blanco de crin grisácea. Es bonito, quizás lo agregue a mi nueva colección de caballos para montar.
Aburrida, lo sigo notando que se aleja lo suficiente del pueblo, hago el procedimiento necesario adelantándome en el camino y luego cayendo sobre el sendero de tierra, mancharía mi vestido pero uno menos no importaba.
— ¡Au! — me quejo sobando mis brazos y sujetando el tapado sobre mi cabeza. Pronto veo el carruaje acercándose y mis quejidos son más fuertes hasta que empiezo a lloriquear.
Exitosamente, el carruaje se detiene con el caballo relinchando.
— ¿Señorita se siente bien? — pregunta el cortes pueblerino. Niego con la cabeza sobando mis manos.
El hombre se baja y camina hacia mí, se coloca de cuclillas observándome sin saber qué hacer.
Levanto la mirada para que pueda verme mejor, él traga saliva impresionado por mi belleza o quizás por el escote profundo en mis pechos. Sí, una vez más, otro hombre con aquel deseo sexual existente cuando ven a una mujer más bella que la gorda con la que se casaron.
ESTÁS LEYENDO
El Despertar de Audrey
VampiriHan pasado ciento dieciocho años, más de un siglo en el que permanecí dormida, sin sentir aquel dolor que me embargo por mucho tiempo, dejando que el tiempo transcurriera, que los años pasaran por encima de mi hasta el día de mi despertar. Pero n...