Capítulo 29

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 Sólo que de alguna manera parecía más intenso. A medida que su pelvis apretaba contra su trasero, ella se dio cuenta del motivo. Él había dejado el dilatador en ella. Cada impulso en su interior lo movía un poco, llenándola más completamente, y enviando extraños sentimientos zumbando a través de ella. Sensaciones que no conocía. Que ella no quería que le gustasen... pero lo hacían. Oh Dios, lo hacían.

Estaba tan caliente y mojada, que él quería sólo enterrarse profundamente y correrse. Pero había una cosa más por lograr. Así que se contuvo a sí mismo, moviendo su polla adentro y afuera muy, muy despacio, para darse la oportunidad de recuperarse. Pero, maldita sea, ella tenía una mejor recuperación rápida. Esta posición era un infierno en el control de un hombre.

Intentando distraerse a sí mismo, deslizó su mano por debajo de sus pechos. Dios, estaban magníficos, tan llenos que ocupaban toda su mano, y sus pezones tan sensibles que cualquier tirón de las pinzas le hacía apretar el coño a su alrededor. Gradualmente él mismo se ubicó de modo que su pene golpeara duro sobre su punto G. Sonrió cuando ella se puso tensa. Al parecer, había golpeado en el lugar correcto, uno tan sensible como sus senos.

Obviamente olvidando sus restricciones, ella gimió y trató de moverse, siendo detenida por los puños. Su vagina se apretó en torno a él al darse cuenta de su vulnerabilidad. Su férreo control estaba por los suelos, su voluntad traspasada a él, incluso su cuerpo era suyo.

Él empujó sus piernas más separadas para enfatizar su impotencia y vio sus manos cerrarse en puños. Puños. Él no había alcanzado el desnudo núcleo de su sumisión todavía. Agarrando las cadenas de las pinzas de sus pezones, tiró suavemente con cada empuje. Interpretándola y respondiendo en consecuencia, empujándola hacia la pura sensación y sumisión, incluso mientras conducía a su cuerpo para llegar al clímax, recordándose a sí mismo cómo las sinfonías de Beethoven terminaban cuando todas las partes se reunían en el final.

Lentamente se apretó en torno a él. Sus muslos, muy separados, temblaban como hojas de álamo en un viento de invierno, pero las restricciones mantenían sus piernas abiertas. Ella estaba cerca.

Empujándola de nuevo a una posición de rodillas, deslizó su mano por su estómago hacia su coño, anclándola en el lugar y ejerciendo presión sobre su hinchado clítoris, al mismo tiempo. Con la otra mano, cogió el delgado dilatador en su vulnerable pequeño culo. Lo movió, aumentando la sensación, incrementando su sumisión.

Su cuerpo entero tembló por la sorpresa, e hizo un ruido indescriptible. Sus caderas se sacudieron, inadvertidamente frotando su hinchado nudo contra la mano que la sujetaba. Ella gimió, entregándose al placer. A él. Sólo un Dom podía conocer y apreciar este apresurado sentido del poder.

Él empujó con su polla y deslizó el blando tapón afuera; sacó su polla afuera y empujó el dilatador adentro. Sus piernas se pusieron rígidas, su espalda arqueada, empujando el trasero más arriba. Mientras él continuaba, su sedoso coño aplicaba mano dura contra él, más y más fuerte, y segundos después ella convulsionó, gimiendo su clímax en corto gritos que se correspondían con cada ondulante espasmo de su vagina. Joder, él amaba su desenfrenada respuesta, y e incluso más, que ella necesitara restricciones para llegar allí.

La sensación de ordeñe apretando alrededor de su polla creció hasta que no pudo aguantar más. Asentó el dilatador firmemente dentro de ella, la agarró por las caderas con ambas manos, y estampó profundamente. Su propio clímax estalló hacia arriba y hacia afuera de él como un volcán, el fuego llegando desde muy profundo adentro de él y disparó a través suyo.

Cuando pudo respirar de nuevo, liberó el agarre que sostenían sus muñecas con los tobillos y los derribó a los dos, tirando de ella contra él de manera que su espalda se apoyara en su pecho. Aún estaba profundamente incrustado en su interior. Ojalá pudiera quedarse allí para siempre. Envolviendo sus brazos alrededor de ella y enterrando su rostro en su cabello sedoso. Dios, le gustaba tener una sub suave, temblorosa en sus brazos.

Y esta suave pequeña sub acababa de hacerle un regalo con una profundidad de respuesta que lo impresionaba. Tan diferente a su firmeza durante el día. Maldita sea, a él le gustaba eso. Le gustaba su personalidad alegre, incluso en el desayuno, por lo cual ella debería ser fusilada. Y la manera en que ella acariciaba a Thor, incluso cuando él le daba miedo. La forma en que sonrió cuando vio a una cierva y al cervatillo. La manera en que sus grandes ojos verdes lo miraron cuando ella le dio sus muñecas. Él quería a esta suave pequeña sub, y quería su collar alrededor de su cuello. Dios le ayudara.

Los disparos crepitaban abriendo el fuego de las M-­‐16 como petardos en los esteroides. La tierra se sacudía por la explosión de un IED. Los camiones volaban por el aire, lanzándolo a él y a los otros como si fueran canicas sobre el cemento. Gritos... tantos gritos. El sudor se derramaba por su cara, o tal vez el líquido caliente era la sangre. Su corazón martilleando, esquivando otro lado del callejón, se sumergió en un edificio. Su casco había desaparecido en algún lugar. El parejo, sordo ruido de unas cincuenta mierdas se abrió, y a continuación, el rugido de un helicóptero de evacuación médica. Él movió su mirada, sabiendo lo que vería. Demasiado tarde para el rescate. Su equipo, oh Dios, su equipo. Vetas rojas en la arena como un caleidoscopio lleno de sangre. Gritos de agonía. Hombres cruzando al otro lado del callejón, viniendo hacia él. Sus manos apretadas sobre... ―¡Niall!

Manos que lo sacudían, pequeñas manos. Apretó los brazos del soldado. Suaves, redondos. La voz no era correcta, alta, utilizando su nombre. Parpadeó y vio grandes ojos verdes, pálida piel con pecas, labios de color rosado. Se obligó a aflojar sus manos. ―_________. ―Su voz sonaba como si la tuviera áspera en carne viva.

―¿Estás despierto ahora? ―Ella le alisó el pelo hacia atrás de su cara sudorosa. ―Eso sonaba como una desagradable pesadilla.

Su aliento sopló hacia fuera. ―Sí. ―Sus manos se apretaron sobre sus hombros, el color rojo aún seguía tiñendo los bordes de su visión. ¿Qué había hecho? ¿La había golpeado? ―¿Estás bien?

―Bueno, seguro. Yo no era la que estaba teniendo una pesadilla. ―Se salió de sus brazos y corrió al cuarto de baño; las últimas dos velas encendidas se reflejaron en su piel pálida.

Suspiró, su interior más agitado ahora que lo que había estado el propio día del horror. Dios, ¿cómo podría haberse quedado dormido? Podría haber...

―Aquí. ―Un brazo debajo de sus hombros lo instó hacia arriba. Él tomó el vaso que ella le dio y lo miró.

―Niall bébelo.

El agua fría despejó la sequedad de su garganta. Después de poner el vaso sobre la mesa de noche, ella limpió el sudor de la cara y de su pecho con un paño. ―No.

Antes de que él encontrara las palabras para decirle que tenía que irse, ella lo empujó hacia abajo y se acurrucó junto a él, poniendo su cabeza sobre su hombro. Uno de los brazos redondeados se curvó sobre el pecho, sosteniéndolo con delicadeza. ―Odio las pesadillas, ―murmuró y se quedó dormida dentro de dos respiraciones.

Niall se quedó mirando el techo, demasiado consciente de la mujer acurrucada encima de él como un cachorro confiado. Ya profundamente dormida. Después de un minuto, puso una mano debajo de su cabeza y envolvió la otra alrededor de sus hombros. Ella parecía tan fuerte, ¿no? Teniendo en cuenta su descripción del ataque del perro, ella probablemente lo sabía todo acerca de las pesadillas.

Ella seguramente peleaba contra ellas un infierno de mucho mejor que él. Nunca había hecho nada después excepto sentarse en el borde de la cama y agitarse. El agua que le había dado le había quitado más que la sequedad, el paño más que el sudor, de alguna manera lo había hecho volver a la realidad y desterrar la acostumbrada prolongación persistente.

Su respiración creaba una pequeña mancha caliente sobre su hombro, su pecho subía y bajaba en el tranquilo ritmo del sueño.

Él tomó un largo, cuidadoso suspiro. Había tenido suerte y no la había lastimado. No habría sueño para él esta noche, sino la alegría de poder encontrarse en el aquí y ahora.

Master of the MountainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora