Capítulo 38

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Ella puso los ojos en blanco. Por supuesto, habiéndola tomado como tropecientas veces en una noche más o menos tenía ese efecto. Ella envolvió sus dedos alrededor de su mano, sintiendo un escalofrío interior por la diferencia con la suya. Oscuramente bronceada, callosa y musculosa. Sus muñecas eran del tamaño de sus manos. Él la dejó explorar, apoyando su cabeza arriba para observarla en la tenue luz de las velas. Después de un minuto, ella besó su palma y curvó los dedos hacia abajo.

Cuando lo soltó, él le acarició la mejilla, una leve sonrisa en su rostro. ―Me preocupas, pequeña sub, ―murmuró. ―¿Tus padres olvidaron proporcionarte un botón para hablar?

Ella frunció el ceño. ―¿Qué significa eso?

―Esperaba una cadena de maldiciones después de tu castigo. En lugar de eso entierras todo. Es momento de hablar. ―Sus ojos azules absortos en los suyos. ―¿Cómo te sentiste siendo azotada?

Ella volvió la cara lejos, sólo para que le agarre la barbilla y la obligue a mirarlo. ―No hay botón para hablar, lo siento, ―dijo ella, sabiendo de antemano que era inútil evadirlo. ―Es hora de dormir un poco, ¿no te parece?

Su pulgar le rozó los labios. ―¿Tus padres te daban nalgadas?

Imbécil testarudo. ―Mamá lo hizo una o dos veces. ―Trató de recordar. ―Por escaparme una vez. Para jugar con fósforos.

―Eso es bastante normal. ¿Tu padre no te daba nalgadas?

Ella negó con la cabeza. ―Se marchó antes de que cumpla los ocho. ―Porque ella y su madre eran gordas y aburridas. Sin pensarlo, quitó la mano de Niall de su cara.

Sus ojos se estrecharon. ―¿Él te lastimó físicamente?

―Te dije que no, ¿verdad? ―Ella movió sus caderas a un lado para alejarse de él.

Con un gruñido de exasperación, utilizó una mano pesada para aplanarla sobre su espalda.

―Fue verbal, entonces. ¿Qué te dijo?

―Escucha, Niall ―le espetó ella. ―Quiero dormir, no jugar al psicoanalista, ¿de acuerdo?

―Flaca, ―murmuró. ―Lo recuerdo. Tu papa prefería las flacas.

Contuvo el aliento, sus palabras resbalando como un cuchillo en su corazón.

―Uh-­‐huh. ―Envolvió el brazo sobre ella, deslizándola con más fuerza contra su cuerpo caliente. Su mano apretó su cadera gentilmente. ―_________ tu padre era un idiota ciego. Me gustas tal como eres. ―Él se rió entre dientes. ―Y me gusta mucho darle nalgadas a un trasero con curvas.

El dolor aún persistía, pero ella se relajó ligeramente en su calidez. ―¿Por qué me preguntas sobre las nalgadas? ¿Pensaste que yo estaría contenta?

―A veces el castigo físico o incluso mental puede revivir viejos problemas. Tú reaccionaste como una mujer cabreada. No pude ver nada más profundo, aparte de que consiguió excitarte. ―Su sonrisa brilló. ―Pero puedo perderme algo importante. Y necesitas aprender a hablar acerca de tus reacciones, mascota.

¿La había observado tan atentamente? Por otra parte, ¿por qué debería estar sorprendida? Siempre lo hacía. Ella frunció los labios mientras registraba algo que él dijo. ―Yo no estaba excitada.

―Oh, sí lo estabas, o yo no habría podido tomarte por detrás sin hacer un montón de trabajo. Cuando sus ojos se arrugaron, ella pudo sentir el calor en su cara. Dios, ¿excitada por una paliza? ―Eso no me parece correcto.

―Las personas son diferentes. —Él sonrió. ―Me encantó ponerte sobre mis rodillas y golpearte tu suave culo. Mirándolo volverse de color rosa y sintiéndote retorcerte. ―Su mano rozó sus pechos, haciéndola consciente de cómo sus pezones alcanzaron su punto máximo. ―Podría haber optado por un castigo diferente, pero quería saber cómo reaccionarías al dolor en un contexto sexual.

Ella lo miró furiosa. ―El dolor es el dolor.

Le pellizcó el pezón, y ella sintió la picadura disparar directamente a su núcleo.

Sus ojos brillaron, divertidos. ―No exactamente.

Ella tenía el rostro excitado con un tono rosado, sus ojos dilatados. Lo que no daría por enseñarle más sobre el dolor y el placer. Y quería profundizar en esos problemas de auto-­‐imagen, aparentemente originados por el imbécil de su padre. Pero él no tenía derecho a ir más lejos.

De hecho, teniendo en cuenta su agotamiento, debería irse en este momento antes de caer dormido. ―Voy a comprobar algo en la planta baja.

Ella deslizó la mano desde su cintura hacia abajo, luego la envolvió alrededor de su rápidamente reanimada polla.

Hablando de nalgadas ella definitivamente había cometido un error.

Sus rosados labios se curvaron en una sonrisa. ―¿Tengo permiso para asaltarlo, Sr? ―preguntó con una voz gutural. Con un refinado movimiento, lo empujó sobre su espalda y se movió sobre él, manteniendo su pie elevado. Abriendo las piernas para sentarse a horcajadas, se deslizó hacia abajo hasta que su suave coño presionaba contra la cabeza de su polla.

Bueno. Siempre podía escabullirse después. ―De acuerdo. Asalto concedido.

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Master of the MountainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora