Capítulo 37

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Sintió por segunda vez la frescura del aire cuando empujó su camisón hacia arriba. Un dedo tocó su coño, arremolinando alrededor de sus pliegues a pesar de que ella se retorcía. Él hizo un gruñido satisfecho. ―Estás húmeda, cariño. Muy mojada.

Algo empujó contra su coño, y luego se enterró él mismo en ella tan ferozmente que la hizo gritar. Sus puños apretaban las sábanas mientras su interior temblaba en torno a él. Sus rodillas le empujaron las piernas hacia afuera, abriéndola aún más, y él se insertó tan profundo que rozaba contra su útero. Ella todavía estaba sorprendida por su entrada cuando él empezó a moverse.

Ninguna gentil, dulce seducción, esta. Sus manos se apoderaron de sus caderas, tomando todo el control para sí mismo mientras se clavaba dentro suyo tan duro que pequeños gruñidos se escapaban de ella. Y, sin embargo, a pesar de la manera despiadada en que la tomaba, sus entrañas ardían. Sus pliegues hinchados y palpitantes mientras su necesidad crecía. Enterró la cara en la almohada, girando sólo lo suficiente para tomar aire, dándose cuenta de que era todo lo que ella podía hacer. Sometida, anclada en el lugar, ni siquiera podía retroceder. No podía hacer nada más que tomarlo.

El pensamiento la calentó aún más. Ella podía sentirse apretando alrededor de él mientras los estremecimientos formaban espirales a través de su cuerpo. Sus piernas empezaron a temblar. Se mordió los labios tratando de silenciar un gemido.

Él se echó a reír. Y de pronto deslizó una mano por debajo de su cuerpo, acariciando a través de sus pliegues, acariciando su clítoris con un firme, calloso dedo, la rugosidad contra sus tejidos sensibles incrementaron la excitación. Sus caderas se sacudieron, tratando de moverse, pero él se inclinó hacia delante, presionando su pecho contra su espalda, apoyándose sobre ella con un brazo sobre la cama y el otro entre sus piernas, acariciando, acariciando...

Sus pesadas bolas golpeaban contra su coño, enviando sacudidas a través de ella. El empuje rítmico creaba una pulsación en su interior, cada uno aumentando la enfurecida tensión. Sus manos arañaban las sábanas mientras jadeaba.

Retrocedió, casi todo el camino hacia afuera, y ella gimió. El empuje cuando retornó a través de sus tejidos inflamados le arrancó un grito. Permaneciendo en el interior de ella, frotaba su clítoris, llevándola al borde, y luego levantó sus dedos y sacó su polla otra vez. Duro hacia adentro, los dedos de nuevo. Una y otra vez, hasta que ella no podía pensar en otra cosa que no sea la sensación de sus dedos, de su polla entrando en ella. Ella se apretó aún más, sus piernas se volvieron rígidas y sus manos formando puños.

Repentinamente, él atrapó su clítoris entre sus dedos, dándole un firme pellizco mientras se clavaba dentro de ella.

―¡Aaaaaah! ―El feroz espiral de su interior estalló hacia afuera, enviando placer estrellándose a través de ella. Sus caderas se resistieron contra su mano, pero sus dedos sólo apretaban, manteniéndola atrapada mientras su coño sufría espasmos alrededor de su polla en interminables ondas de placer.

Aminoró, se detuvo y esperó hasta que los espasmos se convirtieron en ondas. Su siguiente poderoso empuje envió una oleada cegadora a través de su cuerpo mientras su interior convulsionaba en torno a la intrusión en otro clímax en espiral. Y otro. Luego abrió sus dedos.

Ella gritó cuando la sangre corrió de nuevo por su clítoris. Cuando estampó de golpe su polla en su interior, y otra violenta liberación la recorrió, la parte superior de su cráneo se sintió como si volara.

―Oh Dios. Oh Dios. Oh Dios. ―Hundió su cabeza en la almohada. Todo parecía demasiado sensible, y trató de apartarse. Sus piernas estaban temblando demasiado como para sostenerla.

Él se echó a reír. Sus manos inquebrantables tiraron de sus caderas, y el martilleo comenzó de nuevo, corto y rápido, sus manos controlando cada movimiento de ella. La ubicó en el ángulo que él quería, entonces hizo un profundo gruñido, y ella pudo sentir su gruesa polla sacudiéndose duro en su interior.

Él no se movió durante un minuto, sólo la sostenía en contra suyo con un brazo de hierro a través de su estómago. Su respiración se tranquilizó, y entonces los volteó a los dos, manteniéndolos juntos adoptando una posición de cucharitas.

―¿Todavía tienes dolor de cabeza? ―le preguntó en el oído, su voz áspera.

―Eres un imbécil.

Él se rió entre dientes. ―Esto es cierto. ―Su mano se aplanó a través de su estómago, manteniéndola clavada contra su cuerpo caliente.

Finalmente, se levantó. Cuando volvió, traía más hielo para el tobillo. La giró sobre su espalda a pesar de sus protestas somnolientas. ―Levanta el tobillo, pequeña rebelde, ―dijo, besándola en la mejilla. ―La hinchazón se ve mejor.

La tomó dos veces más esa noche, despertándola de su sueño, una vez con la boca en su pecho. La próxima vez, él tenía la boca en su clítoris, haciendo un deslizamiento tan sutil dentro de sus sueños que se despertó con un orgasmo. Cuando ella intentó moverse en ese momento, descubrió que tenía sus muñecas esposadas a la cabecera y sus piernas, en sus rodillas, a los lados de la cama. Todavía jadeante, luchaba para soltarse, sólo para tener su boca descendiendo sobre ella otra vez. Luces y burlas, contundentes y rápidas. Yacía abierta hacia afuera, a su disposición para cualquier cosa que él quisiese hacer, y él lo hizo todo. Ella se corrió, una y otra vez. Cuando él finalmente se aplacó, se trasladó hacia arriba para chupar sus pezones hasta que se volvieron de color rojo brillante, luego la penetró, grueso y duro, llevándolos a los dos a un clímax estremecedor.

Después de limpiarse, le puso el tobillo otra vez sobre las almohadas y el hielo, luego la apretó contra su lado.

―Tú eres peor que una madre, ―refunfuñó. ―No me gusta yacer sobre mi espalda.

Se rió y no contestó. El imbécil. Y sin embargo la forma en que... dominaba la relación, la excitaba de una manera que todavía no podía creer.

Él le acarició los pechos, toqueteándolos suavemente. Le gustaba tocar, ella se dio cuenta. En la cama, mantenía los brazos alrededor de ella o una mano sobre ella, como ahora. La forma en que jugaba con sus pechos, o simplemente la tocaba, o corría las manos sobre su cuerpo, la hacía sentir tan... tan hermosa. Deseable.

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Master of the MountainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora