Capítulo 3

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"Hay momentos en los que miras atrás, y no sabes exactamente que paso. Solo sabes que, desde que paso nada volvió a ser lo mismo"

Lo primero que escuché fue la puerta de la habitación abrirse abruptamente y chocando contra la pared debido a la fuerza con la que había sido empujada. Sin abrir los ojos me di vuelta, haciendo caso omiso a esto, y seguí durmiendo. O al menos eso fue lo que intenté hacer.

A los pocos segundos oí la voz de Leila cantándome el Feliz Cumpleaños con todas sus fuerzas haciendo que me sobresaltase. Abrí los ojos tratando de despabilarme y la encontré sosteniendo una bandeja que contenía el desayuno. Con una sonrisa débil me incorporé mientras ella depositaba la bandeja en mis piernas.

—¡Feliz cumple! —exclamó con el mismo tono de voz una vez que finalizó la canción.

—¡Gracias! —le dije semi-dormida observando lo que contenía el recipiente.

—Me levanté temprano solo para prepararte el desayuno —me contó mientras se sentaba en el otro extremo de la cama—. Espero que lo tengas en cuenta.

—¿Vos hiciste los panqueques? —Asintió. —¡¿Leila Offerman cocinando!? —me burlé—. Esto es un suceso muy importante —reí.

—No me subestimes. Cocino varias veces —se defendió.

—Entonces lo haces cuando yo no estoy —le dije agarrando el vaso de jugo de naranja, que al tomar un sorbo supe que había sido exprimido naturalmente.

Ella me sacó la lengua ofendida porque no confiara en sus palabras y se puso de pie para irse.

—¡Pará! —traté de frenarla—. No te enojes —le dije riendo—. No me dejes desayunando sola el día de mi cumpleaños.

—No me enojé, boba —me dijo asomándose nuevamente por la puerta—. Voy a buscar un poco de jugo para mí.

Entonces desayunamos juntas; bueno, ella había desayunado antes pero igual me acompañó con un vaso de jugo.

—¿Y qué vamos a hacer hoy? —me preguntó mientras yo buscaba la ropa para ir a bañarme.

—Supongo que juntarnos con los chicos y… comer —me encogí de hombros—. Mientras haya comida está todo bien —reí.

—Y no te olvides del helado —adivinó mi amiga. El helado era una de mis debilidades más potentes. Se me hacía imposible oponerme a ello.

—Exacto —reí—. Voy a darme una ducha —le avisé agarrando el toallón y saliendo de la pieza.

Una vez que terminé, volví a la habitación y Leila, al verme, se puso de pie con una sonrisa y con una pequeña bolsita decorada con un gran moño plateado haciendo juego.

—¡Feliz cumple! —volvió a decirme mientras me entregaba el regalo.

—¡Wow! Gracias —exclamé mientras abría el paquetito. Adentro había una pequeña cajita púrpura que en su interior contenía una delicada pulsera de plata con dijes de corazones y estrellas.

—¿Te gusta? —me preguntó preocupada.

—¿Qué si me gusta? ¡ME ENCANTA! —dije dándole un abrazo y luego le pedí que me ayudase a prenderla en mi muñeca. Quedaba excelente.

Después de esto me dijo que tenía que salir a hacer unas cosas, las cuales no aclaró, pero me hizo prometer que no iba a salir de la casa por nada en el mundo. Acepté empezando a intuir de qué se podía tratar aquel misterio.

Terminé de ponerme las zapatillas y me dirigí al living donde me encontré con mis padres quienes me saludaron entusiasmados y me entregaron una bolsita de regalo. Cuando la abrí me encontré con un vestido corto color turquesa con delicados brillos en la parte superior; era hermoso. También me entregaron un segundo paquete que contenía tres libros del autor John Green. Quedé sumamente encantada  y agradecida con ambos regalos, pero más con el último.

La distancia no es el fin (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora