Odio cada kilómetro, cada metro, cada centímetro, cada milímetro que me aleja de ti.
—Solo… te quiero —admitió finalmente.
Lo miré con una sonrisa boba hasta que encontré mi voz, la que había perdido a causa de la sorpresa, y logré pronunciar al fin esas palabras que hacía tanto tiempo quería decir.
—Yo también… te quiero —le dije mordiéndome el labio por los nervios.
—Me haces bien —me confesó sonriendo.
—Vos también me haces bien… me hace bien hablar con vos —reconocí.
Después de unos segundos en los que nadie hablo, Jony rompió el silencio.
—Es raro —suspiró.
—¿Qué es raro? —pregunté dejando la birome en el lapicero.
—Esto… —hizo una pausa y negó con la cabeza—. No, nada —sonrió.
Lo miré enarcando las cejas queriendo saber a qué se refería, pero no volvió a hablar sobre eso.
—¿Lo vas a escanear?
—¿Qué? —inquirí confundida.
—Lo que escribiste —rió—. Así lo puedo copiar.
—Ah, sí —torpemente me puse de pie—. La impresora esta abajo, lo escaneo y ya lo traigo en un prendrive —el asintió así que bajé rápidamente las escaleras.
Por suerte nadie estaba ocupando la computadora, así que la prendí y mientras esperaba, algo impaciente, traté de normalizarme. No podía dejar de pensar en lo que me había dicho, no podía ordenar mis pensamientos y coordinar lo que hacía. ¿Por qué dos simples palabras lograban descolocarme completamente? ¿Qué me estaba pasando? El ruido de la impresora prendiéndose me sacó de mis reflexiones. Escaneé la hoja lo más rápido que pude y enchufé el pendrive para guardar la imagen. Subí corriendo las escaleras para no perder más tiempo, lo que hizo que tuviese que detenerme antes de entrar para normalizar mi respiración.
—¡Tiempo record! —exclamó Jony apenas entré.
—Acá lo tengo —sonreí señalando el pendrive que enchufé en el puerto USB.
—Estaba mirando tu pieza… —mi corazón se aceleró temiendo que haya visto algo fuera de lugar o algo que no tenía que ver— y me llamó la atención esa cosa que tenes colgada en el respaldar de tu cama —me dijo intentando señalarlo—. ¿Qué es?
Me di vuelta para verlo, aunque ya sabía que era.
—Es el huesito de la suerte —respondí levantándome para buscarlo—. ¿Nunca escuchaste hablar de él? —negó y yo sonreí—. Es mi amuleto, lo tengo desde que era chiquita —me encogí de hombros.
—Que bueno… yo también tengo un amuleto —me comentó algo avergonzado—. Seguro suena estúpido —rió.
—No, ¿qué es? —le pregunté—. Quiero verlo.
—Ahí lo busco —mientras él lo buscaba, copié la imagen escaneada en mi computadora y desenchufé el pendrive—. Esto —me dijo tendiéndolo delante de la cámara —era un colgante con una pluma negra.
—Es… hermoso —le dije realmente sorprendida—. Siempre me gustaron, pero nunca vi uno para comprarme.
—Este me lo compré cuando fuimos la primera vez a jugar un partido de futbol en otra ciudad —me contó dejando caer el colgante en su mano—. Unas horas antes de ir a la cancha paseamos por la ciudad y lo vi, sin saber por qué lo compre y después lo usé cuando jugamos… hice dos goles —sonrió cuando recordó el momento—. Desde ese día es mi amuleto.
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La distancia no es el fin (Borrador)
RomanceHistorias de amor con terceros en discordia hay muchísimas, pero... ¿Qué pasa cuando la que se interpone en una relación es la distancia? ¿Es posible que el amor salga victorioso en la lucha contra los kilómetros? ¿O la derrota es algo predecible? ¿...