Capítulo 29

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"Olvida todas las razones por las que no funcionará y cree en la única razón por la que sí lo hará."

—Hiciste muy bien —me dijo Leila cuando terminé de contarle todo lo que había hablado con Félix hacia tan sólo media hora atrás.

Apenas había terminado la conversación con él cuando la llamé y, por suerte, estaba en su casa sin nada que hacer. Así que a los quince minutos estuvo en la mía.

Luego de preparar unos tererés, subimos a mi habitación y nos sentamos en los pufs donde me dispuse a contarle todo lo que había sucedido.

—¿Y por qué me siento tan mal? —inquirí no muy convencida de haber hecho lo correcto.

—Creo que es razonable —opinó—. Es obvio que vas a estar preocupada por Jony, no creo que lo puedas olvidar tan fácilmente. Te sigue importando —estaba en lo cierto—, pero tampoco podés tratar de ayudarlo siempre.

—Es lo que le dije a Félix, pero aún así quiero ayudarlo. No me gusta saber que está mal y que, al tener la solución a lo que le está pasando, no haga nada al respecto —confesé—. Pero a la vez me pongo a pensar en la semana pasada, en los días que pasé llorando y en los momentos en los que sigo sintiendo ese vacío horrible; y me doy cuenta de que él no hace nada por mejorarlo, no trata de ayudarme —admití—. Sé que quizás ni siquiera sabe por lo que estoy pasando, pero tampoco se preocupó por preguntar.

—Me parece que te entiendo —me dijo no muy convencida mientras hacía una pausa para comer una galletita—. Esta situación es demasiado confusa —concluyó aún sin tragar—. Lo más raro es que parece que él te quiere, según lo que te dijo Félix. Y vos también lo querés. Pero a la vez ninguno de los dos hace nada para que funcione. Aunque la culpa de todo la tiene Jony, porque si no hubiese tomado la decisión que tomó las cosas estarían más que bien entre ustedes, ¿o me equivoco?

—No, no te equivocás —le dije con una sonrisa, imaginando cómo hubieran sido las cosas si lo nuestro hubiese seguido el mismo rumbo. Ese rumbo que había tenido la última charla antes de que él se fuera de campamento. Esa charla que había terminado de la mejor manera posible. Con un Te amo que seguía intacto en mis recuerdos.

El silencio invadió la habitación mientras cebaba el tercer mate y se lo tendía a Leila.

—Ya no se qué pensar, es horrible no saber qué hacer —me quejé finalmente mientras ella lo tomaba—. Dudar todo el tiempo sobre las decisiones que tomo, preguntarme si lo que resuelvo hacer es lo que me va a llevar a lo que en realidad quiero... o a algo de lo que me voy a arrepentir.

—Entonces hacé lo que sentís en tu corazón —me aconsejó seriamente—. Sinceramente, dejando de lado lo que él haya hecho, lo que vos hayas hecho y todo eso... ¿Qué querés hacer vos? —me preguntó remarcando ese "vos".

—Estar con él —dije sin dudarlo, pero algo avergonzada al aceptar finalmente que lo seguía amando. Como si nada hubiese pasado, como si su estupidez nunca hubiera ocurrido.

—Entonces no sé, Kim —se rindió con una mueca—. ¿Querés ayudarlo?

—Pero tampoco quiero quedar como una estúpida que siempre apuesta a algo imposible —mi voz salió entrecortada.

—Tenés que arriesgarte. Si lo vas a hacer tenés que saber que las cosas puede que no resulten como pensaste. Y si no lo hacés, disponerte a olvidarlo... a superarlo.

—No quiero olvidarlo —confesé sabiendo lo difícil que resultaría sacar cada palabra, cada sonrisa suya de mis recuerdos—. Pero tampoco quiero sufrir.

A este punto de la charla ninguna de las dos comía y el mate ya había quedado de lado, mientras el hielo comenzaba a derretirse.

—No podés quedarte con ambas cosas —reconoció e hizo una pausa clavando sus ojos en el suelo. Finalmente, luego de unos segundos, levantó la mirada buscando los míos—. En esto no puedo decirte qué hacer —admitió—. Tenes que escuchar a tu corazón y pensar vos lo que querés hacer.

La distancia no es el fin (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora