Capítulo 4

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"Si extrañarte ya es difícil, imagínate como es no poder decírtelo.”

El resto del día fue muy lindo. Cerca del mediodía llegó mi hermano con el auto de mi mamá, ya que nosotros habíamos ido en el de mi papá y Bastián solo tenía moto.

Llegó con un regalo, cosa que me sorprendió. Era una caja llena de chocolates.

—Para que engordes mucho —se burló después de saludarme. Él no podía ser tierno completamente, siempre tenía que tirar un comentario para molestarme sino su trabajo no estaba hecho.

Almorzamos los cinco juntos y después fuimos a la playa. Estuvimos un rato los tres; Leila, Bastián y yo, hasta que llegó Marcos.

—¡Feliz cumple! —gritó mientras se acercaba a paso acelerado. Cuando llegó a mí, me envolvió con sus brazos elevándome del piso y dándome unas vueltas.

—Gracias —le dije riendo por la sorpresiva muestra de cariño.

Estuvimos hasta la tarde en la playa y luego me obligaron a ir adentro de mi casa. Leila me acompañó y me dijo que me estaban preparando una sorpresa así que no podía salir por nada en el mundo.

Me bañé, me cambié y después, las dos, nos sentamos a mirar televisión mientras comíamos unas facturas que había comprado mi mamá en la panadería del pueblo.

Durante las siguientes dos horas me llegaron varios saludos, incluidos los de Félix y Connor quienes me sorprendieron con sus palabras afectivas. Pero nada se comparaba con el llamado que había recibido de Jony. No dejaba de preguntarme por qué había decidido llamarme en vez de enviarme un simple mensaje como lo habían hecho los otros dos. ¿Tendría algún significado especial? ¿Alguna razón importante? Quería creer que sí, pero la duda persistía.

Cuando el sol bajó, Marcos y Bastián vinieron a buscarme. Leila me tapó los ojos con un pañuelo de tela, simulando el juego del Gallito ciego, y los tres me llevaron a ciegas hasta la playa. Conocía demasiado bien el lugar como para no darme cuenta del sonido extraño que se escuchaba. Frenamos, Leila me sacó la venda y lo que observé me dejó totalmente sorprendida.

A unos metros del agua, bastante alejado, habían preparado un fogón y, rodeado de este, habían puesto troncos para poder sentarnos. Allí, a parte de nosotros, estaban varios chicos del pueblo con los que pasábamos muchas horas cada vez que veníamos al lugar.

Todos se acercaron a saludarme y luego nos sentamos a hablar. Pero no duramos demasiado y terminamos jugando un partido de vóley en la arena. No sé si fue porque era la cumpleañera o porque había tenido suerte, pero ganó mi equipo.

Luego de esto, Leila me acompañó a buscar la comida que habían comprado sin que yo me enterase. Nos sentamos nuevamente alrededor del fogón y, entre charlas, empezamos la cena. Cada tanto volvía a mí el recuerdo de la llamada de Jony. Nada hacía que me olvidase de aquello y, cada vez que la recordaba, una sonrisa se formaba en mi rostro.

—Tierra llamando a Kim, repito, Tierra llamando a Kim —me dijo Leila, que estaba sentada a mi lado, en una de las tantas veces que me había perdido recordando la llamada—. ¡Kim!

—¿Qué pasa? —le pregunté volviendo a la realidad.

—¡Ven! Les dije —habló con los demás—. Está en otro mundo.

—Creo que se me ocurre algo para traerla de vuelta al nuestro —anunció Marcos a los otros con una sonrisa traviesa en el rostro.

—¿Qué pensás hacer? —le pregunté poniéndome de pie al ver que se acercaba a mi acechante.

La distancia no es el fin (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora