Afrodita caminaba por las mazmorras, viendo el lugar y sus detalles. Era un lugar frío, vacío y muy solitario. Por alguna razón, le gustan, le daba cierta tranquilidad que otro lugar en el castillo no le daba. Caminó, distraída, hasta que chocó un hombre, o eso parecía. Tenía el aspecto de un murciélago, con el cabello largo y grasoso, y la nariz ganchuda.
—Lo lamento, señor— dijo la azabache, sonriendo de manera dulce, igual que cada vez que hacía una broma—.
Severus Snape observó a la joven, con el ceño fruncido. Era como ver otra vez a Anna, con su sonrisa inocente tratando de evitar problemas. Dumbledore y McGonagall tenían razón, era su viva imagen.
—Señorita, le aconsejo que la próxima vez se fije por donde camina— escupió, con desdén— ¿Cuál es su nombre?
—Me llamo Afrodita Delacour.— ladeó su cabeza, sin borrar su sonrisa— ¿Usted, profesor, cómo se llama?
—No es de su incumbencia.— gruñó, viendo los ojos de la joven, era los mismos que tenía Sirius Black, con esa mirada soberbia y altanera— Qué bueno que apareció, el director quiere hablar con usted.
—¿Dumbledore quiere hablar conmigo?— frunció el ceño, confundida— ¿Por qué?
—¿Me ve acaso como un manual de respuestas? Solo sígueme, Delacour.— comenzó a caminar, sintiendo como ella la seguía—.
Subían en silencio, sin hablar. Afrodita aún estaba confundida, no entendía por qué el director de Hogwarts quería verla. Severus, por su parte, iba pensando que tras suyo caminaba lo último que quedaba de su amiga Anna, su hija. Pero también era hija de su mayor enemigo, Sirius Black. Al parecer, pensó Severus, la niña no tenía nada de él más que sus ojos, no se notaba egocéntrica ni mucho menos fanfarrona.
—Cucuruchos de cucaracha— pronunció, llamando la atención de la joven, para que viera como dos águilas se hacían a un lado, mostrando la entrada a una oficina— Si gusta pasar sería muy conveniente, Delacour.
Afrodita caminó, subiendo por una escalera, viendo a el mismísimo Albus Dumbledore sentado en un escritorio, mirándola a través de sus anteojos de media luna, sonriendo.
—Toma asiento, Afrodita.— le pidió, una vez que la joven estuvo lo suficientemente cerca, la nombrada le hizo caso— Severus, puedes retirarte.
El profesor asintió, saliendo del lugar en un santiamén. Luego el barbudo observó un segundo a la joven, con los ojos brillosos.
—¿Gustas un caramelo de limón?— ofreció, acercando una pequeña fuente con varios dulces de envoltorio amarillo—.
Ella rió, para luego tomar uno y comerlo.
—Muchas gracias— sonrió— Señor, ¿por qué me ha llamado?
El tomó un minuto en volver a abrir la boca, parecía que estaba meditando lo que iba a responder.
—Verá, señorita... los gemelos Weasley, ¿los conoce cierto?— ella asintió— Me han hablado... mejor dicho, interpelado sobre una vieja alumna, les pregunté cuál era su interés por ella y me dijeron que usted la buscaba...
—Señor, no es mi intención molestarlo y...— comenzó, pero el la interrumpió—.
—Eres la hija de Anna Jordan, ¿cierto?— preguntó, llendo directo al punto y sin dudar—.
Afrodita había quedado quieta, no sabía cómo el sabía eso y por qué lo sabía.
—Afrodita, yo te vi cuando eras niña— contó—, reconocería los ojos y la sonrisa en cualquier lugar. Te parece demasiado a tu madre. Pero, no sé si te lo han dicho, los ojos grises son de tu padre.
—Entonces— murmuró, con timidez— ¿Usted conoció a mis padres?
—¿Conocer? Varias veces tuve que castigarlos por peleas o bromas— recordó con emoción— Anna fue una gran mujer.
Afrodita ladeó su cabeza, quería saber más, pero tenía miedo. Tenía al frente a alguien que le podía decir todo lo que quería de sus padres.
—Mi madre... ¿cómo era?
—Era una buena mujer, como te dije. Tenía los ojos verdes y el mismo cabello azabache. Era bromista y rebelde. Siempre cuestionaba lo que veía y oía. Te tuvo a los 18, meses después de salir de Hogwarts. Era valiente, perteneció a Gryffindor, la casa de los leones.
—¿Puedo hacerle una pregunta?— preguntó, realmente curiosa—.
—Puede hacerlas, pero no garantizo que le responderé todas...— sonrió, juntando sus manos—.
—¿Por qué me dejó?— quería estar segura de que realmente sabía la verdadera razón.
—Afrodita, hace unos años estábamos en una situación oscura. No se sabía en quién confiar, todo era inseguro. Tú naciste en esa época. Anna y tú padre te amaban, pero corrias mucho peligro, dos veces fuiste casi atacada, en ambas ocasiones los salvo la suerte— pauso un momento, acomodándose los lentes— Tus padres, por consejo mío, decidieron mandarte lejos, esconderte en un lugar donde no te encontrarían, hasta que todo eso pasara. Voldemort se llamó el ende de la oscuridad en la que nos sumergimos. El día que Voldemort desapareció, supongo que conoces la historia— ella asintió, sin expresión en su cara—, Anna fue asesinada por seguidores de él.
—¿Y mi padre?
—Tu padre— suspiró, con una sonrisa— era un dolor de cabeza cuando estaba en Hogwarts, es idéntico a tu madre en su forma de ser. Pero es alguien valiente y muy fiel a lo que cree.
—¿Entonces está vivo?— murmuró, jugando con sus dedos, nerviosa—.
—Sí, está vivo...— ella frunció el ceño y el sonrió— Y a sé lo que piensas, pero no fue porque quería. Nunca fue a buscarte porque tiene muchos problemas aquí... digamos que no es seguro que ande en público.
—¿Cómo se llama?
—Afrodita, eso no puedo decírtelo, porque corresponde que el se presente...— suspiró— el no sabe que estás aquí por razones de seguridad para el, pero se lo diré dentro de poco... Después de todo, tiene el derecho a saberlo. Una vez que eso pase, tu decidirás si quieres conocerlo.
La adolescente asintió, un poco aturdida por tanta información, parpadeó, recuperándose un poco más.
—Si deseas ir a pensar, puedes irte, Afrodita— le sonrió con cortesía— Luego podemos seguir hablando...
La azabache de ojos grises asintió, levantándose y saliendo de ahí, la información era demasiada y debía procesarla.
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Los secretos de una Black
FanfictionUna vida de secretos en Francia. Una familia de rubios que te tratan como una hija. La curiosidad. El pasado. El futuro. La herencia que pesa. La vida. La muerte. Segunda parte de "Ella es igual a mi".