#49- El recuerdo de Snape.

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Lupin y Colagusano permanecieron sentados: Lupin seguía con la vista fija en el libro, aunque no movía los ojos y entre sus cejas había aparecido una pequeña arruga; Colagusano miraba a Sirius y a James y luego a Snape con avidez y expectación.

—¿Todo bien, Quejicus? —preguntó James en voz alta.

Snape reaccionó tan deprisa que dio la impresión de que estaba esperando un ataque: soltó su mochila, metió la mano dentro de su túnica y cuando empezó a levantar la varita, James gritó:

—¡Expelliarmus!

La varita de Snape saltó por los aires y cayó con un ruido sordo en la hierba, detrás de él. Sirius soltó una carcajada.

—¡Impedimenta! —exclamó éste señalando con su varita a Snape, que tropezó y cayó al suelo cuando se lanzaba a recoger su varita.

Muchos estudiantes se habían vuelto para mirar. Algunos se habían levantado y se acercaban poco a poco. Unos parecían preocupados; otros, divertidos.

Snape estaba tirado en el suelo, jadeante. James y Sirius avanzaron hacia él con las varitas levantadas; James giraba de vez en cuando la cabeza para mirar a las chicas que había sentadas al borde del lago. Colagusano también se había puesto en pie y había pasado junto a Lupin para ver mejor.

—¿Cómo te ha ido el examen, Quejiquis? —preguntó James.

—Me he fijado en él, tenía la nariz pegada al pergamino —aseguró Sirius con maldad—. Su hoja debe de estar llena de manchas de grasa; no van a poder leer ni una palabra.

Varios estudiantes que estaban mirando rieron; era evidente que Snape no tenía muchos amigos. Colagusano rió con estridencia. Snape, por su parte, intentaba levantarse, pero el embrujo todavía duraba, de modo que forcejeaba como si estuviera atado con cuerdas invisibles.

—Esperad... y veréis —dijo entrecortadamente contemplando con profundo odio a James—. ¡Esperad... y veréis!

—¿Qué veremos? —preguntó Sirius impávido—. ¿Qué vas a hacer, Quejiquis, limpiarte los mocos en nuestra ropa?

Snape soltó un torrente de palabrotas mezcladas con maleficios, pero como su varita había ido a parar a tres metros de él, no pasó nada.

—Vete a lavar esa boca —le espetó James—. ¡Fregotego!

Inmediatamente empezaron a salir rosadas pompas de jabón de la boca de Snape; la espuma le cubría los labios, le provocaba arcadas y hacía que se atragantara...

—¡DEJADLO EN PAZ!

James y Sirius giraron la cabeza. Inmediatamente, James se llevó la mano que tenía libre a la cabeza y se revolvió el cabello. Era una de las chicas de la orilla del lago. Tenía una poblada mata de cabello rojo oscuro que le llegaba hasta los hombros, y unos ojos almendrados de un verde asombroso, iguales que los de Harry.

Era la madre de Harry.

—¿Qué tal, Evans? —la saludó James con un tono de voz mucho más agradable, grave y maduro.

—Dejadlo en paz —repitió Lily. Miraba a James sin disimular una profunda antipatía—. ¿Qué os ha hecho?

—Bueno —respondió James, e hizo como si reflexionara acerca de la pregunta—, es simplemente que existe, no sé si me explico...

Muchos estudiantes que se habían acercado rieron, incluidos Sirius y Colagusano, pero Lupin, que seguía en apariencia concentrado en su libro, no se rió, y tampoco lo hizo Lily.

—¡Expelliarmus!— gritó una voz femenina desde la entrada del castillo, Harry observó una azabache con el uniforme de Gryffindor que sostenía con una mano una varita en alto y, con la otra, tomaba una varita que volaba hacia ella—. Lily no sé por qué intentas hablar con animales salvajes, ya habíamos quedado que no son racionales.

Los secretos de una BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora