—¡Por favor!— le rogó por tercera vez en el día Fred a su gemelo—.
—Hermano, ¿me vas a obligar?— preguntó George, soltando un bufido—.
—Si es necesario...
—¡Pero ve solo!— le dijo, cruzando sus brazos y observando a su hermano con el ceño fruncido—.
—Será extraño.— se encogió de hombros—. Que estemos solos ahí los dos... por favor, ven.
George rodó los ojos, pero se levantó de la silla, tomando su chaqueta. El otro pelirrojo en la habitación sonrió, feliz de haber convencido a su gemelo de que fuera con el a almorzar.
—Me debes una muy grande.— le declaró, señalándolo con su dedo índice, Fred solo rió, asintiendo—.
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«Número 12 de Grimmauld Place» pensaron los gemelos. Una maltrecha puerta salió de la nada entre los números 11 y 13, y de inmediato aparecieron unas sucias paredes y unas mugrientas ventanas. Era como si, de pronto, se hubiera inflado una casa más, empujando a las que tenía a ambos lados y apartándolas de su camino. Ambos miraron a los costados, sin sorprenderse para nada, ya estaban acostumbrados.
Cruzaron el umbral y se sumergieron en la casi total oscuridad del vestíbulo. Olía a humedad, a polvo y a algo podrido y dulzón; la casa tenía toda la pinta de ser un edificio abandonado. Aunque ambos sabían que allí habitaba alguien.
—Joder, Afrodita tenía razón.— murmuró George, viendo a su gemelo con preocupación—.
Antes de que pudiera responder una voz vino del comedor, una voz gruesa que ambos reconocieron de inmediato y les hizo sacar una sonrisa.
—¿Quién anda ahí?— preguntó Remus Lupin, para luego lentamente darse a conocer, con su túnica maltratada, su rostro amable lleno de cicatrices y levantaba su varita en dirección a dónde estaban los gemelos—.
—Hola, profesor.— respondieron ambos, logrando la sonrisa del hombre que automática guardó su palillo—.
—Chicos.— sonrió el hombre pacíficamente—. ¿Qué hacen aquí?
Ambos se miraron, caminando hacia donde estaba el hombre y tomando su mano, saludandolo cortésmente.
—Venimos a ver a Sirius.— informó George, viendo de reojo a su hermano disimuladamente—.
—Ah, pues, vengan, estamos por almorzar, son bienvenidos... o al menos tu, George.— bromeó el hombre, entrando de nuevo por la puerta de la que había salido con los gemelos siguiéndolo—.
Ambos pelirrojos sonrieron, el aroma fue lo primero que los golpeó. Era delicioso, una mezcla de carne vacuna bañada en vino y pan cacero, por un momento se sintieron en algún extraño restaurante muggle al cual Afrodita los llevaría para que conocieran. El lugar estaba impecable, con un mago en medio de la habitación agitando su varita para que la comida no se quemara y se pusiera la mesa. Jamás hubieran imaginado a Sirius Black de esa manera.
—Ah, chicos.— sonrió el hombre, ansioso por tener más visitas que su viejo amigo—. Tomen asiento, estamos por almorzar algo.
Fred suspiró aliviado, sentándose en una de las sillas frente a la mesa, con su hermano sentándose a su lado, frente lo hicieron Remus y Sirius, el último aún con su varita en alto.
—¿A qué debo su visita?— preguntó el azabache presente, sin observarlos, tenía la vista fija en el su varita y hacía con mucho cuidado los movimientos—.
—Pues...— comenzó Fred, pero su cabeza se quedó en blanco, no era una situación que él pudiera manejar—.
—Se nos ocurrió venir a dar una visita, estábamos cerca.— respondió instantáneamente George, salvando a su gemelo que se había quedado en medio de la oración—.
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Los secretos de una Black
FanfictionUna vida de secretos en Francia. Una familia de rubios que te tratan como una hija. La curiosidad. El pasado. El futuro. La herencia que pesa. La vida. La muerte. Segunda parte de "Ella es igual a mi".