#50- Los gemelos les manda recuerdos

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Afrodita apoyó su cabeza en el pecho del chico, sintiendo como éste subía y bajaba.

—¿Sabes?— habló el pelirrojo, acariciando la espalda de la chica—. Creo que tu padre tiene razón. Si yo fuera el también amenazaría al chico con el que sale mi hija de 17 años, somos muy jóvenes y dormimos muy seguido en la misma cama. Creo que fácil rompemos diez reglas de Hogwarts haciendo esto.

La azabache soltó una risa, levantando su cabeza y mirando directamente a los ojos azules de su novio.

—¿Y cuándo eso te importó a ti?

—Jamás.— sonrió, tocando la mejilla de la chica—. Pero tiene razón, debo admitirlo ahora.

—A mi diecisiete años me parece bien para que tenga una relación estable con alguien.— se encogió de hombros—. Tu porque serías un padre celoso.

—Claro que sí.— bufó, rodando sus ojos—. Primero muerto a que alguien toque una hija mía. ¿Te imaginas que la embaracen? ¿O que le rompan el corazón? ¿O que solo la usen para tener sexo? Oh, Merlín, mataré a cualquier bastardo que se acerque a ella.

Afrodita soltó una gran carcajada, levantandose y sentándose en la cama, cruzando sus piernas, observó al chico que tenía una cara de disgusto por la risa de su novia.

—Fred, tienes 17 años, deja de pensar en tener hijos. Y también de matar a sus pretendientes.— negó, aún riendo—.

—Es que...— se sentó también, quedando frente a la chica—. Siempre pensé que tendría una gran familia, como la mía, me es imposible no pensar en eso.

—Ah, ¿en serio?— preguntó, tragando saliva, ella nunca había pensado en eso—.

—Sí, me gustaría, creo que es por la costumbre de vivir siempre con muchas personas.— se encogió de hombros—. ¿Y tú? ¿Lo pensaste?

La azabache hizo una mueca, comenzando a jugar con uno de sus viejos brazaletes.

—La verdad no, siempre fue algo aislado. Toda la vida estuve más interesada por encontrar a mis padres que pensar en ser yo madre de alguien.— negó levemente—. Tampoco nunca estuve con alguien que me compartiera que soñaba eso, nunca fue un tema que se me planteara.

Fred la observó, levantando su mano y acariciando su mentón. No quería presionarla. Ni siquiera sabían cuánto iba a durar la relación. El sentía que estaba profundamente enamorado de la joven Black, pero nunca se lo había comentado a nadie más que no fuera su hermano, ni siquiera sabía si ella sentía lo mismo. Nada era cierto en sus vidas, solo el hecho de que ahora estaban juntos y eran felices.

—Bueno, puedes compartir conmigo mis hijos imaginarios.— comentó, bromeando—. Ah, pero no te encariñes mucho con ellos, así no sufras cuando lo abandones.

—¿Hijos imaginarios?— rió, acariciando la mano del chico que estaba en su mejilla—.

—Sí, al más grande le puse George. — le sonrió—. No pidas explicaciones, es un trato que tengo con mi Freorge. Luego tengo una niña, a ella no sé cómo ponerle aún, pero su segundo nombre será Molly, estoy seguro. Luego otra niña, creo que ella se llamará Ginny, Lynx o Amelié... Me gusta la idea de tener niñas.

La azabache sonrió, viendo la ilusión con la que su novio hablaba. Tal vez nunca lo había pensado, pero no sonaba mala idea. Tal vez en unos años...

—¿Qué tal Roma?— preguntó, levantando una ceja—. Siempre me gustó el nombre.

—Ah, Afro... si le pones un nombre tendrá que ser tuya también.— le sonrió—. Me gusta Roma, suena original.

Los secretos de una BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora