Por un momento se quedó de pie con la mano puesta en la manilla de la puerta, mirando con los ojos bastante abiertos, al hombre que estaba frente a sus ojos. Su cuerpo estaba pasmado y sin darse cuenta contenía la respiración.
-¿Señorita Williams? –dijo con una suave pero grave voz, haciendo que todos sus vellos se erizaran- ¿Se encuentra bien? –interrogó con un deje de acento europeo, que no le pasó desapercibido a la chica.
-Yo...si....
-Adelante –la invitó el chico con una sonrisa de dientes perfectamente alineados y blancos. Casi sintió que un brillo salía de ellos. Sus mejillas se calentaron al darse cuenta de lo tonta que debió verse allí parada, congelada. Cerro la puerta tras sus espaldas y se acercó para sentarse en la silla metaliza frente al escritorio de cristal, donde ya se había posicionado el nuevo doctor.
Lo miro por unos segundos mientras este tecleaba algo en la Tablet y lo estudió. Se equivocó soberanamente. Esperaba ver un hombre barrigón y canoso, de aspecto malhumorado y lo que se encontró fue con algo que no esperó. El doctor Buitrago era un hombre muy apuesto, demasiado apuesto para ser real. Tenía el cabello corto a los lados y más largo al medio, en un castaño claro que dejaba visualizar reflejos rojizos, sus ojos eran grandes y de un color muy peculiar: entrando en café claro con destellos verdosos. Tenía la nariz perfilada, las cejas gruesas y más oscuras que la cabellera, los labios sonrosados y bien proporcionados, rodeados por una pequeña barba perfectamente cuadrada. Dios, no había visto algo así jamás. Además de unos lentes de montura negra, con cristales transparentes, cuadrados estilo Ray ban.
simplemente perfecto.
Apartó su mirada cuando éste la subió y la clavo en ella ¿Por qué había reaccionado así? ¡Era un hombre! Ella jamás se había puesto nerviosa, en un sentido que no fuera desagradable, por un hombre. Torció sus dedos en su regazo para calmar sus nervios, que comenzaban a incomodarla. Escuchó como el hombre carraspeó y subió la mirada por unos segundos.
-Soy Sebastián Buitrago, seré su doctor mientras la doctora O'connor regresa –Elizabeth se limitó a asentir con su cabeza.
-¿Me podrías decir tu edad? –preguntó una vez más, con calma. La chica tragó saliva y respondió.
-Veintiuno.
-Bien ¿Cuánto tiempo llevas recibiendo terapia?
-Cuatro años –el hombre abrió los ojos sorprendido. Elizabeth se sonrojó y apartó su mirada.
-Llevas mucho ¿Qué te retiene a seguir viniendo? –dijo un poco apenado. Ella se encogió de hombros.
-Creo que no soy muy colaboradora.
-¿No te llevas bien con la doctora O'connor? – ella subió sus ojos y negó con la cabeza.
-Nos llevamos bien, solo que...no soy muy buena hablando.
-No me lo parece –La chica alzó una ceja, él la miró directo a los ojos perturbándole un poco y haciendo que apartara nuevamente su mirada. Sebastián frunció el ceño mirando detalladamente todas las reacciones de la chica. La verdad es que estaba algo incómodo él también, cosa que era bastante extraño dada a su personalidad. Pocas cosas en la vida lo incomodaban o hacían sentir fuera de lugar. Pero no esperó encontrar a una chica como ella entrar a su consultorio.
No pudo evitar maravillarse cuando entró, pase a que la chica se veía un tanto desajustada por su aspecto, llevaba una camisa que era demasiado holgada como para ser de ella, una coleta descuidada y unas manchas debajo de sus ojos muy grandes para su delicado rostro, sin embargo, era muy hermosa. Su cabello era tan claro que casi parecía platinado, sus ojos era azules, como el cielo, su nariz era pequeña y respingona, su rostro redondo, sus labios pequeños pero rojizos y con forma de corazón. Vaya...era de una belleza muy natural y admirable. Se obligó a apartar sus pensamientos, era poco profesional estar pensando de esa manera de su paciente. Comenzó a revisar el historial de la chica en su tableta, antes de seguir hablando.
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Nos volveremos a encontrar
RomanceELizabeth Williams es una estudiante estadounidense de diseño, con tal solo veintiun años de edad, ya lleva un gran peso sobre sus hombros que no la deja vivir, está atormentada y destruida. Sebastián Buitrago, un italiano de buen corazón...