No sabía que estaba pasando hasta que el calor de sus labios fundió los suyos. Su cuerpo vibró cuando sus manos se adentraron en su cabello por medio de su nuca, un gemido involuntario se escapó del fondo de su garganta. Cerró los ojos y aceptó el beso que comenzaba a desarrollarse allí. Sus labios se reconocieron, se aceptaron y acoplaron de manera perfecta, casi parecían que hubiesen sido creados para encajar de ese modo. Las manos de Elizabeth viajaron a los antebrazos del chico, que seguían sosteniéndola del rostro. Recorrió con sus palmas los brazos de Sebastián, que al sentirla se estremeció. Sus lenguas se encontraron, se estudiaron, saborearon, enlazaron, enviando miles de escalofríos hacia sus cuerpos. El calor se propagó desde su vientre hasta su cabeza. El corazón del muchacho estaba completamente alocado, golpeando su pecho con fiereza. Sus respiraciones entrecortándose por la intensidad a la que se estaban sumiendo en ese beso. Sus pulmones quemaban por la falta de aire, pero parecía que ninguno de los dos quería parar esa dulce agonía. Les gustaba, les gustaba como su cuerpo reaccionaba ante esa invasión de sus bocas.
-Sebastián...
-Elizabeth –se separó pegando su frente a la de ella, con los ojos cerrados, respirando con dificultad. Sus cuerpos estaban temblorosos, no podían entender cómo es que reaccionaban de esa manera tan arrolladora con tan solo un beso. Estaban encendidos, sus pieles llameaban.
-Esto...es...incorrecto.
-Solo...no pienses en nada Elizabeth. Te deseo, tú me deseas... -la chica exclamo respirando profundo con brusquedad ante sus palabras. Nadie nunca antes le había dicho que la deseaba, pero entonces el miedo esfumó todo el calor que se había alojado en su organismo. Trato de apartarse, pero él la detuvo colocando sus manos en la pequeña cintura de la rubia. Separó su frente de la de ella y la miró. Pero lo que vio lo encendió más, trago saliva para controlarse. Los labios de la rubia estaban hinchados y rojos, muy rojos, sus mejillas estaban encendidas y sus ojos azules tenían un brillo que nunca antes había visto en ella- Sé...sé que está mal, pero por más que trato de apartarme de ti, siempre regreso a tu lado. Entiendo que tengas miedo, también yo, pero Elizabeth, no sé qué me ocurre contigo.
-Yo...yo...tampoco sé que me ocurre contigo Sebastián –susurró sincerándose, el chico miró sus ojos y luego sus rojos e hinchados labios, ya quería besarla otra vez- Pero debemos parar esto, tú no puedes estar conmigo. Yo no soy la indicada.
-¿A qué te refieres? –Elizabeth tomó las manos del chico de su cintura y las apartó con cuidado de su cuerpo. Sebastián se arrimó un poco hacia atrás para darle espacio, la mujer al ver que él se apartaba un poco, se levantó del sofá y se encaminó por la sala hacia el ventanal que daba a la ciudad, perdiendo su vista en las luces de los rascacielos vecinos.
-Yo no puedo relacionarme con alguien. Estoy muy dañada.
-Pero Elizabeth, yo...
-No Sebastián, no lo entenderías –Sebastián la miraba desolado desde el sofá, sus ojos azules estaban perdidos en la oscura noche por la ventana y su rostro se había ensombrecido. Se levantó del sofá para acercarse, pero al ver que ella se tensaba, desistió y se quedó allí, a unos centímetros detrás de ella sin tocarla. Desde allí podría percibir su delicado y dulce aroma.
-Explícame, enséñame lo que eres entonces...-su voz ronca la asaltó dese atrás, cerró los ojos controlando las sensaciones de su cuerpo ante su voz- Soy psicólogo, yo puedo ayudarte...
-No puedo. No me perdonaría contaminarte con mis...cosas.
-¿Contaminarme?
-Sí...
-Elizabeth...
-Por favor Sebastián –se giró para mirarlo a la cara. Sebastián ojeo su rostro afligido, su corazón se quebró un poco ¿Por qué una chica tan hermosa como ella, debía llevar una vida tan triste? Alzó sus ojos que se habían perdido por un momento en un punto en la ventana y volvió a mirarla.
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Nos volveremos a encontrar
RomanceELizabeth Williams es una estudiante estadounidense de diseño, con tal solo veintiun años de edad, ya lleva un gran peso sobre sus hombros que no la deja vivir, está atormentada y destruida. Sebastián Buitrago, un italiano de buen corazón...