Un gemido involuntario se escapó de los labios de la chica, provocando un temblor en el cuerpo de él. Con ambas manos, tomó su rostro para profundizar el beso, ella colocó las suyas en el duro y tonificado pecho de él, sus palmas estaban ardiendo; percibió Sebastián, pase a tener la tela de su camisa interpuesta entre sus pieles. Sus labios se acoplaban; saboreándose, lamiéndose, mordiéndose. Ambos se estaban devorando, tratando de enfatizar lo que crecía día a día entre ellos con ese beso. Demostrando con actos lo que con palabras no podían decir. Sus lenguas jugaron, se tocaron y estudiaron sus cavidades con delicadeza. Los sabores y sus alientos mezclándose volviéndose uno. Sus respiraciones estaban a punto de colapsar, al igual que sus corazones que galopaban dentro de sus pechos alocados.
Las manos de Sebastián viajaron del rostro suave de la muchacha hasta su cuello, pasando por sus hombros y acariciando sus brazos. Al llegar al final de ellos, los separó y las acomodó en su pequeña cintura. Elizabeth jadeo al sentir el tacto del chico en su cintura. En un acto involuntario y siendo poseída por algo que antes no había experimentado, se levantó de rodillas en el sofá, provocando que sus labios se separaran. Se miraron con los ojos apagados de excitación, los labios hinchados y palpitantes y entonces, él la jaló con cuidado desde donde la tenía tomada de la cintura, y la sentó sobre sí a horcajadas. Sus cuerpos juntos en esa posición, solo siendo separados por las medias de Elizabeth que eran hasta las caderas, como unos leggins y los pantalones de JEANS de él.
Se miraron con intensidad, en esa posición: el semi acostado en el sofá y ella con sus piernas dobladas rodando su cintura, sentada en sus muslos, mirándolo desde un poco más arriba que él, con intensidad.
-Elizabeth...
-Sebastián...
-Me harás perder la cabeza...
-Yo ya la he perdido –él exclamó sorprendido perdiendo el control. La tomó con fuerza por las caderas y la hincó para que sus intimidades se presionaran a través de la tela. Elizabeth gimió en voz alta percibiendo su dureza en su zona sensible, mientras este volvía a atacar sus labios.
Las dulce y lujuriosa agonía duró más de veinte minutos, sudaban a mares, algunas prendas había desaparecido. El torso de él descubierto al igual que él de ella, a excepción del brasier de encaje negro que cubría sus pechos. Respiraban tan acelerados que sentían morirían en cualquier momento. No dejaban de tocarse y acariciarse, pero no pasaban más de allí. Sebastián sabía que poseerla era un tema peligroso. No sabía si había sido abusada o no. No quería hacerla sentir mal, no le parecía el momento, él quería que las cosas fueran despacio. Elizabeth, por otro lado, no pensaba llegar más allá, aunque sentía que estaba perdiendo la cabeza, y que nada le importaba más que él la hiciera suya, sabía que muy en el fondo cuando el acto estuviera a punto de darse, se arrepentiría. Lo único que quería era besarlo e ir reconociendo su cuerpo con su tacto.
-Creo que deberíamos parar –soltó el jadeante. Sintiendo que el poco autocontrol que le quedaba se iría volando.
-Sí...-ella se bajó de su regazo y tomó el vestido del suelo para colocárselo. Se estaba comenzando a sentir incomoda, ya venía el momento de arrepentimientos.
-Ey...-la detuvo él cuando vio su rostro cambiar. La tomo de la barbilla y la acercó- No quiero que piensas algo que no es. Quiero ir despacio contigo Elizabeth. Sé que si llegamos más allá, tú te arrepentirás después...y es lo que menos deseo.
-Lo sé, tienes razón...
Poso sus labios en los de ella con ternura y se apartó para colocarse su camisa. Elizabeth miró embelesada su tonificado torso. Era perfecto. Esa perfecta V que nacía en sus caderas y desaparecía más allá de la orilla de sus pantalones, unos marcados, pero no exagerados abdominales, fuerte y tonificado pecho al igual que sus brazos. Babeo por un momento hasta fijarse en que él la miraba con una sonrisa. Se sonrojó y apartó un poco más para ir a la cocina.
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Nos volveremos a encontrar
RomanceELizabeth Williams es una estudiante estadounidense de diseño, con tal solo veintiun años de edad, ya lleva un gran peso sobre sus hombros que no la deja vivir, está atormentada y destruida. Sebastián Buitrago, un italiano de buen corazón...