Una semana había transcurrido y Elizabeth no salía de su inconsciencia, pese a haber salido del coma inducido, aún seguía en un estado delicado en el cual se sometía bajo vigilancia médica en terapia intensiva. Sebastián a penas y había logrado verla un par de veces por unos diez minutos, y con la suerte de que se había ganado a una de las enfermeras, que lo dejaba estar unos minutos más de lo debido.
La familia y amigos de la chica, se turnaban para acompañar a Sebastián, llevarle comido y hasta obligarlo a ir a descansar. El muchacho se veía cada día más desesperado. Todos notaban el cambio físico que cada día este daba con el agotamiento, pero él era sumamente terco, y no daba su brazo a torcer. A penas se iba un par de horas para asearse y descansar un poco, luego regresaba a la clínica y permanecía sentado en aquellas incómodas sillas de la sala de espera.
Lissa, la amiga de la rubia, se preocupaba por él. Cada día lo observaba más delgado, con más ojeras en sus ojos y la barba que llevaba mucho más larga que lo normal que llegaba a aumentarle la edad, no le gustaba nada como se veía. Estaba segura de que cuando su amiga saliera de su estado de inconsciencia, le desagradaría mirarlo así. No porque dejara de ser guapo, eso era casi imposible. Pero sí por el hecho de que ella, por cierto modo, sea la causante de su estado.
-¿Estás seguro que no necesitas nada? –interrogó una vez más Lissa antes de partir con su madre hacia el hotel donde se estaban hospedando. Sebastián sonrió de medio lado con pesar, en esos momentos Lissa le recordaba un poco a su amada, esa manera de preocuparse por él, era muy parecidas.
-No Lissa, gracias. Ve a descansar, lo necesitan.
-Tú también lo necesitas.
-Yo estoy bien aquí, no estaría tranquilo si me encuentro en el hotel –Lissa asintió con la cabeza con una mueca en su boca y luego se levantó de la silla junto a él.
-Bien, si hay algún cambio, no dudes en llamar. No importa la hora.
-Vale –se despidieron y marcharon dejando al muchacho con el padre de Elizabeth, quién estaba sentado tecleando el su celular a distancia. Sebastián suspiró agotado y se recostó un poco más en la silla, apoyó la cabeza de la pared y cerró los ojos. Solo deseaba que todo aquello acabara y poder dormir junto a Elizabeth, en la tranquilidad de su hogar.
-Deberías descansar –escuchó una voz masculina a su lado. Abrió los ojos y ladeó la cabeza, todavía apoyada en la pared, y miró al padre de la rubia.
-Estoy bien.
-Me gustaría hablar contigo –anunció Eliot, mirando sus manos que sujetaban su celular, en su regazo.
-¿De qué? –respondía Sebastián más que seco.
-De tu relación con mi hija.
-Creo que lo he dejado claro, la amo y no...
-Lo sé...-interrumpió alzando su mirada y clavándola en el muchacho. Sebastián le devolvió la mirada esperando a que continuara- Me ha quedado más que claro.
-Pensé que lo había dejado claro en un principio, no esperaba que tuviera que ocurrir algo así para que se diera cuenta.
-Sebastián –suspiró el hombre cansado- Entiendo que estes molestos con nosotros, no hemos sido los mejores padres. Pero de verdad estamos arrepentidos y ahora queremos hacer las cosas bien.
-No tienes que decirme eso a mí, debes decírselo a Elizabeth.
-Ya lo he hecho y lo seguiré haciendo hasta que acepte.
-Entonces ¿Qué tiene que ver eso con nosotros? –interrogó sin entender qué era lo que quería el padre de su novio. El hombre se quedó en silencio por unos segundos, tomó aire profundo y luego lo soltó.
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Nos volveremos a encontrar
RomanceELizabeth Williams es una estudiante estadounidense de diseño, con tal solo veintiun años de edad, ya lleva un gran peso sobre sus hombros que no la deja vivir, está atormentada y destruida. Sebastián Buitrago, un italiano de buen corazón...