No podía abrir sus ojos ¡Maldición! La cabeza le iba a estallar. Se removió en la cama tratando de colocarse boca arriba para poder abrir los ojos y reaccionar. Al hacerlo, se encontró sumido en una semi oscuridad, frunció la frente sin entender en dónde se encontraba. La habitación era femenina, toques lilas con blanco por doquier, sintió que ya había estado allí, pero su mente no estaba muy clara. Giró su rostro a un lado y se dio cuenta de que ya había amanecido. Unos pocos rayos suaves se colaban por las espesas cortinas que tapaban la ventana. Miró la cama y se encontró solo, mientras su mente despertaba e iba cayendo en cuenta de donde se encontraba. Era la habitación de Elizabeth ¡Mierda! ¿Qué había hecho?
Trató de recordar lo ocurrido la noche anterior mientras se iba reincorporando. Solo imágenes borrosas venían a su mente. Un vaso de tequila tras otro, él besando a mujeres diferentes, las risas, la música, los gritos. Recordaba a penas haber ido al baño pero después, nada...sólo a Elizabeth acercándose a él en la discoteca. Había pensado que era una alucinación, pero ahí estaba, en su habitación. Su cuerpo se tensó pensando en lo peor, pero al ver su torso y encontrar que casi tenía toda su ropa puesta, dejo salir el aire más tranquilo y se levantó. Salió de la habitación posando una mano en su cabeza por el dolor. Un olor a café lo llevó a caminar hasta la cocina. Allí se encontró con Elizabeth de espaldas. Estaba batiendo algo en un bol. Llevaba una short corto, dejando ver sus estilizadas piernas, un suéter negro grande y los pies descalzos.
La imagen no le pudo parecer más hermosa y excitante. Carraspeó para llamar su atención. La chica se sobresaltó y se giró de inmediato. Observó por unos segundos su cuerpo enfundado solo en esa guarda camisa y se sonrojó. Volvió su vista a los ojos avellanas del chico.
-Buenos días.
-Buenos días Elizabeth –Se sorprendió él mismo al escuchar su voz, demasiado ronca llegando casi a un punto de afonía. Elizabeth miró hacia el suelo unos segundos, se veía muy tímida esa mañana- Yo...no entiendo cómo llegué aquí ¿Tú me trajiste?
La rubia alzo los ojos y asintió. Mirando su rostro que se encontraba un poco pálido, pero que no dejaba de ser hermoso entre esa barba, esos preciosos ojos y los labios rosados.
-Sí ¿No recuerdas?
-No...lo siento...
-Bienvenido a mi mundo –susurró recordando el día de la gala cuando ella estuvo en un estado parecido. Sebastián soltó una pequeña risa de boca cerrada. Se sumieron en un silencio un tato incómodo.
-Supongo que quieres asearte –Rompió ella el silencio. Este asintió, lo necesitaba, sentía que olía a rayos- En el baño del cuarto de invitados, hay cepillos nuevos, jabón, champo y todo lo que necesites de aseo. Puedo prestarte alguna sudadera holgada. También tengo pantaloncillos de correr, que aunque no lo creas, son de hombre –Sebastián enarcó una ceja. Ella al verlo explicó encogiendo los hombros- Son cómodos –Éste sonrió antes de preguntar.
-¿Puerta?
-La segunda, a la izquierda.
-Bien...gracias y...lamento todo lo ocurrido.
-No te preocupes –El chico asintió sintiéndose apenado y se retiró para asearse. Se adentró en la ducha relajándose con el agua tibia que caía por su cuerpo. Sus músculos destensándose, su ebriedad despejándose. Su cabeza pensó preocupada en lo que había pasado anoche, temía haber dicho algo que no debía. Aunque Elizabeth no parecía molesta, al contrario, se veía dócil.
Salió del cuarto de baño con una toalla enrollada en la cintura, en el momento en que Elizabeth daba dos suaves toques y entraba en la habitación. Él se sobresaltó y ella se paralizó al verlo allí, de pie, con su torso desnudo y el cabello mojado. Su boca se secó al instante. Sebastián se sintió un poco incómodo por primera vez en su vida frente a una mujer.
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Nos volveremos a encontrar
DragosteELizabeth Williams es una estudiante estadounidense de diseño, con tal solo veintiun años de edad, ya lleva un gran peso sobre sus hombros que no la deja vivir, está atormentada y destruida. Sebastián Buitrago, un italiano de buen corazón...