Llegó la noche y con ella la cena en la que Sebastián tendría que explicarle las cosas a Elizabeth, debía ser sincero. Estaba seguro de que ella le sacaría toda la información que quería. Se vistió de forma informal, con unos Jean, una camisa suave de mangas cortas con cuello en V en color blanco y unos zapatos casuales negros. Peinó su cabello que estaba mucho más largo y se perfumó antes de salir. Caminó por el pasillo del pen-hause hasta estar frente a la puerta de la habitación de la chica y tocó suavemente con sus nudillos. A los pocos segundos, la rubia le abrió la puerta revelándose frente a él.
Sebastián la ojeo admirado por unos segundos, llevaba un vestido veraniego hasta la altura de los muslos, haciendo ver unas muy bonitas piernas. Era tallado hasta la cintura y luego se soltaba con ligereza hasta caer en sus muslos. Un escote delicado en forma de corazón, revelando un poco de la piel de su pecho y finas tiras que se sujetaban de sus hombros. Zapatillas bajas y el cabello suelto. Se veía muy joven y hermosa, cosa que admiró.
-Estás hermosa.
-Gracias, espero estar apropiada. Aunque creo haber acertado –puntualizó mirando su atuendo también.
-Sí, esta noche quiero algo más informal ¿Te apetece pasear un poco fuera del hotel?
-Me encantaría –asintió y le tendió el brazo para que ella lo tomara y poder bajar. Bajaron las escaleras de la lujosa habitación, o mejor dicho, apartamento hasta la entrada. Elizabeth admiró todo maravillada nuevamente. Toques elegantes y playeros por doquier, era impresionante. Sebastián admiró su rostro emocionado con aquel brillo que vió hace unos días en la cena. Su estómago aleteo y su corazón se aceleró, era realmente bella.
Bajaron por el ascensor en silencio, mirándose de vez en cuando por el espejo de esa caja metálica, mientras el ambiente pequeño se impregnaba de aquel magnetismo que los invadía en la mayor parte del tiempo. Sus cuerpos soltaban chispas, vibraban, se erizaban o se tensaban, de una buena manera, cuando tenían esas cercanías. Al llegar al lobby, caminaron directo a la salida.
-¿Desea tomar un taxi señor?
-Sí.
-¿Hacia dónde se dirigen?
-Al centro.
-Bien, cinco minutos –pidió con amabilidad la mujer. Sebastián asintió y llevó a la chica a un lado donde posaban unos enormes sofás en la zona de espera de la recepción. Se sentaron en la suavidad del sofá. Elizabeth miró a su alrededor por unos segundos, mientras a su vez, Sebastián la observaba. Él no podía comprender lo que sentía a su lado, era demasiado fuerte, sensaciones abrazadoras que jamás había sentido. Quería besarla, abrazarla, protegerla de todo, pero también quería tenerla para él solo, para siempre, hacerla suya. No comprendía ese deje de posesividad que se estaba formando dentro de él.
-¿Por qué me miras así?
-¿No puedo admirar a una mujer preciosa?
-No lo soy...-contradijo apenada, pasando su mano por su cabello para meterlo detrás de la oreja. Sebastián siguió el mismo camino con sus dedos para peinarlo tras su oreja. Se acercó más tomando ahora su barbilla y alzándola para que su rostro quede a la altura del suyo.
-Eres jodidamente preciosa, y no te das cuenta de ello. No sabes lo que puedes causarle a un hombre.
-Estas exagerando –Sebastián dejo salir el aire y negó.
-Ese es el problema contigo Elizabeth, no te das cuenta de la obviedad que tienes frente a ti –Posó sus labios en los de la chica cerrando los ojos y quedándose así, con ese cariñoso e ingenuo toque, por unos segundos.
-Señor –irrumpió la muchacha de hace un rato- su taxi espera afuera.
-Bien, gracias –salieron y lo tomaron, Sebastián entrelazó sus dedos con el de la chica sin soltarla en todo el camino, enviando cientos de chispas por su cuerpo.
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Nos volveremos a encontrar
RomanceELizabeth Williams es una estudiante estadounidense de diseño, con tal solo veintiun años de edad, ya lleva un gran peso sobre sus hombros que no la deja vivir, está atormentada y destruida. Sebastián Buitrago, un italiano de buen corazón...