Lloró hasta quedarse dormida. Lloró por Marianne; su dulce hermana. Lloró porque ella no podría disfrutar de la vida como tanto lo hubiese querido, no podría ver más sus dulces ojos brillar con cada regalo, no podría oír su voz relatando todos los sueños que quería cumplir. Todo por su culpa. Ahora debería pagar su error con cada desgracia que ocurriera en su vida. Se odiaba, odiaba todo lo que había ocasionado por su culpa. Se odiaba a sí misma, su personalidad, su rostro, su cuerpo, ese que tantas veces su mamá criticó con apelativos de fealdad, y que solo la habían llevado a estados tan denigrantes que ni ella misma se veía capaz de nombrarlos.
Se levantó con la cabeza a punto de explotar, sintiendo sus ojos seriamente hinchados, además de ese dolor en su pecho que no terminaba de irse después de tantos años. Se dio una larga ducha, se colocó una camisa de mangas largas, un jean y unas botas de altura hasta los tobillos. Dejó su largo cabello rubio caer hasta su cadera y salió de su apartamento en busca de su auto para ir a la universidad.
Pero las cosas iban de mal a peor, a un par de centímetro visualizó como una grúa colgaba de la parte trasera a su auto para llevárselo.
-¡Oiga! Pero ¿Qué coño hace? –grito corriendo para acercarse a la grúa que ya comenzaba a rodar su auto, saltó encima del capó sin importar si se caía. El hombre al sentir que el auto que remolcaba se movía extrañamente miró por el retrovisor frunciendo el ceño. Las personas miraba a Elizabeth con el ceño fruncido, parecía una lunática arriba el auto. El hombre se detuvo y bajó al darse cuenta del menudo cuerpo encima del auto.
-¿Es la dueña de este auto?
-Sí ¿Qué hace? No estoy en un mal lugar, no estoy infringiendo ninguna ley.
-Lo siento señorita, no se trata de eso. La señora Williams me ha pagado para llevármelo.
-¿Qué? –palideció.
-Lo lamente, ya debo irme.
-¡Espere! Pero...pero...-no encontraba palabras, sus ojos comenzaban a aguarse y su garganta a cerrarse- ¿Cuándo ha dado esa orden?
-Esta mañana señorita, ahora, si me permite, debo retirarme –Elizabeth asintió sin saber qué hacer con la mirada perdida. Pasado unos minutos, tomó con fuerza su bolso, saco algo de dinero y fue a montarse a un autobús que la dejara en la universidad. Su madre se estaba cobrando la de anoche. Pero no le daría importancia, se calmaría y seguiría con su vida. No le daría el gusto de verla afectada por algo material.
Al llegar a la Universidad se encontró con Adrián, el chico que había conocido el día anterior.
-Hola Elizabeth.
-Oh, Hola Adrián –saludó con la mente un tanto perdida.
-¿Te encuentras bien? –pregunto frunciendo el ceño mirando a la chica.
-Yo...sí, estoy bien. –Respondió mientras caminaban a la cafetería.
-Compraré un batido ¿Quieres algo? –pregunto mientras se acercaban a una mesa vacía.
-Con tal no me lo avientes en la camisa, está bien –bromeo haciendo que el chico se riera sonrojado.
-Prometo no hacerlo ¿Qué quieres?
-Yo iré a comprarlo, está bien, dejaré las cosas aquí.
-Vale –El chico de ojos azules dejó su bolso en la silla y se acercó al mostrador para hacer su pedido. Elizabeth sacó su tarjeta de su billetera para pagar y dejó sus cosas allí también, sacando antes su móvil de allí. Lo encendió mientras le servían su batido y se dio cuenta de que tenía más de veinte llamadas perdidas de sus primos y tíos de la noche anterior. También un par de su padre. Los eliminó sin darle importancia y guardó el móvil en el bolsillo.
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Nos volveremos a encontrar
RomanceELizabeth Williams es una estudiante estadounidense de diseño, con tal solo veintiun años de edad, ya lleva un gran peso sobre sus hombros que no la deja vivir, está atormentada y destruida. Sebastián Buitrago, un italiano de buen corazón...