Se quedaron dormidos después de hacer el amor intensamente. Cuando el atardecer se posaba arriba del agua del océano, los ojos avellanas del muchacho se abrieron con pesadez. Se estiró y ladeó su rostro para mirar a la mujer desnuda a su lado. Su cara se iluminó y una sonrisa apareció al verla, estaba boca abajo con la espalda y el comienzo de sus redondos glúteos desnudos a la vista, la cabeza hacia el otro lado, hacia el ventanal de la habitación que daba a la playa y el cabello dorado platino esparcido por toda la almohada.
Su corazón latió desbocado, no podía creer lo que había pasado durante las últimas horas. Saber que sus sueños eran de su pasado lo dejó atónito, jamás pensó que fueran reales, pero lo más impresionante era saber que aquella niña de cabello castaño, era ella. Frunció el ceño recordando el color ¿Por qué ya no lo tenía así? Eso lo dejaba descolocado, su cabello era precioso, es más, no parecía que no fuera su color natural aquel rubio platinado, pero extrañaba verla al natural. Se propuso preguntarle cuando despertara.
Se levantó con cuidado y caminó hacia el baño, le apetecía una ducha. Luego la levantaría, debían comer algo y luego ponerse a trabajar sobre la propuesta del evento, le faltaban algunas cosas que concluir. La reunión sería mañana. A pesar de que quería seguir acostado, acariciándola, abrazándola, besándola y haciéndole el amor, tenían que hacer sus deberes.
Se duchó refrescándose y luego salió para colocarse ropa cómoda, hoy tenía pensado pedir comida a la habitación y estar encerrados haciendo lo que debían y luego queriéndose...al pensar en su suave voz diciendo que lo quería, su pecho se inflamó de felicidad. Jamás había estado tan feliz en su vida. Él la quería, la quería como nunca había querido a nadie.
Al entrar a la habitación con una toalla enroscada en su cintura, la vio sentada en la cama, con el ceño fruncido como si estuviera acabando de despertarse, y su torso descubierto, dejando ver sus hermosos y redondeados pechos. Él se deleitó con aquella visión. La chica al percibir su presencia, levantó la mirada y lo vio, allí de pie, con el cuerpo soltando algunas gotas, al igual que su cabello, el torso tonificado desnudo; dejando ver aquella V en sus caderas tan sexy. Su cuerpo comenzó a reaccionar ante aquello.
-Farfalla...
-Hola –sonrió la chica sabiendo lo que esa palabra significaba. Cuando atisbo que los grandes ojos avellanas estaban observando su pecho, se sonrojó y con lentitud se tapó con las sábanas blancas. Sebastián sonrió de medio lado volviendo su vista hacia su rostro y se acercó. La chica lo observó con ese andar suyo tan elegante y sensual. Se arrodilló en la cama y se inclinó hacia adelante para aproximarse a su rostro. La chica contuvo la respiración.
-No te cubras, eres preciosa...-Posó sus labios despacio en los de ella y comenzó un suave beso, la chica gimió muy bajito cuando sus labios comenzaron a fusionarse, más por las sensaciones llameantes que de inmediato se alojó en su cuerpo. Sebastián se separó cuando comenzó a endurecerse.
-Aunque quisiera hacerte el amor durante horas, debemos comer un poco y terminar el trabajo del evento –La chica abrió los ojos de par en par.
-¡Oh dios! ¡Lo he olvidado! –se levantó importándole poco su desnudes, apartándose del hombre y corrió hacia el cuarto de baño. Sebastián silbo en broma mirándola alejarse -¡Ah! –gritó la chica avergonzada cerrando la puerta de inmediato. El chico se carcajeó.
Se vistió y pronto llamó a recepción para pedir su cena. Le avisó a Elizabeth que estaría en la plata baja y fue hasta la sala para sacar su teléfono y el ordenador portátil de Elizabeth, para investigar unas cosas.
Dominik Paterson
Tecleó en el ordenador. Un montón de páginas aparecieron y unas cuantas imágenes que se veían antiguas y otras más recientes aparecieron en el lateral de la pantalla. Las observó por algunos segundos, no podía recordar muy bien esa cara. Pero estaba seguro de que si escuchaba su voz, lo recordaría de inmediato. Aun lo escuchaba en sus sueños
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Nos volveremos a encontrar
RomanceELizabeth Williams es una estudiante estadounidense de diseño, con tal solo veintiun años de edad, ya lleva un gran peso sobre sus hombros que no la deja vivir, está atormentada y destruida. Sebastián Buitrago, un italiano de buen corazón...