Capítulo 27

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El timbre sonó muy temprano en la casa de Lissa. Su amiga y la madre de la chica, aún no se levantaban de la cama. A cambio de Elizabeth, que no había podido dormir muy bien, se encontraba tomando un vaso de zumo de naranja sentada en la mesa del comedor. Se levantó extrañada por la hora, caminó hacia la puerta y abrió sin siquiera advertir quién podía ser. Cuando sus ojos dieron con él, su cuerpo se paralizó.

-Elizabeth...

-¿Qué haces aquí?

-Yo...

-¿Cómo sabes dónde vive Lissa?

-Bueno yo...

-¡Vete!

-¿Dejarás que hable? –manifestó fastidiado. Elizabeth se mordió el labio apenada y asintió, cruzándose de brazos, tratando de disimular el temblor que causaba su presencia en su cuerpo.

-Que sea rápido...

-Elizabeth... –suspiró dando un paso adelante, con su propio pulso acelerado, para estar más cerca de ella. Pero la rubia retrocedió- Necesito que hablemos.

-No tenemos nada de qué hablar.

-Estás comportándote como una niña...-manifestó enfadándose por su comportamiento. Aunque lo que quería era reírse, verla así, frente a él, con un short de pijama de conejitos, corto, muy corto, una camisa de mangas cortas con cuello en V de alguna banda de rock en color negro, la combinación era muy contradictoria. Pero la hacía ver muy joven y sexy.

-¿Cómo una niña? –Dijo con la boca abierta- Serás imbécil...-tomó la puerta para cerrarla en sus narices, pero Sebastián se lo impidió.

-Escúchame, si no quieres hablar sobre nosotros, está bien. Pero lo que vengo a decirte es otra cosa –lo miró enarcando una ceja- Además, traje algo- sacó una caja de cereal de chocolate, de esa que Elizabeth amaba y se la mostró. La chica ocultó una sonrisa con el corazón enternecido por el gesto del chico.

-Y después dices que la niña soy yo –Sebastián rio haciendo que los bellos de su nuca se erizaran ante el sonido.

-Pasa...

-Gracias.

Se adentraron en la cocina. Elizabeth sacó dos tazones de porcelana, tomó dos cucharillas y cogió del frigorífico la leche fría. Sirvió a ambos sin preguntar si él quería y luego se sentó en una silla, frente a él, al otro lado de la mesa. Sebastián agradeció por servirle, no había desayunado tampoco, aunque el cereal no era del todo lo que deseaba comer en las mañanas. A él le gustaba más como merienda por las tardes.

-Umm...-gimió la muchacha cerrando los ojos al comer la primera cucharada. Sebastián la miró embelesado, sintiendo como su cuerpo comenzaba a reaccionar con ese simple sonido de satisfacción salir de su garganta. Cuando la chica volvió a mirarlo, el negó con la cabeza apartando la mirada hacia su plato y carraspeó para calmarse.

-Tu padre me ha visitado a noche –La chica se atragantó con el cereal. Tragó rápidamente para no escupirlo y tosió solo un poco, para luego mirar a Sebastián con los ojos muy abiertos.

-¿Qué?

-Me ha contado lo de tu apartamento... ¿Por eso te escribió durante el viaje?

-Sí...

-¿Cuándo ibas a decírmelo?

-Pues...-encogió sus hombros sin verlo- No pensaba hacerlo.

-¿No ibas a hablarme nunca más? –subió sus ojos azules, clavándolos en los avellana.

Nos volveremos a encontrarDove le storie prendono vita. Scoprilo ora