Sebastián se miró en el espejo de cuerpo completo satisfecho con su apariencia. Llevaba un traje en color negro oscuro, zapatos negros de punta cuadrada brillantes. La camisa de vestir era también negra pero lo que resaltaba en todo el vestuario era la corbata rojo sangre, junto al pañito en el bolsillo colocado a la perfección del mismo color. Se había arreglado la barba y la tenía muy baja, igualmente cuadrada. Peinó su cabello hacia atrás con un poco de cera para que su cabello no dejara de ser sedoso. Colocó su rolex plateado en su muñeca izquierda y se perfumó para salir de la habitación en busca de su hermana.
-¡Sara! ¿Lista?
-¡Bajo en un momento! –manifestó desde su habitación. El chico bajó las escaleras y se dispuso a buscar las llaves de su Audi y su IPhone para averiguar si tenía algún mensaje. Le parecía extraño que su padre no se haya comunicado, se supone que el vendría a éste evento, cosa que Sara no sabía, era una sorpresa. Sonrío al imaginar la cara de la chica. Ya tenía un mes de haber llegado a nueva york y aunque no era tanto, debía admitir, sin embargo, que extrañaba mucho su hogar, sus amigos, su familia.
Cinco minutos después, el sonido de los tacones de su hermana bajando por las escaleras, lo hizo girar. Abrió la boca asombrado ganándose una carcajada de la joven.
-Bella ragazza.
-Gracias hermanito –dijo con una sonrisa. Sara llevaba un vestido ceñido a su cuerpo, resaltando una suave figura que se comenzaba a desarrollar, más debajo de las rodillas en color blanco. El escote era sin mangas, corte en corazón y poseía bellos detalles en dorado. Unos tacones altos dorados, al igual que su bolso de mano y sus accesorios. El cabello en un recogido elegante, dejando a penas caer unas delgadas hebras castañas de los lados. El hombre sonrió orgulloso de tener una hermana tan bella.
-Creo que esta noche tendré que partir más de un rostro.
-Controla tus manos Sebastián –resopló colocando los ojos en blanco. Sebastián se carcajeo mirando su gesto. Alzo su brazo como un caballero y espero a que ella lo tomara para salir del apartamento.
Durante el trayecto Sebastián estuvo hablándole a su hermana. La notaba nerviosa aunque no lo admitiera, lo podía ver en sus movimientos. Tenía una risa floja, jugaba con sus manos y las orillas del vestido, miraba por la ventana y también hacia al frente. No sabía qué hacer. Lo dedujo al instante, su trabajo lo hacía un experto en reaccione y emociones de las personas.
Al llegar al lujoso Hotel, un maître los recibió de inmediato, ayudaron a la joven a salir y el otro, tomó las llaves que le cedía Sebastián para que aparcara el auto. Entraron observando todo con aprobación, se consiguieron con una mujer que les sonreía de manera educada, que se acercó para saludarlos.
-Buenas noches señor y señorita Buitrago.
-Buenas noches –respondieron al unísono un tanto sorprendidos, por la calidad de servicio ¿Cómo los conocía?
-Los acompañaré hasta el salón de conferencias.
-Perfecto, gracias –respondió esta vez él.
Se dirigieron hasta el ascensor, mirando el lobby con esa gran escalera a un costado y se montaron en la caja metálica con espejos. Los hermanos se repasaron, estudiando si algo de su atuendo se había salido fuera de lugar, pero todo estaba en perfecto estado.
Las puertas se abrieron y los tres salieron dirigiéndose hasta unas puertas de cristal al final del pasillo, dos hombres, igualmente vestidos como la mujer que los acompañaban, abrieron la puerta de inmediato.
-Bienvenidos –sonrío.
-Gracias –respondieron devolviéndole la sonrisa. Se adentraron y contemplaron el lugar gustosos por la decoración. La alfombra roja que vestía todo el suelo, las mesas con sus sillas, de igual manera, los jarros de cristal con lindas flores y mariposas por doquier, las personas elegantes platicando y caminando de aquí a allá. De inmediato el muchacho buscó con la mirada a su padre. Sara se dio cuenta de del escenario y el piano de cola y su cuerpo se estremeció. Era la primera vez que cantaría en un evento como aquel.
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Nos volveremos a encontrar
RomanceELizabeth Williams es una estudiante estadounidense de diseño, con tal solo veintiun años de edad, ya lleva un gran peso sobre sus hombros que no la deja vivir, está atormentada y destruida. Sebastián Buitrago, un italiano de buen corazón...