La puerta de su apartamento estaba destrozada, una cinta amarilla de seguridad, de esos que colocan los policías en una escena del crimen, tapaba el paso de la entrada. Elizabeth se acercó con el corazón detenido hacia su casa. Pasó sin importarle la cinta y miró todo en el interior.
Destrozado era una palabra que quedaba corta ante lo que tenía al frente.
Los muebles estaban destruidos, los estantes, el televisor, las cortinas, los grandes ventanales rotos. Absolutamente todo destruido, quemado, partido.
-Dios mío...-escucho a su amiga susurrar tras de ella.
-¿Qué ha pasado aquí?
Elizabeth ignoró los susurros e interrogantes de sus amigos. Con pasos pausados caminó esquivando el desorden tirado en el piso, caminando por todo el lugar, mirando todo con el corazón latiendo en sus oídos con fuerza. Con el cuerpo temblándole se dirigió al pasillo que llevaba a las habitaciones, pero lo que encontró escrito en una de las paredes del cuarto principal, la heló por completo.
Te encontré, y ahora no escaparas
Escrito en grandes letras con pintura roja justo en la pared donde posaba el cabecero de su cama.
-¿Qué mierda?
-Dios...no...
-¿Elizabeth? –de pronto el cuerpo de la chica perdió fuerza desvaneciéndose en el suelo.
-¡Ely!
Despertó con un fuerte dolor de cabeza ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Dónde se encontraba? Con pesadez abrió los ojos pestañeando, tratando de aclarar su mente. Levantó una mano y la posó en la parte de atrás de su cabeza, percibiendo el gran bulto que se alojaba allí. Se quejó del dolor levantándose de la superficie acolchada en la que estaba. Miró todo a su alrededor que estaba en penumbras, apenas unos rayos de luz que se colaban de afuera la dejaban percibir las siluetas de la habitación donde se encontraba. Al comienzo no pudo reconocerla, pero poco a poco descubrió que estaba en la habitación de la casa de su mejor amiga.
Se levantó y camino hacia la puerta para salir de allí.
Todos estaban sentados en la mesa redonda de la cocina de la casa de Lissa. Allí estaban Adrián, la madre de Lissa y la nombrada. Pero lo que más le impresionó, fue ver a su padre allí.
-¿Eliot? ¿Qué haces aquí?
-Hija...-se levantó el hombre al verla entrar a la ventana. Se impresionó al ver a su hija, tenía más de tres meses sin verla, desde aquella fuerte discusión entre ella y su esposa en su casa. Tenía el cabello más largo y claro, la piel bronceada y los ojos brinllantes. No se le escapó ese cambio en su rostro, algo había cambiado en ella.
-¿Cómo te encuentras?
-¿Qué haces aquí? ¿Has venido con Mart...
-No –interrumpió el hombre- Tu madre no ha venido –la chica asintió soltando un suspiro más tranquila. Miró a sus dos amigos y a la madre de la pelirroja. Ambos sonrieron con pesar al verla.
-Chicos ¿Qué tal si me ayudan con unas cosas afuera? Tengo unas cajas de pedidos para los pasteles que debo hacer.
-Vale...-respondieron ambos muchachos siguiendo a la madre de la pelirroja, mientras los dejaban solos. Antes de salir, Lissa tomó el antebrazo de su amiga dándole fuerza, Ely asintió agradeciendo mientras la miraba, luego la soltó y desapareció.
-¿Qué pasa?
-Te mandé un mensaje ¿Dónde has estado? ¿Por qué no has respondido? –el rostro de la joven se ensombreció al recordar a Sebastián, donde había estado y que estuvieron haciendo. Sobre todo, lo último que había vivido con él. El engaño, algo que jamás había experimentado y que no sabía cómo enfrentar, más que huir como lo había hecho.
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Nos volveremos a encontrar
RomanceELizabeth Williams es una estudiante estadounidense de diseño, con tal solo veintiun años de edad, ya lleva un gran peso sobre sus hombros que no la deja vivir, está atormentada y destruida. Sebastián Buitrago, un italiano de buen corazón...