El dolor de cabeza era tan fuerte que no le permitía abrir los ojos, no podía si quiera cobrar la consciencia completamente. Todo le daba vueltas, tenía la boca seca y el estómago revuelto. Sólo esperaba no vomitar, pensaba dentro de sí, le preocupaba no tener la agilidad de llegar a un cuarto de baño. Si quiera podía mover correctamente su cuerpo. Los minutos se hicieron horas para Elizabeth que intentaba, con todas sus fuerzas, recuperar el conocimiento.
Abrió un ojo y lo volvió a cerrar. La luz que atizaba su rostro no la dejaba abrir los parpados ¿Dónde estaba? ¿Qué había sucedido? No podía recordar nada, y era lo que más temor le causaba.
Cuando por fin sus ojos pudieron abrirse, miró un poco a su alrededor. Estaba tendida en el suelo de la sala del lujoso pen-Hause. Miró su cuerpo dolorido, dándose cuenta que estaba en una posición bastante incómoda en el suelo. Tenía el vestido arrugado y sus pies descalzos.
-Sebastián...-susurró con la voz demasiado ronca. Se estaba comenzando a asustar ¿Qué mierda hacía allí tirada? ¿Dónde estaba Sebastián? ¿Qué había ocurrido? Tenía muchas interrogantes de inquietud en su cabeza. Poco a poco se fue levantando con pesadez. Aquel dolor de su cabeza no cesaba y lo único que quería hacer era cerrar sus ojos y volver a acostarse, aunque fuera en la superficie de madera del apartamento.
Estando de pie, se acercó a las escaleras tambaleando y sujetándose con fuerza del barandal, comenzó a subir.
-Sebastián –intentó llamar una vez más, pero su voz se escuchaba débil. Con el corazón palpitando asustado, se encaminó a la habitación principal. Detuvo sus pasos por un momento al ver un sujetador, que no era para nada de ella, no solo por el estilo, sino por la talla, en la entrada de la puerta semi abierta. Se acercó despacio con su estómago bullendo por dejar salir todo su contenido y abrió la puerta. Lo que allí vio, la pasmó.
-Sebas... Sebastián –llamó haciendo salir su voz mucho más fuerte de lo que creía poder, en el estado en que se encontraba. El chico se sobresaltó abriendo los ojos de golpe. La morena despeinada a su lado se levantó con el ceño fruncido, tapando su cuerpo desnudo con las blancas sábanas. Sebastián se sentó y miró a Elizabeth de pie en la entrada del cuarto con el rostro contraído.
Con la boca amarga y su propio ceño contraído, giró su rostro para ver a la persona a su lado. De un respingo impactado, se alejó del cuerpo moreno de Antonella.
-Mierda...
-Oh...dios...que mal que presencies esto –manifestó con voz tranquila Antonella mirando con pena falsa a Elizabeth, demasiado tranquila para la escena en la que se encontraba. Sebastián miró su cuerpo desnudo y cerró los ojos dolido antes de volver a abrirlo para mirar a Elizabeth. La chica se había tapado la boca con una mano, su rostro tan pálido como una hoja.
-Elizabeth...
-Oh dios...-fue lo único que escuchó salir de sus labios, antes de que la chica corriera fuera de la habitación.
-¡Elizabeth! –se levantó olvidando su desnudez para ir tras ella. Antonella lo cogió de la mano para detenerlo.
-Cariño, espera.
-¡Suéltame, maldita sea! ¿Qué has hecho? –le gritó entrando en furia, la chica lo miró con inocencia, fingiendo dolencia falsa por sus palabras.
-¡No he hecho nada! ¡Solo ha pasado lo que debía pasar! Nos deseamos Sebastián ¿No te das cuenta? No podemos olvidarnos...
-¡Cállate joder! ¿Te has vuelto loca? – la miró fulminante mientras se colocaba el bóxer que encontró tirado en el suelo.
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Nos volveremos a encontrar
RomansaELizabeth Williams es una estudiante estadounidense de diseño, con tal solo veintiun años de edad, ya lleva un gran peso sobre sus hombros que no la deja vivir, está atormentada y destruida. Sebastián Buitrago, un italiano de buen corazón...