Despertó sintiendo la boca amarga. La luz que entraba por la ventana molestó sus ojos, por lo que le tomó un tiempo adaptarlos y darse cuenta del lugar en el que se encontraba. Al girar su rostro a la ventana, observó a Sebastián dormido en aquel pequeño e incómodo sofá. Su corazón latió con fuerza por unos segundos, pero de pronto, esa extraña sensación de asco le invadía el cuerpo. No podía creer que estuviera sintiendo aquello por Sebastián. Él, aquella persona que amó, que deseó con todas sus fuerzas. Ahora esas sensaciones habían desaparecido. Era como si su alma se hubiese salido de su cuerpo y solo hubiese quedado frío...hielo.
Sabía que sentía algo fuerte por él, porque cada vez que, instintivamente, su cuerpo lo rechazaba y percibía el dolor el su rostro, algo dentro de ella se rompía. Pero pensar en su tacto sobre ella, le causaba nauseas. Pero no sólo era con él, sino con todos los hombres que se le acercaban.
Observó su tez delgada, su torso, las manchas oscuras bajo sus preciosos ojos, que ahora se encontraban cerrados. Se notaba el cansancio en él. Eso le apenaba, saber que su estado era a causa de ella. De todo lo que había pasado. Había estado casi un mes internada en aquel hospital.
Se levantó como pudo, aún tenía dolor en sus costillas, el cabestrillo se lo habían retirado, pero el yeso de su brazo seguía allí. El doctor le indicó que faltaba muy poco para retirarlo. Caminó al baño, hizo sus necesidades. Posteriormente cepilló sus dientes y se duchó, colocando una bolsa de plástico especial para no mojar su yeso. Se colocó unos pantalones largos de pijama holgados y una camisa de alguna banda de rock de igual manera holgada. No quería tener nada que se adhiriera a su cuerpo. No quería mostrar sus curvas, todo eso le causaba una especie de temor.
Salió cuando estuvo aseada y se dirigió a la cocina, esa mañana sentía un poco más de apetito. Tomó sus medicinas y se dispuso a preparar un sándwich, también le hizo un par a Sebastián, pero los dejó en el microondas hasta que él despertara. Se sentó en un banco en la encimera y comenzó a picotear el pan.
Sebastián se despertó sobre saltado y miró de inmediato hacia la cama. Al no verla allí, se alarmó, por lo que fue en su busca de inmediato. Salió depavorido de la habitación al no encontrarla en el baño. Pero al verla en la encimera de la cocina, tratando de pasar bocado, lo tranquilizó. Se quedó en la entrada de la habitación observándola.
Tenía una camisa de My Chemical Romance en color negro, bastante holgada, y unos pantalones de puntos azules largos, igual de hanchos que la camisa. La hacía parecer una niña. La delgadez de su cuerpo, junto a las larga cabellera que le llegaba más debajo de sus caderas, en dos tonos distintos y aquella ropa grande. Era como una pequeña criatura el cual quería ocultarse de la sociedad tras esas prendas y ese largo cabello. Suspiró al verla que apenas y podía tragar un trozo de sándwich. Regresó a la habitación y se encaminó a asearse en el baño.
Cuando terminó, salió, un poco nervioso por como irían las cosas con ella ese nuevo día. Elizabeth se encontraba sentada en el sofá, con las piernas encogidas, un brazo rodeándolas y el otro, el enyesado, reposado en el posa brazos. Su cabeza ladeada hacia un lado de la habitación, donde se posaba el ventanal de piso-techo, que daba a las afueras de la ciudad, metida en sus pensamientos. La imagen era deprimente. Sebastián tomó aire y saludó.
-Hola...-llamó su atención. Ella lo miró por unos segundos antes de responder.
-Hola.
-¿Cómo te sientes?
-Mejor, gracias –trató de regalarle una pobre sonrisa. Sebastián se la devolvió.
-He dejado tu deyuno en el horno microondas.
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Nos volveremos a encontrar
RomansELizabeth Williams es una estudiante estadounidense de diseño, con tal solo veintiun años de edad, ya lleva un gran peso sobre sus hombros que no la deja vivir, está atormentada y destruida. Sebastián Buitrago, un italiano de buen corazón...