Capítulo 17. Advertencia.

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A veces uno debe de tener cuidado con sus amigos. Sí, hay que aceptar que conocen tus gustos mejor que tus padres o que incluso son en quienes de algún modo más confiamos y juramos estar siempre dispuestos uno para el otro, pero eso no cambia el hecho de que a veces hay que desconfiar un poco, más cuando algo en sus caras te dice "ten cuidado, este tipo trae algo entre manos".

Desqui solo atino a pedirme el dinero como también que confiara en el, que todo lo tenía bajo control, de hecho ni siquiera me había mostrado el coche, por lo que estaba algo preocupado al respecto. Encendí otro cigarrillo a la espera de que apareciera desde uno de los dos lados de la calle.

- ¿Cuántos cigarrillos fumas al día?

Interroga Sam, la trabajadora de la tienda de tatuajes de mi amigo. Me giró a verle confundido, había olvidado que estaba en la tienda.

Sino mal recuerdo comencé a fumar a eso de los diecisiete y fue por un tema de ansiedad, no fue para creerme el cuento de chico malo o algo por el estilo, de hecho mi apariencia en ese tiempo no lo era, fui -no sé si aún lo sea- un nerd. No me avergüenzo de esa parte de mi vida, siempre quise ser el hijo correcto incluso perfecto.

- cuando estoy extremadamente nervioso o ansioso casi una cajetilla al día y cuando no, siete o depende, a veces estoy tan distraído en otras cosas que se me olvida.

- y ¿Cuántos llevas ahora?

Miro las colillas que tengo en el cenicero y seco el cálculo de lo que fume en el hotel.

- cuatro.

Alza las cejas sorprendida, hasta yo lo estaría si ni siquiera ha pasado el mediodía, pero me conozco y sé que eso es normal, al menos para mí.

- ¿no has pensado en dejarlo?

¿Qué si no lo había pensado? Mi madre no dejaba de pedírmelo, la primera vez fue cuando me descubrió en el jardín de la casa, la segunda vez fue cuando cayó en el hospital muy enferma y la tercera fue la última vez que nos vimos. Mis padres eran muy religiosos, tanto que rezaban casi la gran parte del tiempo y siempre los domingos iban a la iglesia, creo que eso era lo que me aterraba, el que me juzgarán bajo ese criterio.

- un par de veces.

Me aparto de la ventana una vez que terminó el cuarto cigarrillo y me acerco a ella, está muy concentrada dibujando un bosquejo que de seguro es para un cliente.

- pues no tienes ni pinta de ser un chico malo o algo por el estilo -confiesa sin despegar sus ojos de la hoja.

- gracias... -respondo sin saber si sentirme halagado o ofendido.

Vuelvo a girarme hacia la ventana cuando escucho el motor de un auto detenerse justo en frente de la tienda, se podría decir que llego a sonar un tanto horrible. Intercambio una mirada con Sam, para ir juntos hasta la salida encontrándonos con el coche que nunca pensé volver a ver, un Ford Mustang Fastback 1965.

- ¿a que no es una belleza? -habla Desqui bajándose del coche con una gran sonrisa.

De que lo era, lo era. Me acerco un poco desconfiado, las partes externas solo están cubiertas por polvo y solo podía ver uno que otro arañazo en la pintura.

- pero... -agrega dudoso a lo que aparto mis ojos del carro.

- ¿pero?

- la radio están vieja que no funciona, la pintura tiene uno que otro arañazo, el capo esta tan oxidado que mejor ni abrirlo. Casi gran parte del motor no es original, por lo que necesita una gran reparación.

Ahí estaba el problema. Mi padre también había tenido uno y fue rojo, lo vendió porque las piezas de reparación estaban bien escasas para ese tiempo y de hecho ya era un auto autentico de coleccion. Examine el motor y tenía razón, agradecí que por lo menos corría, el capo era otro caso, estaba tan dañado que lo volvías a cerrar por lo horrible que estaba.

Ella es mi Jefa. SIN EDITARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora