Capítulo 20. Límites.

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Observe desde la distancia la ventana que se sacudía levemente de vez en cuando, por la brutalidad del viento. La lluvia literalmente estaba dejando un desastre a las afueras y comenzaba a preocuparme el hecho de que dentro de poco tendría que salir. Desqui se había llevado a mi pequeño nuevo amigo peludo con él, realmente me lo había obsequiado y por mi parte decidí llamarlo Martini, se que el pequeño cachorro me debe de odiar, pero lo comprenderá cuando le coloquen esa cosa blanca alrededor del cuello y parezca una copa, entonces yo decida llamarle Martini y mis amigos dirán: - se me antoja una copita- me ahorraría el protocolo de invitarlos yo mismo.

Me disculpe con Erick, por lo de anoche, el por su parte le quito importancia aclarándome el hecho de que para eso estaban los amigos y que luego yo tendría que soportarlo a él. Lo entretenido de la situación fue que descubrí finalmente cuál era el apodo ñoño en que llamaba a Jane, el cual era "jamoncito" me reí como nunca en mi vida. No tengo nada en contra de las parejas y su forma cursi de llamarse, la cuestión es que algunos realmente dan mucho que desear.

Ellos no preguntan a donde voy y yo por mi parte no les digo nada, a pesar de que pueda haber otra bronca más tarde, quiero desviar más que nada el tema, así que con una chaqueta de cuero, unos jeans negros y una camiseta azul salgo de allí despidiéndome con la mano en el aire. Subo a mi auto ya reparado para ir hasta la dirección que me indica mi celular, mientras mi cabeza está igual que el desastre que está dejando este mal temporal. Las cosas van en esta dirección: si yo no digo algo, ella menos lo hará. Si sigo la corriente de su juego, volveré a caer en el laberinto y jamás encontraré el queso...pero también está la desventaja, y esta es, que si hablo posiblemente saque a relucir la cuestión de que no le he dicho algo de mi condena.

Dejó escapar un suspiro para alzar la vista al hotel en el que hemos quedado, un edificio de impecables paredes de color durazno, con arbustos perfectamente podados y con dos guardias en la entrada, por los cuales realmente siento lástima porque estén trabajando con este clima.

Estaciono mi coche sin preocuparme de que termine mojado o hasta que las gotas ya no caen y el sonido es de estas dar contra un paraguas que aparece arriba de mi cabeza, miro a quien lo sostiene encontrándome con un joven que no pasa de los veinticuatro que mantiene una expresión neutra, lleva un traje como el de los soldadillos del cuento de cascanueces.

- ¿es el señor Ben Mathews?

No soy bueno fiandome de los desconocidos, de todos modos asiento sin evitar fruncir el ceño.

- la señorita Burrell, aguarda por usted en restaurante del hotel.

Por impulso me miro de pies a cabeza. Yo no vine por una cena y ni siquiera sabía que la tendría. Camino con él, debajo del paraguas hasta la entrada donde los dos guardias ni siquiera se inmutan con mi presencia. Adentro todo están lujoso que me siento fuera de lugar, las recepcionistas me miran curiosas y no puedo evitar volver a incomodarme, busco con la mirada donde puede resultar estar el restaurante a lo que me ayuda el mismo joven de recién indicándome que le siguiera.

Reconozco de lejos su pequeña espalda y sus cabellos oscuros, de entre todas esas mesas donde personas mayores, jóvenes, mujeres y hombre se me quedan viendo de seguro por la ropa que ando trayendo. Por primera vez pienso que no le interesa para nada los estatus sociales que nos diferencian.

Detengo al joven y le indico que está bien, que me puede dejar de acompañar hasta aquí con una mirada, a lo que el asiente, da una leve reverencia y se marcha. Me quedo de pies detrás de ella, percatándome de que de esa forma llamó más la atención, como a su vez logrando que extrañada se voltee cuando se percata de cómo las dos personas frente a su mesa miran hacia su dirección.

- buenas noche, señorita Burrell.

Su mirada demuestra confusión, tal vez por cómo la he llamado o por lo extraño que han sonado aquellas palabras al salir de mi boca. De todos modos me invita a tomar asiento en frente de ella, ignorando mi vestimenta y a las personas que nos envuelven.

Ella es mi Jefa. SIN EDITARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora