CAPITULO 31

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Aún no me había alejado mucho, porque pude oír que Trunks excusaba mi salida:

—Se ha dejado una cosa en el coche. Perdonad un momento.

Joder, iba a venir detrás de mí.

La forma más segura de perderle era dirigirme al baño. Aunque Trunks era capaz de seguirme dentro y yo no sabía dónde estaba el servicio; además, ya había dejado atrás el mostrador de la recepción. Mis ojos examinaron el vestíbulo. Allí estaban los ascensores, pero tendría que esperar, y una puerta que daba a las escaleras.

Tomé las escaleras y me di cuenta de que bajar cincuenta plantas con tacones quizá no era una buena idea. Subí.

La brisa me dio en la cara cuando llegué a la azotea. La pesada puerta se cerró de golpe cuando salí. Seguí caminando.

La azotea estaba prácticamente desierta, así que supe que el sonido de la puerta cerrándose detrás de mí era Trunks. Aun así, seguí caminando, avanzando a toda prisa entre las jardineras y los bancos distribuidos por la terraza, tratando de buscar algún lugar donde pudiera estar sola, donde pudiera respirar, donde pudiera poner en orden mi paranoia y las razones que la justificaban.

Me detuve en la pared del rincón. Me incliné sobre el borde de aquel espacio acotado de cemento y tomé grandes bocanadas de aire. Respirar hondo era lo único que conseguía que no estallara en sollozos.

Sus pasos sonaron cautelosos detrás de mí, pero los oí, como si fuese hipersensible a sus movimientos. Se detuvo cerca de donde yo estaba y llegó a mí con su voz en lugar de con su cuerpo:

—Los Warner son prácticamente de la familia.

Al menos fue lo suficientemente inteligente como para saber por qué había salido corriendo. Y valiente para no fingir que no se había enterado. Eso había que reconocérselo.

Pero no podía responderle más que con desconfianza.

—Sí. Vale.

No me giré para mirarle. No quería ver su rostro mientras se explicaba. Si su expresión indicaba que me estaba comportando de forma ridícula..., me destrozaría.

—¿Qué? ¿Piensas que no te lo he dicho a propósito? —Su voz sonaba calmada a pesar de sus palabras.

Solté una fuerte carcajada.

—Mejor no quieras saber lo que estoy pensando.

—La verdad es que sí quiero.

Me di la vuelta.

—No, no quieres.

Retrocedí hasta dar con la espalda en la alta pared del rincón. Él no lo entendía. Lo más probable era que mis sentimientos fuesen exagerados. No había forma de saber si estaban justificados cuando me encontraba tan enfadada. La experiencia y la terapia me habían enseñado a no afrontar ese tipo de situaciones antes de calmarme. Necesitaba tiempo para tranquilizarme.

—Créeme cuando te digo que sí quiero saber lo que piensas.

—Trunks, no puedes decir eso si no sabes lo que quiero decir. No es bueno. De hecho debes dejarme sola. O te culparé de algunas cosas. Cosas en las que probablemente esté exagerando y tú vas a sentirte ofendido. Y yo terminaré perdiéndote.

Eso era lo único de lo que estaba segura: que si decía lo que estaba sintiendo, le apartaría de mí. Mis emociones tan intensas siempre habían conseguido ahuyentar a los hombres de mi vida.

—No vas a perderme. —Dio un paso hacia mí. Sin ninguna cautela, sino con total seguridad. Como si expresara que tenía un control absoluto de la situación. Como si dijera: «Atrévete a hacerme retroceder».

INTENSO DESEO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora