Después de que Trunks se marchara, estuve llorando tanto tiempo y con tanta intensidad que me pareció que me iba a desmayar de puro agotamiento. Pero no fue así. Traté de acurrucarme en la cama, pero me parecía demasiado grande. Y por muchas mantas que me pusiera encima, sentía frío. Al final salí a la biblioteca, tomé unos cuantos chupitos más de tequila para calentarme y me puse una película de mi colección de las seleccionadas por el Instituto de Cine Americano. Elegí Titanic. Al fin y al cabo, ya me sentía desconsolada y podía aprovechar para regodearme.
Antes de que el barco se hundiera, me quedé inconsciente en el sofá. Me desperté al día siguiente con los ojos hinchados y con jaqueca. Lo primero que pensé fue que necesitaba cafeína. Pero no olía a café recién hecho en el ático y fue entonces cuando recordé que Trunks no estaba allí. Cada día, antes de irse a trabajar dejaba la cafetera lista para mí. La ausencia de aquel simple detalle amenazó con provocar otra nueva sesión de lágrimas.
«Pero puede que haya llamado».
Busqué el teléfono y lo encontré enterrado entre los cojines. «Joder». Se había quedado sin batería. Había estado demasiado consumida por la pena como para dejarlo cargando por la noche. Tras enchufarlo al cargador de la biblioteca, me preparé el café y encontré ibuprofeno en el armario del baño.
Después me duché con la esperanza de que el agua caliente aliviara la hinchazón de mis ojos. Quizá lo hiciera, pero no me sentí mejor. A continuación me envolví en una toalla y me quedé mirando el espejo empañado por el vapor. Ojalá fuera tan sencillo como levantar la mano y limpiar la condensación para poder ver al hombre que había debajo. Si él me dejara entrar, sería así de fácil. Quizá entonces mi caricia pudiera conseguir por fin que lo viera claramente.
Pero no era tan sencillo. Más bien, lo único que podía esperar era un mensaje o una llamada perdida. Me vestí y volví a acomodarme en el sofá para encender el teléfono.
No había nada.
Así que le envié un mensaje:
«Vuelve a casa».
Como después de cinco minutos no recibí respuesta, pensé en enviarle otro. Estaba en el trabajo. No debería molestarle. Pero se suponía que yo era importante. Si aún le importaba algo, me respondería.
Me debatí sobre qué hacer. En mi pasado, enviar mensajes y las llamadas obsesivas habían sido mi mayor debilidad. Durante más de un año desde que empecé la terapia, ni siquiera me permití tener teléfono. La tentación era demasiado grande. En el punto álgido de mi obsesión, podía llenar un buzón de voz en una hora. Paul tuvo que cambiar de número después de que yo me pasara tres días seguidos sin parar de enviarle mensajes.
Con Trunks incluso sopesaba cuidadosamente cada mensaje que le enviaba. No le mandaba todos los que se me ocurrían. Era difícil, pero había conseguido controlarme.
Ese día me importaba una mierda el control.
Le envié un nuevo mensaje:
«¿Ahora vas a evitarme?».
Cinco minutos después le envié otro:
«Lo menos que podrías hacer es hablar conmigo».
Le envié varios más, retrasando cada uno un periodo de tres a cinco minutos.
«Me dijiste que yo lo era todo para ti».
«Habla conmigo».
«No te preguntaré por eso si no quieres».
«Esto no es justo. ¿No debería ser yo la que estuviera enfadada?».
Estaba a punto de empezar a escribir otro cuando el teléfono vibró en mi mano al recibir un mensaje.
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INTENSO DESEO.
FanfictionCon su reciente Maestría en Administración, Son Pan tiene su futuro asegurado, obtener un ascenso en el club donde trabaja y mantenerse alejada de cualquier tipo que pueda desencadenar su trastorno de amor obsesivo. Un plan perfecto. ...