Amigos - Matías

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El miércoles por la mañana me preparaba para ir a la escuela

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El miércoles por la mañana me preparaba para ir a la escuela. Mi padre ya se había ido al trabajo, y mamá estaba en la cocina preparando el desayuno. Me miró con gesto curioso mientras tomaba el teléfono entre mis manos.

─Me molesta que uses el teléfono en la mesa, Matías. ─comentó ella dándome un plato bien servido de hot cakes.

─Mamá, no tengo hambre. ─le dije.

─Come ahora. No me gusta que tragues porquerías en la escuela. ─y obedecí.

Salí de mi casa con unas extrañas ganas de vomitar y caminé hacia la escuela. Recordé que no había hecho mi tarea de Biología y me lamenté por ello.

Seguí rumbo a la preparatoria y vi pasar a la patrulla policial a toda velocidad, iba hacia el libramiento que conectaba a Villa Dorada con otras localidades. Peculiarmente había una débil neblina que inundaba las calles, lo cual me impresionó, ya que la neblina en Villa Dorada llega hasta entrado el otoño. Quizá la humedad de los cerros había hecho de las suyas.

Villa Dorada estaba rodeada por cerros; no eran enormes montañas, pero sí dificultaban un poco la comunicación con otras localidades. Había dos carreteras principales que atravesaban el pueblo, dejándolo en el centro, cual cruz de caminos maldecida por Luzbel.

Por el norte llegaba la carretera nacional que atravesaba Villa Dorada hasta el sur, hacia la autopista que nos conectaba con la lejana playa. Desde el occidente venía la carretera estatal que daba a la capital y atravesaba rumbo al oriente: hacia Torres de Alicante, otra comunidad perdida en la nada. Por ello, no era raro encontrar relatos entre los más ancianos sobre pactos que personas de antaño habían hecho con Belcebú, justo en Villa Dorada. Ya que, como te digo, Villa Dorada quedaba justo en el centro de una enorme cruz.

También, eran usuales los accidentes automovilísticos en las peligrosas carreteras. Proliferaban las leyendas de fantasmas, brujas, duendes y tesoros ocultos en las cuevas de las montañas cercanas.

¿Quieres escuchar relatos que de verdad te congelen la sangre?

Ven a Villa Dorada o a cualquier otro pueblo perdido en medio de los cerros y te darás cuenta de que la literatura no sólo está en libros. La gente de los pueblos usualmente crea estas historias para darle identidad a su comunidad; y cada una de esas es única e irrepetible.

Hace tiempo hablaban de un nahual que habitaba en medio del bosque y que se robaba los bebés para después comerlos. Todo eso fue falso, obviamente; pero es sorprendente que la gente lo siga creyendo. Tanto, como seguir creyendo en fantasmas. Yo no lo hacía.

Aunque, si te dijera que después de lo que me pasó ese Miércoles, ya no sabría qué creer.

Era la hora del receso; yo buscaba a Víctor entre los que jugaban futbol, pero no lo vi.

─Eh, Matías... ─me llamó un chico─. ¿Quieres jugar? Nos falta uno. ─dijo, señalando a su equipo estrella.

─No, gracias. ─y seguí comiendo mi emparedado.

Empecé a ver en mi teléfono las convocatorias de algunas universidades. Hasta ahora, quería estudiar medicina forense, y para hacerlo tendría que mudarme a la capital del estado. Cosa que no era tanto de mi agrado.

La vida en un pueblo es difícil, pero si la comparamos con la vida de una ciudad, se queda corta. Villa Dorada tiene sus cualidades; en especial este arraigado fenómeno supersticioso del que te hablé. ¡La maquinaria sobrenatural es impactante!

Vi a Yuliana de lejos y la saludé. Cada vez se juntaba menos conmigo, quizá ya sabía que me gustaba y por ello me evitaba a toda costa.

Una chica se sentó a mi lado y empezó a morder una de sus galletas con chispas de chocolate. Ya la había visto un par de veces, sabía que era exnovia o algo así de Diego. Ella notó que la miraba y decidió sonreírme tímidamente. En sus ojos pude ver dolor, sus labios estaban secos, cual desierto.

─¿Quieres una? ─me ofreció una galleta. Por no ser grosero la acepté, aunque desde los Hot Cakes de mi casa la comida me parecía sosa y se me dificultaba tragar.

─Gracias. ─le dije.

Abrí mi Facebook y vi una solicitud de amistad.

Fui hasta ella y vi algo que mis ojos dudaron (y siguen dudando hasta el día de hoy).

Diego me había enviado una solicitud de amistad.

Diego.

El Diego que se suicidó el sábado.

─¿Estás bien? Has perdido todo el color. ─apuntó la chica mordisqueando otra galleta.

Y realmente estaba petrificado. Me sudó todo el cuerpo y un frío espantoso recorrió mi espalda.

No me hablaba con esta chica, pero en ese momento un reflejo instintivo me hizo mostrarle la pantalla de mi celular. Se quedó boquiabierta y la bolsa de galletas cayó al suelo, esparciendo su contenido. Me miró con los ojos como platos y luego, por si fuera poco, dijo algo que casi me infarta:

─A mí anoche me mandó un mensaje.  

¿Quién es Iris? [COMPLETA Y EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora