·TRES DÍAS DESPUÉS·
Mucha gente reportó el perfil de Iris Walker en Facebook y lo cancelaron casi al instante. También fueron eliminados el perfil de Diego, el de Víctor y de los demás chicos suicidas; antes de eso, la policía los tuvo en su dominio para seguir con las investigaciones.
Cuando me enteré de que Matías regresaba a su casa después de estar dos días enteros en el hospital, salté de alegría.
Salí corriendo de mi casa rumbo a la suya, sin siquiera avisarles a mis padres.
Al doblar la esquina de su casa, justo iban llegando con el chico. Sus padres me miraron con alegría mientras empujaban la silla de ruedas que lo transportaba. Matías me miró y el rostro se le iluminó.
─¡Matías! ¡Qué gusto me da verte! ─grité.
─A mí igual... ─me acerqué y le di un suave abrazo, no quería lastimarle sus heridas. Llevaba vendas en ambos brazos y un yeso en la pierna derecha que repararía la fractura de su fémur. Un par de venditas curativas se esparcían por su mejilla derecha.
─¿Puedo llevarlo yo? ─le sugerí a su padre que de inmediato aceptó y me permitió empujar la silla de ruedas─. ¿Cómo te sientes? ─le dije, justo cuando lo detuve a un lado de su cama. Su habitación estaba adornada con globos y carteles que le daban la bienvenida a su casa.
─Me siento como si me hubieran atropellado. ─bromeó. Ambos reímos─. Hablando en serio: me siento demasiado cansado. Tengo heridas por todo el cuerpo. Afortunadamente la que me dieron en el estómago no llegó a ningún órgano importante. Y bueno... mi pierna tardará unas semanas en recuperarse.
─¡Pero estás vivo! ─festejé. Le di otro beso en la mejilla hasta que él, con las manos vendadas, me agarró del rostro y me condujo hacia sus labios.
─Y te lo debo a ti. ─susurró después del beso─. Si tú no hubieras llegado... bueno, tú y los policías... probablemente habría muerto en manos de esos criminales.
─Nunca hubiera dejado que eso pasase. ─acaricié su rostro y toqué sus labios─. Te has convertido en pocos días una persona muy importante para mí.
─Oh, calla... ¡detente o me harás llorar! ─sus ojos se humedecieron. Lo abracé nuevamente, aferrándome a su calidez... aferrándome a su vida.
─Matías, te quiero mucho. ─fui sincera.
─Yo también, Ximena... te quiero mucho. ─sus ojos denotaban sueño.
─Te dejaré dormir. Más tarde vendré a visitarte. ─le aseguré. Me despedí con otro beso y salí. Su madre entró de inmediato a acomodarlo en su cama.
Iba rumbo a mi casa cuando una voz conocida me interceptó.
Era Alexa. Se veía más delgada; no llevaba nada de maquillaje y su cabello rojo estaba suelto sobre sus hombros. En el cielo, un trueno resonó anunciando una próxima tempestad.
─Ximena... ─dijo ella─. Escucha... sé que nunca te hablé y debo aceptar que me caías un poco mal. ─el sentimiento era recíproco─. Pero debo agradecerte por salvarme la vida. ─¡ahora yo era la salvadora de todo el mundo! Ella mantuvo la vista en el suelo; cuando fijó su mirada en mí, aprecié a una Alexa que no reconocía.
Ya no era la chica ostentosa que coqueteaba con todo mundo; ahora era una chica dolida y temerosa. Se abrazaba a sí misma y se ocultaba bajo una sudadera enorme.
─No tienes nada qué agradecer, cualquiera lo hubiera hecho. ─pero dudaba mucho que Alexa hubiera hecho eso por alguien.
─Sí, bueno... aun así me gustaría compensarte de alguna forma. ─dijo ella buscando algo en su cartera.
─No te preocupes, no necesito dinero.
─No hablo de dinero. ─sacó una cadena dorada─. Sé el cariño que tanto le tenías a Diego... ésta es su cadena de oro. ─me la ofreció. La medalla consistía en un pequeño balón de basquetbol del tamaño de un chícharo.
Dudé en aceptarla. ─Pero Diego ni me hablaba. ─fruncí el entrecejo.
─¡Porque no sabía cómo acercarse a ti! ─confesó─. Diego no era el chico coqueto que todo el mundo cree; en realidad, era muy tímido. Días antes de su muerte, él me había preguntado cuál era la mejor forma en la que podía recuperar tu amistad. ─¡eso sí que era una novedad!─. Obviamente le dije que tú no valías la pena y que mejor se fijara en alguien más.
¡Claro! Al menos agradecía la sinceridad de Alexa.
Tomé la medalla entre mis manos y la encerré en mi puño. Sentí ganas de llorar, pero me aguanté... Sentí ganas de darle una bofetada a Alexa y también me contuve.
─Y creo que esa medalla te pertenece más a ti que a mí. ─masculló reprimiendo una lágrima─. Bien, entonces... adiós.
─Alexa. ─la llamé antes de que se fuera.
─¿Sí? ─y la abracé. Fue el primer impulso que tuve. Sorprendentemente, ella me regresó el abrazo.
Ambas lloramos unos cuantos minutos hasta que nos despedimos y cada quién tomó caminos distintos. Me colgué la medalla de Diego en mi cuello pensando en lo que pudo ser, pero que no sucedió.
Por la tarde, antes de regresar a casa de Matías, fui a la tumba de Diego a llevarle un enorme ramo de rosas blancas. A diferencia de las ocasiones anteriores, esta vez no había panteonero.
Esta vez no había lágrimas en mi rostro; solamente un sincero agradecimiento por las cosas felices que Diego me brindó en vida.
Esta vez había tranquilidad.
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¿Quién es Iris? [COMPLETA Y EN EDICIÓN]
Mystery / ThrillerCuando el primer suicidio aparece en el pequeño pueblo de Villa Dorada, toda la gente se pregunta qué es lo que ha llevado a un adolescente a quitarse la vida. Lo que no saben es que eso es el principio de una cadena de misterios sin resolver que...