Desperté muy tarde. Cuando bajé a desayunar, ya estaban mis padres sentados en el comedor. Mamá me sirvió un cuenco de sopa de verduras mientras papá terminaba el suyo. Su mirada curiosa me interceptó. Yo ahogué la mía junto con las zanahorias, brócolis y papas que flotaban en el caldillo.
─¿Cómo van tus sesiones con la psicóloga? ─se quitó los anteojos y los colocó sobre la mesa. Ya había ido dos veces más con la psicóloga; en la última sesión habíamos hablado sobre el proceso de la muerte y el duelo natural que hay que vivirse. También me preguntó sobre mi familia y mi relación con ellos.
Me sorprendía que papá me preguntara eso. En los últimos días él estaba demasiado ocupado con el fin del ciclo escolar en la primaria donde trabajaba; a veces tan ocupado, que llegaba demasiado tarde a casa y no tenía tiempo de platicar conmigo. Quizá él y mi madre hablasen de mí a escondidas.
─Bien... ─contesté, secamente. Papá no dijo nada más y continuó leyendo un viejo ejemplar de Historia de dos ciudades; en sus ratos libres le gustaba releer novelas viejas.
Terminé mi desayuno y decidí salir un rato al jardín frontal. Me senté en el pasto, me coloqué los audífonos y empecé a reproducir una quieta canción en inglés; investigué en internet algunas casas para rentar en la capital, cerca de la universidad.
Cansada del brillo del teléfono, miré hacia enfrente y noté que la mamá de Diego estaba regando las flores que adornaban su entrada. Últimamente salía más y trataba de platicar con las personas, el papá de Diego tuvo que salir de viaje y había dejado a la mujer sola. Ya digo: me sorprendió verla allí, regando las camelias. Las semanas consecuentes al fallecimiento de Diego, la mujer se la pasó enclaustrada en su hogar. Mamá en varias ocasiones la visitaba sólo para ver el demacrado estado de la mujer; le llevaba galletas o pasteles sólo para animarla.
Era bueno que poco a poco la mujer empezara a vivir con la ausencia de su hijo. También tenía que hacerlo yo; aunque claro, él era su hijo y de mí era un simple conocido. Su dolor debió ser más fuerte.
Recordé que junto con Matías deseaba entrar a la habitación de Diego. Me armé de valor y caminé rumbo a la mujer sin pensarlo tanto... me mordí el labio inferior y dudé en regresar a mi casa; cuando di un paso hacia atrás, rendida, la mujer me volteó a ver.
─Ximena, ¡qué gusto! ─mostró una amigable sonrisa. No traía maquillaje y las pecas sobresalían en sus mejillas. Era una mujer bella y de sonrisa perfecta. Sin embargo, parecía que había adelgazado durante todo ese tiempo.
─Hola, señora. ─saludé, nerviosa.
─El otro día no tuve oportunidad de agradecerle a tu madre por el pastel que me dejó con la sirvienta. ─dijo. Acarició sus flores con ternura sin quitarles el ojo de encima. Quitó un par de hojas amarillentas que manchaban la pulcritud de sus plantas.
─Ah, sí claro; no se preocupe, yo le digo. Pero, quería pedirle un favor... ─musité.
─Dime, hija. ¿En qué puedo ayudarte? ─se apartó un mechón de rubio cabello y volteó a verme con asombro.
─Me gustaría buscar un libro en la habitación de Diego. ─cuando escuchó el nombre de su hijo, puso gesto serio. Ella tampoco sabía que Diego y yo nos habíamos distanciado─. Es que se lo presté hace unos meses y me gustaría tenerlo de vuelta. ─mentí. En realidad quería saber si había algo entre La Iris y el Aura.
─Oh, claro. Él tenía algunos libros en su habitación. Adelante... ─abrió la puerta de su casa y me dejó entrar. Respiré profundamente un aire de victoria: había conseguido lo más difícil de este plan─. Y, ¿ya sabes en qué universidad estudiar?
─Sí. Ahora estamos buscando un lugar para rentar cerca de la escuela. ─mostré una sonrisa.
─Me parece muy bien... por aquí, por favor. ─señaló escaleras arriba.
La planta de arriba olía a jabón para pisos; estaba tal y como lo recordaba desde la vez que fui con Diego a su... bueno, a su cuarto. En silencio me abrió la puerta de la habitación del chico y me encontré con un desorden monumental. Había ropa y papeles tirados por doquier.
─No he querido venir a su habitación, por eso está así. ─pude sentir como reprimía un nudo en la garganta─. Aunque no sé por qué hay tantos papeles regados en el suelo. Bueno, da igual... ─señaló un estante con libros─. Puedes buscar tu libro allí. Yo, me retiro... estaré abajo; no puedo estar aquí. ─y se fue, dejándome a solas en la habitación del chico del que me había enamorado y que me ignoraba categóricamente.
Pasé por encima de un tumulto de ropa y acaricié las sábanas de su cama, recordando aquella noche en que él fue mío y yo suya. Olí una de sus playeras, y aunque ya no conservaba su mismo olor, sentí como si lo estuviera abrazando a él.
¡Vamos Ximena! A lo tuyo: Me susurré.
Fui hasta el estante de libros y vi algunos títulos conocidos, otros no tanto. En el centro de ese pequeño espacio literario, estaba un ejemplar de Aura de Carlos Fuentes; mi espina dorsal se heló cuando, al lado, estaba un libro llamado Iris de un autor latinoamericano.
¡De verdad existían esos dos títulos! Matías era muy inteligente al haber hecho esas conjeturas.
De inmediato saqué los dos libros y me asombré muchísimo cuando descubrí que entre los dos había un par de DVD's con la frase: Para Diego.
¡Realmente había algo entre la Iris y el Aura!
Me metí los DVD bajo la axila y reacomodé los libros en su sitio. Le eché una última ojeada a su habitación mientras salía de ella. Estaba nerviosa y un poco sacada de onda; no podía creer eso. Respiré hondo y me enfrenté a la madre cuando empezaba a descender los peldaños de las escaleras.
─No lo encontré. ─sonreí─. Creo que debió prestárselo a alguien más.
─Oh... discúlpalo, en verdad. ─sonaba preocupada.
─No, no se preocupe. No pasa nada... compraré otro ejemplar. De todas formas, muchas gracias por dejarme entrar; muy amable de su parte. ─apreté mi brazo y sentí los DVD's contra mi cuerpo.
─Anda, hija. ¡Salúdame a tus papis!
─Claro, señora. Le agradezco. ─le dediqué una última sonrisa antes de retirarme.
Me carcomía la curiosidad por saber qué había allí. Al fin habíamos encontrado eso que se ocultaba entre la Iris y el Aura. Tomé mi celular y de inmediato le marqué a Matías para contarle la noticia. Vociferó de incredulidad y luego festejó junto conmigo. Me dio las gracias y me reiteró su admiración ante tal atrevimiento.
No sólo me sentía emocionada con los DVD's, sino también con la admiración que me había ganado de Matías.
Corrí a mi habitación y allí fue cuando analicé los discos con más detalle. Ambos tenían la misma frase remarcada con un plumón morado y buena caligrafía. Hasta podría jurar que la letra pertenecía a una chica.
Pero mi felicidad desapareció cuando surgió una nueva pregunta:
¡Era verdad el mensaje que Diego me mandó! Pero, entonces, ¿quién envió ese mensaje?
¿Fue Diego desde la tumba? A modo de manifestación paranormal.
¿O fue alguien más?
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¿Quién es Iris? [COMPLETA Y EN EDICIÓN]
Mystery / ThrillerCuando el primer suicidio aparece en el pequeño pueblo de Villa Dorada, toda la gente se pregunta qué es lo que ha llevado a un adolescente a quitarse la vida. Lo que no saben es que eso es el principio de una cadena de misterios sin resolver que...