Cuando el primer suicidio aparece en el pequeño pueblo de Villa Dorada, toda la gente se pregunta qué es lo que ha llevado a un adolescente a quitarse la vida.
Lo que no saben es que eso es el principio de una cadena de misterios sin resolver que...
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Estuve esperando a Matías en la biblioteca.
Después que me enteré sobre la trágica muerte de Víctor, era claro que él no vendría a nuestro encuentro. Regresé a mi casa y, al anochecer, fui al funeral con la casi nula aprobación de mis padres.
Asistí a misa y también al sepelio. En todo momento estuve consciente de que el supuesto suicidio de Víctor estaba relacionado con los suicidios anteriores, y quizás, como lo había dicho Matías, también con los cadáveres encontrados en Villa Dorada. Ante ello, ponía en tela de juicio el término suicidio.
Ahora no me cabían más sospechas: Iris Walker había tenido algo que ver con la muerte. El punto era que yo no tenía la valentía necesaria como para indagar más en ello; valentía que Matías sí poseía. Por eso me quedé deambulando por el panteón después del sepelio. Vi que Matías se había quedado en la tumba a despedirse de su gran amigo; yo necesitaba hablar con él, así que decidí esperarlo sin que él lo supiera.
Aproveché para ─nuevamente─ visitar la tumba de Diego.
No creas que aún seguía traumada con eso; las sesiones con mi psicóloga estaban rindiendo frutos. Poco a poco iba soltando esa extraña obsesión por hablarle a una sepultura.
Marcos ─el panteonero─ se topó conmigo; cargaba una pala y estaba sudado de la camisa por haber ayudado con la sepultura de Víctor. Con una mano se limpió el sudor que abrillantaba su frente y me dedicó una sonrisa.
─Ximena. ¿Qué tal? ─preguntó, deteniéndose─. Últimamente has dejado de venir a visitar a tu amigo. ─señaló la tumba de Diego.
─Bueno, mi psicóloga me dice que trate de evitarlo. ─confesé.
─¿Psicóloga? ¿Estás loca? ─parecía confundido. En la lejanía sonaba una extraña canción de mariachi─. No creo que estés tan loca como para necesitar un psicólogo. Llevo poco tiempo conociéndote y me pareces una chica normal.
─Bueno, la normalidad es un término ambiguo. Lo que para ti pueda ser normal, no necesariamente lo es para alguien más. ─le dije, arrancando una florecilla blanca desde raíz.
─¿Quién no tiene a estas alturas de la vida? ─escondí una risilla.
─Sí... tienes razón... aunque últimamente el internet ha facilitado algunos delitos; como las extorsiones...
─... o los asesinatos ─susurré esto último. Marcos entrecerró los ojos.
─¿Asesinatos? ─frunció el entrecejo─. ¿Cómo se puede matar a alguien usando Facebook?
─No. Es sólo una tontería que se me acaba de ocurrir. ─le resté importancia agitando una mano en el aire. El panteonero se sentó al borde de la tumba, yo me senté a su lado.