Arrestados - Ximena

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Los paramédicos se llevaron a Matías

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Los paramédicos se llevaron a Matías. Él estaba grave: pendía entre la vida y la muerte. Tenía heridas de arma blanca en las extremidades y posiblemente alguna arteria vital dañada.

Eran pocos los arrestados de la secta; entre ellos, estaba el profesor de Filosofía y el compañero con el mejor promedio de mi generación en la preparatoria. Cuatro de ellos murieron y cuatro se fugaron; incluyendo al señor bien vestido que los acompañaba y que desapareció sin dejar rastro alguno.

Cuando los dos arrestados arribaron a la estación de policía (yo iba en la misma patrulla que ellos), fueron trasladados hacia una de las celdas. Mis padres ya estaban esperándome en la estación de policía; cuando me vieron, corrieron a abrazarme y ambos lloraron conmigo.

─Ximena, ¡Qué bueno que estás bien! ─lloriqueó mi madre. Sus brazos me rodearon fuertemente.

─¿Cómo está Matías? ─preguntó papá.

─Muy grave. Lo trasladaron a un hospital de la capital. ─en ese instante llegó la madre del chico; estaba llorando y completamente absorta, su rostro pálido denotaba algo más que preocupación.

─¿Dónde está mi hijo?

─En un hospital. ─le dije─. ¡Se pondrá bien! ─la tomé de la mano y luego ella me abrazó.

Desde una de las patrullas bajó el padre de Matías. Todavía temblaba de miedo.

─Me tenían secuestrado... unos chicos se llevaron a Matías... ─le explicó él a su esposa con dificultad. Ambos se abrazaron. Luego, hablaron con un agente y partieron rumbo al hospital a donde trasladaron a Matías.

Eran las dos de la mañana, pero la gente curiosa que quería enterarse del nuevo suceso de Villa Dorada estaba apostada en la plaza principal mientras cuchicheaban. Los padres de Alexa llegaron en una elegante camioneta blanca y se la llevaron. Ella ni siquiera se despidió, pero llevaba su rostro doloso oculto debajo de una capucha.

La puerta de la estación de policía se abrió y uno de los policías solicitó mi presencia.

Cuando entré a la sala olorosa a café, vi a los dos arrestados con el semblante impertérrito: parecía que ni siquiera estaban asustados por ir a la cárcel.

─¿Conoces a estos chicos? ─me preguntó el policía con gesto serio.

─Sí... él era mi profesor... y él un compañero. ─este último me guiñó un ojo con diversión.

─¿Quién usaba el perfil de Iris Walker? ─quiso saber el policía.

─Lo usaba yo. ─dijo mi excompañero sin el menor reparo─. Aunque a veces lo usaba Fernanda, la chica que se mató. ─confesó.

─¿Por qué lo hacían?

─Para conseguir a los siervos de la Bestia. A través de Facebook es muy fácil engañar a la gente con un par de fotos falsas. ¡Es tan sencillo! ─rio.

─¿A cuántas personas mataron? ─los dos intercambiaron una mirada.

─A las necesarias. La Bestia debe seguir en su abismo... ─¿qué cosa estaban diciendo?

─¿Ustedes mataron a Iris Walker?

─¡Claro! Fue nuestra primera sierva del año...

─¿Este año? O sea que: ¿anteriormente han matado a personas? ─no sé por qué razón el policía estaba dejando que yo escuchara eso.

─Escucha, estúpido policía... ─atacó mi exprofesor─... si crees que con nuestro arresto podrás detener el cometido de la Hermandad, pues estás muy equivocado. ¡Esto no se detendrá! Somos una entidad esparcida por todo el mundo; tenemos infiltrados en todas partes... nosotros somos más poderosos que cualquier gobierno del planeta. Gracias a nosotros, y al derramamiento de sangre a favor de nuestro Dios, es que el mundo está en una estabilidad; de lo contrario, la Bestia haría perecer al planeta en fuego y agua.

El policía guardó silencio.

─Ustedes no son más que una pobre secta satánica. ─dijo el policía sin darle importancia─. ¿Quién es su líder?

─Piensa lo que quieras... ─comentó el criminal ocultando una sonrisa─. Pero nunca darán con el Gran Señor: con el gran Patriarca de la Hermandad. Preferimos morir antes que hablar. Y no sólo somos una secta satánica.

El policía no se veía asombrado; parecía haber escuchado cosas peores.

─¿Quién controlaba el perfil de Diego? ─me permití preguntar─. Desde allí me llegó un mensaje que nos indicó una de las pistas. Entre la Iris y el Aura.

El profesor me miró con diversión. ─Yo tenía el control de esa cuenta.

─¿Por qué querías que esta chica tuviera estos DVD's? ─indagó el policía mostrando los discos de video.

─De alguna forma quería que nos encontraran y que se volvieran locos con la idea de que esos suicidios no habían sido precisamente eso... ¿Qué es de la vida sin un poco de emoción? ─ocultó una sonrisa.

─Están demasiado locos. ─aseguró el policía.

─El loco es el mundo... ─susurró el otro chico.

─Puedes retirarte. ─me dijo el policía mientras señalaba la salida─. Si necesitamos alguna otra información, te buscaremos.

En la plaza, había un montón de policías, hasta el ejército había arribado a Villa Dorada.

Si los suicidios habían sido noticia en este pueblo; la noticia de la balacera y de la secta era lo más sorprendente que hubiese pasado aquí en la época actual.

Mis padres me abrazaron y me llevaron a casa.

Y sí, has adivinado: al día siguiente, todo esto era la sensación del pueblo.

─¿Te conté lo de la balacera de anoche? ¿Y lo de esos satánicos? ─parloteaba la gente por todos lados.

¿Quién es Iris? [COMPLETA Y EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora