La cabaña - Ximena

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La casa de Marcos, el panteonero, era una rústica cabaña de una sola planta

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La casa de Marcos, el panteonero, era una rústica cabaña de una sola planta. Al llegar, era notorio el aroma a estiércol y a ganado que salía desde los establos. No sé si fue buena idea ir con ese chico hasta su casa, ¿qué iban a pensar sus padres? Yo era una persona desconocida y mi apariencia sucia dejaba mucho qué desear.

Traté de pensar en lo ocurrido la noche anterior, pero lo único que recordaba era el rostro de aquel chico en medio de la fiesta. No recordaba el instante en el que fui arrojada en la carretera, lo cual generaba dudas dentro de mí. Probablemente la droga que me dió me hizo perder el conocimiento.

Marcos me miró con gesto dudoso justo cuando llegamos a la entrada de su casa. Frunció los labios y luego dijo:

─Mi madre podría hacernos preguntas incómodas que no quiero responder. Te dejaré entrar al cuarto de mi hermana: ella ya no vive aquí. En su habitación hay baño con agua tibia y puedes usar algo de la ropa que ella dejó en el clóset. Debemos entrar sigilosamente... ─susurró, como si estuviéramos cometiendo un crimen.

Abrió la puerta silenciosamente y nos metimos de lleno en la cabaña donde imperaba un olor a vainilla. En la lejana cocina se escuchaba alguien cocinando. La voz de una mujer mayor surgió de inmediato:

─¿Marcos, eres tú?

─Sí mamá, se me olvidó algo... ─gritó el chico, mientras me tomaba de la mano y me jalaba hacia una habitación contigua. Cuando estuvimos dentro, cerró la puerta delicadamente volteando a verme; señaló el baño y luego al clóset; acto seguido, volvió a salir dejándome a solas.

Me di un suave baño con agua tibia y puse mi ropa sucia en una bolsa negra. En la ducha aproveché para revisarme el cuerpo; al parecer no tenía ninguna herida superficial y ningún malestar físico, salvo el dolor de cabeza y el mareo ya casi inexistente. Me traté de tranquilizar (aunque en realidad estaba temblando) y respiré profundo; agradecí por estar viva. Ese desconocido bien pudo matarme, pero en ese momento no era capaz siquiera de manejar mi propio cuerpo, menos discernir entre lo peligroso y lo seguro.

Con la toalla alrededor del cuerpo, salí del baño y empecé a buscar alguna prenda que pudiera quedarme. Había pantalones de mezclilla y unos vestidos pasados de moda; me puse uno de los primeros y una blusa de florecillas. Me hice una sencilla cola y luego entreabrí la puerta. Allí estaba Marcos, esperándome. Me dio un vistazo rápido y luego abrió la puerta por completo; señaló la salida y comenzó a caminar en silencio.

─Ya me voy, mamá. ─gritó. La mujer le respondió con algo que no pude oír bien.

─Te agradezco lo que hiciste. ─le dije ya cuando estábamos demasiado lejos de su casa como para que nos oyesen.

─No es nada. ─contestó fríamente; parecía tan helado como el clima de aquel día.

─¿Por qué me ayudaste? Casi ni me conoces. ─susurré.

─No es usual encontrar chicas bonitas tiradas en la carretera por las mañanas. ¿Qué fue lo que te pasó? ─sentí algo en mi estómago cuando dijo bonitas.

─Al parecer me drogaron o algo así. ─anduvimos por una vereda que atravesaba algunos campos de cultivo. Villa Dorada cada vez estaba más cerca; el ruido de los coches en la carretera próxima era opacado solamente por el cántico de las aves matutinas sobre los árboles.

Marcos volteo a verme con incredulidad.

─¿Te drogaron?

─Bueno, eso creo... lo que pasó es una historia que ni yo tengo clara... ─seguí caminando, sin detenerme, a pesar de que él se había quedado de pie. Lo único que quería era llegar a mi casa. Ya tenía la excusa perfecta para que mis padres no me regañasen: Alexa me había dicho que me quedara a dormir con ella. Claro que Alexa nunca me hubiera pedido eso, pero mi mamá no sabía que prácticamente Alexa me odiaba.

─Lo bueno es que estás bien. ─musitó y me alcanzó.

─No debería estar aquí. Debo llegar pronto a casa. ─y apreté el paso por el terreno lleno de verdura.

Eran finales de junio y, con los aguaceros caídos, no había semilla que se quedase bajo tierra. Verde era todo: desde el suelo hasta el aire. Los cedros resplandecían de vida y de sus cortezas salía la resina que algunos pobladores utilizaban para hacer remedios contra varias enfermedades.

El resto del camino fue en completo silencio, hasta que arribamos a las primeras calles de Villa Dorada.

─Bueno, te agradezco lo que hiciste por mí. ─le dije a Marcos, volteándolo a ver. Sus ojos negros se impactaron en mi rostro.

─Debes tener más cuidado. ─contestó él.

─Lo haré, gracias... hasta pronto. ─y me alejé.

─¡Claro! Algo me dice que nos veremos muy pronto. ─sonó como una amenaza.

¿Quién es Iris? [COMPLETA Y EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora