Mentiras - Matías

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No quería saber nada de Villa Dorada

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No quería saber nada de Villa Dorada.

El día siguiente al sepelio de Víctor, tomé la bicicleta de papá y empecé a pedalear para alejarme del pueblo. Vagué por las rancherías cercanas a Villa Dorada, donde un aire repleto de vida se podía respirar.

Las parcelas llenas de maíz sembrado reverdecían y daban cuenta de la gran labor de los campesinos.

A mi paso, me encontré a un par de arrieros que muy amenamente me saludaron agachando sus sombreros. El sonido de los pájaros cantando era sólo opacado por los mugidos de los animales de granja y los ladridos de los perros cuando me veían pasar.

Fue un día grandioso. Me hubiera encantado haberlo pasado con Víctor; pero ahora él estaba en un lugar que seguramente hervía con mayor vida que este.

Me detuve en una pequeña tiendita rural y compré una bolsa de frituras de queso. Mi abuelo solía decir que la vida en el campo era espectacular; yo nunca había vivido en otro lugar que no fuera Villa Dorada; y en pocas semanas tendría que mudarme a la capital, donde el barullo de la metrópoli probablemente me molestaría.

No es que la capital fuese muy grande como para ser considerada una ciudad muy agotadora. En realidad, en México había ciudades aún más agotadoras; como la misma Ciudad de México...

Mientras me comía la fritura, un pequeño perro de color café se me acercó moviendo la cola. Estuve acariciándolo un largo rato hasta que decidí retornar a Villa Dorada. Ahora tomaría un nuevo camino; un camino que me haría transitar por la carretera donde, junto con Víctor, había encontrado el cadáver de aquel niño.

Al parecer las investigaciones de las autoridades apuntaban a un asesino en serie; pero no daban con él... ¡Por supuesto!

Yo tenía una clara sospecha de quién podría ser; pero necesitaba reunir un poco más de pruebas: no bastaban los videos de unos chicos aparentemente suicidas.

Eran cerca de las cuatro de la tarde cuando empecé a pedalear la bicicleta al lado de autobuses y camiones de carga pesada que franqueaban por Villa Dorada. En la lejanía, se escuchaba el ferrocarril que muy pocas veces se oía, ya que el ruido de la carretera era aún más poderoso que el silbato del tren. Cuando era niño, mi mamá decía que el tren transportaba jirafas y elefantes desde la lejana Rusia.

Mamá no sabía que en Rusia no existían esos tipos de animales; pero de igual forma a mí me encantaba imaginarme a las jirafas encorvadas dentro de los vagones; y a los leones durmiendo al lado de los enormes paquidermos mientras estos comían paja.

Pedaleé despacio. No estaba muy ansioso por llegar a mi casa y tampoco quería morir bajo las llantas de un camión; porque eso se ganaban aquellos que aumentaban su velocidad.

Llegué a un punto en la carretera donde el tráfico empezaba a detenerse. Al acercarme me di cuenta de lo que en realidad ocurría.

Dos coches habían colisionado de frente y ahora parecían uno solo. Las masas deformes de hierro y vidrio estaban justo en medio de la carretera, creando caos y enormes pitidos de aquellos conductores con prisa. En el escenario estaban las patrullas y las ambulancias de Villa Dorada. Mi bicicleta pudo pasar con facilidad pero fui testigo del mal estado en el que habían quedado los tripulantes.

¿Quién es Iris? [COMPLETA Y EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora