38 km

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Lila observó a su alrededor, abrumada por la atención que estaba recibiendo. Deseaba poder ingresar en el Ferrari nuevamente, con motivo de esconderse y evadir las miradas agudas que varios pilotos le dedicaban. También el alborozo del público resultaba agobiante para ella. Sólo quería irse de allí.

Tomar el lugar de Green en las carreras fue una decisión de la que no estaba segura cuando la idea llegó a su mente por primera vez. El chico se resistió a participar de ellas, aún cuando Cameron intentó persuadirlo de lo contrario. Él sólo consideraba estar con su hijo en ese momento, pero no veía más allá, al inminente futuro, cuando necesitara mantener la cobertura de su tratamiento. 

Lila, por su parte, era precavida con respecto al porvenir. Por eso terminó tomando sin permiso el mejor vehículo que su hermano poseía, así también como su puesto en las corridas clandestinas.

No se arrepentía de hacerlo. Primeramente, el dinero que acababa de ganar le serviría para mantener la salud de su sobrino durante un año, en el que podrían estar tranquilos en cuanto al problema económico respectaba. También, por otro lado, correr otra vez en una competencia había despertado en ella algo que hacía mucho estaba dormido. Los tiernos recuerdos de su infancia, con su abuelo, las sensaciones agradables que todo aquello le producía...

Más todas éstas se desvanecieron en cuanto una mano sujetó su brazo con fuerza y tiró de él en forma brusca, provocando que su cuerpo girara hacia el emisor de aquel gesto agresivo.

—¡¿Qué diablos estás haciendo?!— Espetó Justin Bieber, su expresión colérica a escasos centímetros del rostro de la muchacha.

—Primero, suéltame...— Pidió Lila, manteniendo el tono de su voz calmo, dispuesta a explicar la situación.

—¡Por un demonio!— Bramó él, ignorando su petición. —¡¿En qué estabas pensando?!

Uno de los amigos de Green se interpuso entre ellos, liberando el brazo de la joven del brusco agarre que lo sostenía.

—¡Aléjate de ella, Bieber! ¡Ahora!— Ordenó.

El aludido lo ignoró. Sus pupilas dilatadas debido al enfado se mantuvieran fijas en la chica.

—¡¿Te crees que esto es un juego?!— Continuó vociferando. —Maldita seas, Lila.

—¡Ya deja de gritarme!— Se defendió ella, molesta por la injuria recibida. —No entiendes lo que está ocurriendo.

—Por supuesto que sí— Discrepó el piloto, controlando al fin el volumen de su voz. —Eres una Porter, después de todo ¿Qué más podía esperar de ti?

—¿Cuál es tu maldito problema?— La enfermera lo enfrentó. —Sé que consideras un insulto compararme con mi hermano, y no pienso permitir que...

Antes de que pudiera terminar la frase, fue interrumpida por la voz de su interlocutor. Ésta sonaba inexpresiva, y también había logrado el aspecto apático en su rostro. Se inclinó unos pocos centímetros más cerca de ella para pronunciar lentamente:

—Vete al infierno.

Lila miró fijo esos inconmovibles ojos que la observaban. No había ningún rastro de su novio en ellos, simplemente el frío de un extraño. Tragando la angustia que amenazaba con estrangular su garganta, negó con la cabeza.

—Ya estuve allí...— Admitió. —Y no volveré por ti.

Dio la vuelta y caminó directo a uno de los organizadores. Aprovechando que éste se encontraba atónito por los acontecimientos, tiró del bolso que contenía el premio, arrancándolo de sus manos. Luego, lo metió dentro del Ferrari y ella ingresó al coche, encendiendo el motor.

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