Capítulo 45: Conciencia tranquila.

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Tener la conciencia tranquila es, sin duda alguna, el comienzo para ganar la felicidad y un sueño reparador, además de para ser capaz de mirar a los ojos a los demás sin miedo a ser descubierto por algo.

              **********

Después de hacerse el amor el uno al otro, Gabriel se quedó dormido acurrucado en torno al cuerpo de Markku. El rubio, sin embargo, no pudo dormir.

Desde que tuvieron la noticia sobre el cáncer de Gabriel, Markku no se había permitido analizar la situación. Pensaba que lo único que importaba era que Gael se pondría bien. Pero no pudo evitar caer en la tentación de buscar en Internet más información de la que el doctor Silva -oncólogo de Gael- les dio durante la consulta sobre los efectos secundarios de la quimioterapia: vómitos, diarrea, cansancio intenso, caída del cabello, dolor muscular y óseo, falta de apetito, alteración de los sentidos del gusto y el olfato, insomnio, problemas cardíacos, alteraciones neurológicas, problemas de erección y prácticamente la nulidad del deseo sexual... y la lista seguía. Pensar en ver a Gael en esa situación le estaba matando. Que su sonrisa se borrara, que dejara de mirarle como si quisiera devorarle, y pensar en verle cansado, roto y derrotado le partía el alma.

Quería llorar y maldecir.

Con cuidado, salió de la cama, se puso unos bóxer -que luego se dio cuenta eran de Gael- y fue hasta la cocina, rebuscó en un pequeño cajón donde sabía que había una cajetilla de tabaco a medias y sacó un cigarrillo. Al ponérselo en los labios pensó si eso era buena idea... Gabriel tenía cáncer, ¿quería él aumentar la posibilidad de tener uno? Un cigarrillo más no aumentaría esa posibilidad y en ese momento necesitaba fumar. Después de todo y según él recordaba, la última vez que fumó hacía ya varias semanas.

Uno más y se acabó.

Salió a la terraza y, después de encenderlo, dio una larga calada. Le escoció la garganta y sintió que se le sobre-calentaban los pulmones, pero notó cierto grado de relajación que era justo lo que buscaba. Sentándose en la pequeña hamaca que Gabriel puso allí meses atrás, Markku apoyó la espalda y dio otra calada mirando al cielo de tonos anaranjados del amanecer en Sevilla.

¿Por qué a Gael? Era la mejor persona que conocía, no se merecía eso. Mucha gente pensaría que nadie se merece algo así, pero Markku no estaba de acuerdo: Hermann Solberg o el padre de Adán se merecían sufrir y pagar por todo el daño que habían hecho y que seguro seguían haciendo. Cualquiera de ellos dos se había ganado con creces ese castigo, pero, ¿Gael? No, él no.

—¿Markku? —Gael se asomó por la puerta y Markku tiró lo que quedaba del cigarrillo por la terraza como si que Gael le viera fumar fuera lo peor del mundo—. ¿Qué haces?

—Nada —intentó disimular el rubio.

—Estabas fumando.

Markku agachó la cabeza.

—Lo siento.

Gael sonrió y se asomó por la terraza.

—No me importa. Pero a la ancianita que le ha caído el pucho en la cabeza puede que sí le haya importado.

Markku se levantó rápidamente y miró preocupado hacia abajo.

—Mierda, no quería-

—Es una broma —interrumpió Gael y le sacó la lengua.

Markku miró el gesto infantil de su pareja.

—Muy gracioso... espera, ¿qué es un pucho?

—Así llama Liberto a la colilla del cigarro  —Gabriel agarró de la mano a Markku—. Vamos dentro, no quiero que la chica del edificio de enfrente nos siga viendo  —una vez en la sala de estar, Gabriel miró al rubio—.  Sabes que no me gusta verte en la terraza y menos aún solo.

Línea recta (Homoerótica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora