Capítulo 68: Quédate conmigo. (1ª parte)

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Las palabras no se las lleva el viento... Las palabras pueden quemar y doler como una puñalada, pero también pueden consolar y aliviar un alma que sufre. De cualquier manera, las palabras pueden quedarse clavadas en la mente y el corazón toda la vida, para bien o para mal.

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Adán se había sentido incapaz de mirar a Mat a la cara mientras le contaba los maltratos a los que su padre le sometió toda su infancia. Sabía que había algunos detalles que quizá no hubiera sido necesario contar, pero en ese momento, con una cerveza -con alcohol, para darse valor-, sentado en el sofá del apartamento que compartía con Jorge, y con Mat sentado a su lado, dio rienda suelta a su memoria y contó todo lo que normalmente le oprimía el pecho y que, con cada recuerdo, le hundía un poco más en ese pozo metafórico en el que tantas veces había estado y del que, cada vez que se hundía, le costaba tanto salir.

Pero esta vez, la mano que agarraba la suya no permitió que eso ocurriera...

<Dijiste que no dejarías que me hundiera... > —pensaba Adán, apretando el agarre como si esa mano le tuviera agarrado al borde de un precipicio.

Acababa de contar la última noche que su padre se metió en su cama y cómo los servicios sociales le sacaron de aquella casa. Después se quedó callado, dando el último trago a su cerveza.

El silencio era atronador. Adán sentía un nudo en su garganta que le estaba asfixiando... Ya no podía con ese silencio... Necesitaba oír la voz de Mat diciéndole; "Estoy aquí, no pasa nada."... Pero seguía callado. El hecho de que agarrara su mano no significaba que fuera capaz de asimilar todo lo que le había contado, y quizá, cuando le soltara, Mat saldría por la puerta y no volvería a verle.

No podía con la incertidumbre, ni tampoco se sentía capaz de obligar a su gatito a seguir allí. Tenía que darle la opción de marcharse si eso era lo que quería.

Aterrado, Adán soltó la mano de Mat y se levantó del sofá para ir a la cocina a buscar otra cerveza. Sabía que no debía tomarla, la mezcla del alcohol con su medicación podía ser peligrosa, pero si tenía que escuchar de su gatito que no podía con todo lo que había oído y que no podía estar con él, prefería estar borracho para soportarlo.

Delante del frigorífico, abrió la cerveza y estaba a punto de beber cuando una mano se lo impidió agarrando su brazo.

—Por favor, no bebas más o te hará daño.

Adán permitió que Mat le quitara la botella, y al hacerlo, notó que sus manos temblaban como una hoja. Fue entonces cuando se atrevió a mirarle y pudo ver su cara bañada en lágrimas.

<No hablaba porque no podía, no porque no quisiera.>

Después de soltar la botella de cerveza, Adán rodeó a Mat entre sus brazos y fue cuando el rubio se permitió soltar su llanto más libremente.

Entre hipidos, Mat le pedía perdón por no ser un buen apoyo para él, por llorar y dejar que le consolara cuando debía ser al contrario.

Adán intentaba calmarle acariciando su espalda y diciéndole que no pasaba nada. No le gustaba verle llorar así, era desolador que estuviera así por su culpa.

—Shh, no llores, por favor. Si quieres preguntarme algo, hazlo. Pero primero tienes que dejar de llorar.

Mat se calmó un poco y pudo, por fin, hablar y preguntar.

—¿Cómo... cómo conseguiste salir de aquella casa? ¿Cómo se enteraron los de asuntos sociales?

Adán besó la cima de la cabeza de Mat antes de responderle.

Línea recta (Homoerótica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora